miércoles, noviembre 11, 2020

 

Los fantasmas familiares

 

«Lo importante no está en llegar, sino en seguir.»

San Agustín

en  versión Dr. Hipólito Jesús –Tuco- Paz.

         

           Abuelo Ramón Sebastián - Marzo 1921

         Siempre hubo historias de fantasmas.

Los fantasmas son espíritus que rondan cuya presencia a veces se corporiza. Y en las familias -aun las mejores familias-  siempre hubo fantasmas, espíritus familiares.

         Los fantasmas o espíritus familiares son diferentes de las ánimas en pena que son almas de un cuerpo que encontró su muerte en mala hora, mala forma, cumpliendo un mal destino y que, salidas del Purgatorio, deambulan buscando por el mundo consuelo, reposo y paz.

         Los fantasmas familiares son una metáfora de seres vivos o muertos cuya memoria acompaña al resto de sus humanos en forma de anécdotas, recuerdos, hechos de un pasado, huecos que, de vez en cuando, se rellenan con ese espíritu. Aun actitudes, gestos que tienen una referencia fantasmal que no son nuestros, pero que los tenemos.

Como prueba de esa impronta espiritual, de pronto hacemos un gesto o tenemos una actitud, unas palabras que no son esencialmente nuestras, sino de ese espíritu familiar que está en nosotros e incluso nosotros nos sorprendemos en las melancólicas presencias de lo que no está: un beso dado de las buenas noches a alguien que dejó el agujero de su ausencia.

         Los fantasmas en las familias no son un hecho nuevo, son un hecho en vías de extinción porque los agujeros del alma los llenamos con las películas de cuarta de la televisión o con el partido del equipo que nos gusta o con un videojuego o con el celular y las redes sociales.

         En las familias constituidas por ambos padres, lo que los sociólogos llaman «familia nuclear», la base, según dicen, de nuestra sociedad, los fantasmas, los espíritus familiares de ambas ramas, materna y paterna, se patentizaban o corporizaban de vez en cuando: la madre que llega a casa y deja de ser la suegra que se menciona en ausencia, el tío bohemio marinero, el actor de la legua, la tía que dio el mal paso. Todos espíritus extraños a la cotidianidad que llenaban la mitología familiar y un día inesperado hacen su aparición.

         Evidentemente la concepción de la familia actual suele ser diferente -monoparental o multiparental o con padres del mismo sexo-. No sé si los fantasmas tendrán otros comportamientos. Tal vez son más en cantidad, tal vez los ancestros vienen en marea confusa de fantasmas de todo tipo o son menos en la familia monoparental o son diversos, aunque creo que casi  siempre hay fantasmas en su haber.

Tal vez uno cercano, aunque calladamente doloroso, el del ausente.



       Yo crecí sobre todo con el fantasma de un abuelo rebelde y afable, Ramón Sebastián –padre-, con gran coraje que llevó a la acción por su gran sentido de la justicia, de lo humano, de lo social y le costó un proceso junto a su cuñado Héctor Robiglio en Azul. 

           Hace ochenta y nueve años se quitó la vida –o se la quitaron- la tarde de siesta de un 11 de noviembre de 1931 en la casa en que vivía en Benito Juárez, habiendo cumplido treinta el 3 de noviembre... -según su certificado de defunción.

Un fantasma al que, por supuesto, no conocí porque murió cuando mi padre tenía seis años...

Después tuve el fantasma de mi madre ausente que se autorrecuerda en gestos y expresiones que me encuentro repitiendo sin querer y ahora tengo uno que desde hace más de dos años se me transforma en estrellita por las noches...

Creo que los fantasmas más dolorosos son los que dejan huecos, vacíos... Aunque sabemos que están ahí, al alcance de la mano, al alcance de cualquier recuerdo que se despierta sin que uno sepa por qué de golpe, que nos desvela en las noches, que nos hace reír, llorar, temblar en durante un día de calor...

Están ahí y forman parte de nuestra vida y de nuestros comportamientos, de la formación de nuestros gustos e inclinaciones como me pasó y me pasa con mi abuelo Ramón cuya historia no termina aquí... sigue... se prolonga... me dicta hasta textos...

Están ahí...

Sólo que no responden.

O responden nada más que en nuestra alma, en nuestra mente.

         Están ahí...

Y por eso también creo que les tenemos que dar nuestro acostumbrado besito de las buenas noches...

Y entonces puede ser que en algún momento se corporicen y nos ayuden a seguir...

        

          Ver posts anteriores!!!


® © Ana Sebastián, Memorias impertinentes.

Texto original abril 11, 1998.

Encontrado, nov. 10 & corregido, nov. 11, 2020.