miércoles, febrero 12, 2014

A 30 AÑOS DE LA MUERTE DE JULIO CORTÁZAR


Nunca fui idolatradora de Julio Cortázar. No quiero decir que no lo disfruté.  

En realidad, tal vez por ese espíritu que mi abuela materna tildaba de chica diciéndome que era “una contestadora”, siempre tendí más a desacralizar que a sacralizar a los artistas y más a los que me gustaban. No por nada mi primer libro –que fuera mi tesis- publicado artesanalmente en 1982 por Argenguay en Amsterdam, se llama Rodolfo Walsh o la desacralización de la literatura 

Pero, poco a poco, le fui cobrando respeto como escritor y como persona.  

Cortázar es, con Borges, el escritor argentino más reconocido fuera la Argentina porque perteneció al boom -expresión cuya creación se disputaban Emir Rodríguez Monegal y Tomás Eloy Martínez-  literario latinoamericano. 

Los principales escritores del boom, especialmente los de izquierda [excepción, Borges], fueron muy difundidos y estudiados en Europa y Estados Unidos sobre todo desde los años 60 hasta entrados los 80 del siglo XX porque los latinoamericanos éramos pintorescos, pueblos con caudillos extravagantes, con dictadores pletóricos de poder, con mujeres  sensuales, una especie de barroquismo que no vivían en Europa… Y ésa es la parte paraliteraria que funciona con los formadores de opinión en literatura, especialmente los traductores (peores que los censores porque cuando algo les es difícil lo denuestan y no lo aconsejan  -Marechal no está traducido hasta ahora y Arlt fue traducido por Surhkamp en Alemania bien avanzados los 80-), los editores que ven el negocio y los royalties  y las tendencias políticas, en este caso, la influencia de la Revolución Cubana.

 Cortázar fue algo más que simplemente un escritor, fue un verdadero intelectual [> lat. intellectualis > ‘de la mente, del entendimiento, de la razón’].

 La literatura le sirvió de excusa para pensar la vida y, por medio de sus obras, trató de encontrar la razón última o los primeros principios, como los filósofos.

 Este muchacho que estudió para ser maestro, que fue profesor y que  tuvo la formación de las clases altas argentinas publica por primera vez un libro de poesías en 1938: Presencias y diez años más tarde se acerca a la revista literaria Sur.

 En los 40 y los 50 Cortázar se deslumbra por la poesía neorromántica, por poetas como Rilke, Mallarmé, Milozs, Lorca y Neruda y empieza a escribir relatos… Decide ir en peregrinación a la Meca: París. En la Argentina de 1953 “el ruido de los bombos me impide escuchar a Bela Bartok” supo decir.

 Pero la vida tiene sus paradojas y desde la Rive Gauche parisina va a empezar a amar la patria y a comprender a esas clases que despreció en algunos de sus cuentos de justamente Bestiario: Las puertas del cielo, Casa tomada, La banda  en donde describe al “aluvión zoológico del 45” del mismo modo que había denigrado a Alberto Castillo  -que, según Aníbal Troilo era la mejor voz que había oído porque tenía todas las cadencias-  porque, comparado con Gardel, lo veía como el cantor del “mal gusto y la canallería resentida” que explicaban “su triunfo”.

 En el reportaje que le hizo Paco Urondo para Panorama en 1970, reconoce:

 “Un cuento al que le guardo algún cariño, Las puertas el cielo, donde se describen aquellos bailes populares del Palermo Palace, es un cuento reaccionario, eso me lo han dicho muchos críticos con cierta razón, porque hago allí una descripción de lo que se llamaban los «cabecitas negras» en esa época que es en el fondo muy despectiva; los califico así y hablo incluso de los monstruos, digo «yo voy de noche ahí a ver llegar a los monstruos». Ese cuento está hecho sin ningún cariño, sin ningún afecto, es una actitud ealmente de antiperonista blanco, grete a la invación de los «cabecitas negras»”

 
Paco Urondo & Julio Cortázar

 
Ya en 1967 había dicho: “Mi generación empezó siendo bastante culpable en el sentido en que daba la espalda a la Argentina. Éramos muy snobs, aunque muchos de nosotros nos dimos cuenta de eso más tarde…”

Cortázar sostuvo en una casi legendaria polémica con José María Arguedas que él había comprendido la esencia de lo nacional a partir de las esferas de lo supranacional.  Esto lo llevará a tomar posiciones muy definidas durante la terrible década que Latinoamérica sufre desde mediados de los setenta hasta su muerte.

Cortázar fue y es para muchos un escritor difícil que se metió en los vericuetos de la nouveau-roman, la novela nueva y que introdujo un estilo alineal y fragmentario, que, en una época en que no existía el zapping, pero tomándolo justamente de las técnicas cinematográficas, supo salpicar con ese método la parte formal y la parte profunda de su literatura, de modo que la literatura ya no sería lo mismo después de él.

Conscientes o no, los escritores que lo sucederían estarían tocados por la varita de Cortázar.

Si hay algo que rescatar de Cortázar  -más allá de su literatura- es su honestidad intelectual, esa sinceridad consigo mismo, esa autenticidad para definirse a sí mismo, ese mirarse en el espejo de la historia para autodefinirse, aún en sus contradicciones.

Si hay algo que rescatar de este argentino nacido en Bruselas y muerto en París hace 30 años es que supo decir: “ser argentino es estar triste, ser argentino es estar lejos”.

Si hay algo que rescatar es su sentido de la amistad que hizo que en los tiempos difíciles de la dictadura de Lanusse se allegara a la cárcel de Villa Devoto para ver a su amigo Paco Urondo. Y allí delante de los compañeros de pabellón, le regalara el habano que Fidel Castro le había regalado a Salvador Allende y que Allende le acababa de regalarl a él que venía de Chile. Habano que, a su vez,  Paco le regalaría a un compañero de prisión que cumplía años, el Viejo Ponce  -que había caído junto con Luis Labraña (a) Mariano al llegar a la quinta Daisy de Tortuguitas a primeras horas del 14 de febrero de 1973, sin saber que ya Paco, su hija Claudia y su yerno, el Jote, Mario Lorenzo Koncurat  y Lilí Mazzaferro ya habían caído.

Julio Cortázar & Salvador Allende
 

 

       Y Paco le dedicaría el poema

 ¿SOY EL POETA DE LA REVOLUCIÓN?
 

¿Soy el Poeta de la Revolución

acaso, como dice

por ahí –bromeando–

un compañero de cárcel? No. El poeta

de la Revolución es el Pueblo; pero el

pueblo concreto, de persona a

persona; el Viejo Ponce que

ayer cumplió años y casi

le revienta el corazón de alegría

cuando le cantaron La Marchita

Revolucionaria del Pueblo. La cantaron

como si fuera el Happy Birthday, y se fumó

un habano legítimo, regalado

por Fidel al Chicho, y por éste a

un amigo, y del amigo a mí y de mí al Viejo

Ponce, por la Gracia Divina. Ponce,

el viejo gladiador peronista,

es el Poeta de la Revolución.

 
Fue en esa época que Cortázar en el 73 pagó los primeros carteles que rezarían: LIBERTAD A PACO URONDO Y DEMÁS PRESOS POLÍTICOS.

 Si hay algo para rescatar de Cortázar es ese amor y esa ironía que, ante la pregunta de un periodista español, en 1978, cuando le concedieran finalmente la nacionalidad francesa, sobre “por qué se preocupaba tanto por Argentina siendo belga de nacimiento y con pasaporte francés”, le hiciera responder con porteña sorna: “Ud. se confunde: el pasaporte se lleva en el bolsillo, la nacionalidad en el corazón.”

      Si hay algo por rescatar, finalmente es ese amor que tardío pero profundo que supo tener por Argentina y su gente: la patria. Y esa agudeza que le hizo preguntarse: “¿Por qué tan lejos de los dioses? ¡Y qué? El hombre es el animal que pregunta...”

© ® Ana Sebastián, Memorias impertinentes.

 


 

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