domingo, marzo 17, 2019



Horacio Torrado

           Para ser justa, esto lo tendría que haber posteado ayer, 16 de marzo, en que hizo medio siglo que Horacio Torrado nos dejó.
         Su segundo hijo me llevó a verlo al Club Comunicaciones en Agronomía en donde iba a presentar un espectáculo el 17 de octubre de 1964. En esa ocasión también conocí a su esposa de entonces, Nilda Diez, con su hijito, Horacio Claudio, que es hasta ahora mi cuñadito.
         Cuando yo comenté en mi casa y después se enteraron las vecinas mayores del barrio que el chico con el que andaba  -como se decía entonces [nunca usé la palabra «novio»]-  era el hijo de Horacio Torrado tuve una lista de pedidos de fotos autografiadas que todas las mujeres mayores de treinta y cinco y cuarenta de esa época me demandaban. Y cumplí bastante. Mejor dicho, Horacio cumplió…         



         Horacio Ángel Labraña Torrado había nacido en Lanús el 7 de mayo de 1915, hijo de Estela Torrado y de Pedro Labraña y tuvo un hermano menor, Oscar.
         Su padre, obrero gráfico socialista, decidió mudarse al Barrio de Constitución para estar cerca de su trabajo en los Talleres Gráficos Argentinos de la  calle Solís al 1600 y ahí se mudaron a la casa de la cortada Antequera 1723.
         Fue allí donde conoció a Catalina Felisa Álvarez, una hermosa joven delgada con un dejo de tristeza…



      
  Ella trabajaba en la antigua Fábrica Argentina de Alpargatas, en Patricios y Olavarría, Barracas, que fue una de las primeras industrias argentinas fundada en 1883 por el inmigrante vasco Juan Echegaray y el escocés, Ingeniero Robert Fraser, especializado en la industria textil y tenía la particularidad de tomar sobre todo a mujeres. 


     Sí, en Alpargatas, en donde cada año le encargaban al artista Florencio Molina Campos que hiciera sus almanaques con caricaturas de la vida gauchesca que se convirtieron en un elemento muy popular y ahora, clásico.
         Cata, como se la llamaba familiarmente, era una de las tantas obreras que trabaja y almorzaba en la fábrica… 



      Para no viajar tanto, decidió alquilar una pieza también cerca. Y ahí se produjo el encuentro. Fue, al decir de Cata, un verdadero flechazo. Ella, recatada, sencilla y él, impecable y extraordinariamente seductor.
         Horacio se dedicaba a la lectura, a la escritura y le atraía el mundo del teatro y de la radio. No había prácticamente escuelas de arte dramático, así que los actores eran en cierto modo autodidactas.
         Se casaron cuando ya él incursionaba en el ambiente artístico.  Cata dejó de ser fabriquera, como se decía entonces, para criar a sus dos hijos: Jorge Osvaldo y Luis Roberto.
         Cuando yo los conocí ya hacía más de una década que estaban separados. Ya Cata vivía con sus dos hijos y su nuevo marido, Juan Carlos, y su suegro viudo, Pedro, en Antequera. Horacio se había ido de la casa paterna. Habían iniciado el divorcio durante el período que estuvo vigente, pero nunca salió sentencia porque esa norma del gobierno peronista fue derogada en 1955 después del golpe.
         A fines de la década de 1930 Horacio Torrado ya era muy popular y, viniendo de un hogar socialista, se había hecho miembro del Partido Comunista Argentino.
         En 1940 el radioteatro ya lo había llevado a la fama con actrices que tenían, a su vez, su propio nombre, entre ellas, la casi recién llegada Eva Duarte que hacía sus primeras armas actorales.
         En los primeros años de la década de 1940 fue actor principal sobre todo en Radio El Mundo.
         En 1942 ya estaba en Radio El Mundo con su propia compañía y como coprotagonistas a Elsa Piuselli.
         Siguió con la compañía de Rosa Rosen e desde 1944 hicieron el Radioteatro Lux con numerosos éxitos como El sendero da muchas vueltas, Ahí viene la montonera, La última estrella, La horda de Rafael García Ibáñez, Más allá del amor y la esperanza, Los ojos de la esfinge de Adolfo Diez Gómez, La Diosa cautiva de A. Insúa, Un viaje en las tinieblas de Claudio Rivera, Entre la patria y el amor de Adolfo Díaz Gómez, Cuando la noche es larga de María Martínez Paiva, El camino de las sombras de Eifel Celesia, Una hora en la vida de Nené Cascallar.   En 1945 inició el Radioteatro Lever con Anita Jordán y también con la Cía de Norma Castillo.  

       En 1954 actuó con Patricia Castell en  Con permiso, Señor Morris.




    Trabajó con acrtices como Olga Zubarry, Blanquita del Prado, Julia Sandoval, Alicia Villafañe, Mirta Botaro, Gladys Maisonave, Delia Herrero y actores como José Antonio Paonessa, Guido Gorgatti, Tino Pascali, Ernesto Raquén, Silvio Soldán, Marino Seré, Alfonso Pisano, entre otros.
         Después la radio empezó a ser manejada por el Estado. Eso y su militancia política y gremial le trajo consecuencias y más cuando había sido amigo íntimo de Eva Duarte que, a la sazón, se había convertido en Eva Perón o Evita.

      Desde 1946 integraba la lista de la Agrupación de Actores Democráticos con Pablo Racioppi, Lydia Lamaison, Pascual Nacaratti, Alberto Barcel y Domingo Mania, que no era bien vista por el gobierno.

         Desde 1948 estuvo en la lista negra como tantos otros: Bernabé Ferreyra, Libertad Lamarque, Niní Marshall, Luisa Vehil, Pedro Quartucci, Santiago Gómez Cou, Francisco de Paula.
         Una vez copada la radio, decidió autoproscribirse y hacer una especie de exilio interno en Villa Reynolds, Provincia de San Luis, en donde estaba y está la V Brigada Aérea. De San Luis volvió en 1955 y volvió jugándose como comando civil. Nunca le pude sacar nada de esa historia.
         Volvió y volvió con la que fue su última compañera de vida con quien se casó en Montevideo y con quien tuvo a Horacio Claudio, el nene que conocí esa noche en Comunicaciones.
         Y a partir de ahí trató de recuperar el terreno perdido en su carrera.
         Pero había un elemento nuevo que se iba a imponer en la casa, el televisor.
    En 1958 estuvo en Radio Argentina haciendo Alguien que a nadie le importa  y escribía guiones para radio y televisión.  

     Fue el creador y guionista original de  Volver a vivir, el programa que muchos asocian a Blakie y a Carlos D’Agostino, sin saber que en realidad era suyo y así está registrado en Argentores.        
         En la década de 1960 trabajó en Canal 13 con Roberto Airaldi, René Cossa y Leandro Reinaldi y al mismo tiempo hacía programas para radio y si, podía, sus changas, presentando funciones en distintos lugares.
          Eso sí, el tema es que Horacio Torrado no sólo tenía una voz cautivante en la radio sino que las mujeres se volvían locas con él. Y era en todo sentido un verdadero galán, prolijo, impecable… Y lo fue hasta el final temprano e imprevisto ese fatídico 16 de marzo.
         Así fue que vivió a fines de los años cuarenta con Laura Favio con quien tuvo un hijo, Horacio Luis, que es medio hermano de Leonardo Favio y de Jorge Zuhair Jury. Y fue él el que les metió al Negrito Zuhair Jury y a Leonardo el bicho del arte escénico.
         Y también tuvo otra hija, menor, Zulma Pilar, con otra de sus parejas, Graciela, si mal no recuerdo.
         Algunos hijos repiten su nombre, Horacio. Se ve que sus mujeres estaban muy enamoradas. Y Luis que es por el Doctor Luis de la Puente, que era el obstetra amigo que traía al mundo a casi todos sus hijos que luego reconocería.
         No se puede decir que no era caballero y que no reconocía a sus hijos, fueran de quien fueran y cuando no había ADN para comprobarlo.
         Cuando yo lo conocí había vuelto a la actividad gremial y tenía su oficina en la Casa del Teatro como Secretario General de la Asociación Argentina de Actores.
         A menudo pasaba haciendo tiempo y lo iba a visitar, cuando no íbamos a su casa a cenar con Nilda y Horacito.
         Un día lo fui a saludar. Las secretarias me conocían como su «nuerita», le avisaron, pero estaba ocupado con alguien, así que senté a esperarlo. Ahí había un muchacho  -ahora diría un chabón- de mi edad que se la pasaba hablando y dirigiéndose a mí y haciendo facha nombrando a cada rato a su padre: «su padre esto… su padre, aquello…».
         Yo sentada, mini furiosa y, a decir verdad, fuerte.
         Las secretarias se miraban entre ellas y notaban mi incomodidad…
    Llegó un momento en que me hartó y de pronto le pregunté: «¿Quién es tu viejo?»
         Y, vanidoso y fanfa, me responde como al pasar: «El que está en esa oficina, Horacio Torrado» y hace un gesto de suficiencia. Entonces me levanté y le dije: «¡Ah, entonces, somos cuñados, dentro de un rato lo veo a tu hermano y le cuento que te conocí…»
         Se quedó mudo.
         Justo salió Horacio y me mientras me hacía pasar a mí sola, le conté: «Conocí a su hijo  -yo no lo tuteaba-, el hermano de Favio!» Y me empecé a reír. Y le pregunté cuántos más me quedarían por conocer.
         Me contestó: “¿Sabés, Anita…? Yo tendría que tener paperas porque vivo reconociendo hijos.” Entonces se pensaba que las paperas dejaban estériles a los hombres.
         Todavía, dos por tres, estamos esperando que aparezca alguno nuevo…
         Horacio Torrado…  un personaje en el arte y en la vida.
         Fue despedido por Luis Brandoni y sus restos están en el Panteón de Actores de Chacarita desde hace medio siglo.  

         Su espíritu anda como él y sus hijos y nietos, por todos lados... 

       

   Incluso en Ireland con Fausto Labraña, el guerrero Dothkari argentino en Game of Thrones


         ®© Ana Sebastián, Memorias impertinentes.