sábado, febrero 19, 2011

SAN VALIENTES


Amanti - Bruno Bruni


 "El hombre valiente no es el que no siente miedo,
sino el que es capaz de dominarlo."
Nelson Mandela
 
 
"El corazón tiene razones que la razón no entiende..."
Blaise Pascal
 
 


 
           
 
  
 
 
 
            La verdad es que el 14 de febrero de 1973 no existía San Valentín en el calendario de festejos nacionales y mucho menos para mí. Sólo sabía que es noche, a eso de las 9, vos ibas a venir a casa con el cuñado de Caracha para que se encontrasen ya que no se veían desde hacía mucho, desde antes de que su hermana, la Gabriela, la rata, cayera presa.
            Se encontrarían en el 4º C de Rojas 125 en donde vivíamos desde hacía casi un año, desde ese día en que no sé por qué motivo me había encontrado con el Churi Escribano que, saliendo de su laconía habitual y a sabiendas de que no andaban bien las cosas con vos, me había convencido de que yo y nadie más que yo era realmente el amor de tu vida y que tenía que alquilar ya un departamento e irnos juntos. Que el Churi me hablara así, él, que era tan discreto, tan introvertido, al menos conmigo, me hizo terminar arreglándome con vos y alquilando ahí a metros de la estación Caballito. Eso debió haber sido en abril del 72, un mes antes de que muriera con el Negrito Burgos en Turdera el 29 de mayo. Y yo siempre diré que tenemos un hijo gracias a esa conversación con el Churi que no sé siquiera dónde fue... Las cosas del olvido...
             Ese 14 de febrero yo había ido ya al Mercado del Progreso y había comprado todo lo necesario para la cena con ensalada rusa, fiambre, canelones de verdura hechos por mí en el horno de ese monoambiente que apenas tenía una ventanita hacia el contrafrente en pleno febrero, muerta de calor.

              Yo, embarazada de siete meses... Todo en ese día tórrido.
              Caracha vino puntual. Conocía la casa por casualidad porque te había entrar una noche y vos habías hecho esa cita para ese miércoles 14 de febrero fatídico. Cuando pasaban las horas y vos y su cuñado no aparecían, yo me empecé a preocupar. Caracha trataba de calmarme diciéndome que vos seguro te habías olvidado o que algo te había atrasado o que se te había atravesado una paloma en el parabrisas. Eso, haciendo alusión a la vez que vos llegaste tarde a una cita porque cuando ibas sin intención atropellaste a un pajarito y trataste de salvarlo y como murió te viniste a mi casa de Pampa a enterrarlo. De ahí dos por tres te cargaban -como se decía entonces- te gastaban con la palomita. Yo le contestaba que algo había pasado, que si la cita hubiera sido con vos solo, podría ser que te demoraras, pero vos habías armado ese encuentro entre cuñados, no me hubieras pedido que me esmerara en la cena, que todo estuviera listo. No, de ninguna manera te habías olvidado.
           
            A eso de las dos de la mañana comimos un poco de ensalada rusa y no sé si probamos los canelones. Caracha se quedó a dormir en una de las dos camitas mellizas que me había regalado una compañera de Letras y que habíamos ido a buscar con Diego, antes de que a él lo mataran el 8 de marzo del 71, y que yo pinté de rojo casi bordó.
A la mañana, Caracha se fue temprano y me dio un teléfono para que lo llamara. Yo me quedé, me bañé, prendí como siempre la radio y de pronto escuché: “Se desmiente que en Tortuguitas hayan detenido al asesino del Gral. Sánchez!”
           
            ¡Chau!      

            ¡Suficiente!



                     
 
            Me puse el vestido celeste mini que mi mamá me había hecho para mi embarazo y agarré el bolso marrón de cuero suave que vos me habías comprado para reemplazar al otro verde y negro que se había arruinado en enero cuando -camino de Villa Gesell a Mar del Plata- nos habíamos caído a un río creo que con el mismo Peugeot que todavía usabas y a mí me había tenido que sacar por la ventanilla un marino del Liceo Naval que habíamos levantado haciendo dedo en el camino. Agarré el paraguas Knirps chato que me habías regalado hacía dos semanas y media antes para mi cumple, dos bombachas -porque corpiño no usaba-, mis documentos y un 38. Apagué la luz y cerré la puerta.
           

              Llamé a Caracha al mediodía desde un teléfono que había en el bar de Bacacay y la vía y le conté lo que había oído y que iba.
           
              Hice tiempo hasta la cita que teníamos a eso de las 6 ó 7 de la tarde para ir al primer acto abierto de la JP en la cancha de Atlanta. No me acuerdo dónde. Tal vez en el bar de Dorrego y Corrientes con Rolo, con Mara, con Rubén y con el Negro Pedro que supuestamente era nuestro responsable o irresponsable. Cuando le conté la situación y le dije que seguro habían caído en Tortuguitas vos, Paco Urondo, Lilí, Roqué, Claudia, que estaba embarazada, su compañero el Jote y tal vez otros..., el negro Pedro con su sonrisa habitual me respondió: “¡Tas loca! ¡De ninguna manera! Lo más factible es que se haya quedado a dormir con otra mina!” 
 
               El cinismo era su rasgo pertinente... A lo que yo contesté: “Si pensara que no vino porque estaba con otra mina, no vendría a contarte a vos!” El Negro Pedro seguía sonriendo canchero como seguía cuando lo encontramos en Holanda y como seguirá por la vida hasta el día de hoy! Pedro las sabe todas...
 
                “¡Ah, y además... a Atlanta no voy ni loca!” le dije.
 
                  El Negro Rolo me llevó aparte y me dijo que si los esperaba hasta que terminara el acto a él y a Rubén que vivían en el mismo departamento, me llevaba compartimentada a dormir a su casa.
           
                  Los esperé en la Confitería Jockey Club de Cerrito y Sarmiento hasta no sé qué hora de la madrugada. Yo, con el vestido celeste mini, la panza, el bolso marrón con todas mis pertenencias, entre ellos el 38 y el Knirps chato.
           
                  Me pasaron a buscar y me llevaron con los ojos de oveja cansada entornados a su departamento. Comimos algo. Rolo me dejó su cama que estaba en el dormitorio al lado del baño y se fue a dormir al comedor con Rubén.
           
                 Al día siguiente me tenía que ir con ellos temprano y yirar por la ciudad hasta que salieran del trabajo. Mientras llamé a mi vieja y la cité con todo tipo de precauciones en el Hospital Tornú.
 
                 Mi padre tuvo que ir a Rojas a ver en qué condiciones estaba. Siempre cuenta que, cuando fue a abrir el departamento, oyó un ruido y su esfínter se debe haber puesto nervioso. Además tuvo que tirar los canelones podridos y todo lo que había ahí. Mi padre, por esa época, no sabía ni hacerse un té ni cocinarse un huevo frito. Me imagino, pobre, su angustia.... Pero lo hizo....
           
                 Cuando fuimos a la nueva cita, el Negro Pedro tuvo que admitir que habían caído y que él me había contestado así porque la mañana anterior Osatinsky había pasado por la casa de Paco en 11 de septiembre y no había visto nada raro... Siempre lo mismo. Vale la voz de los superiores!!! No había pasado nada todavía en 11 de septiembre. Había pasado en Dixie, en Tortuguitas!!!
 
                  Como no habían sido declarados como prisioneros y nadie sabía nada ni dónde estaban ni qué había pasado... nosotros, con Rolo y Rubén, empezamos a llamar a los diarios a decir los nombres de Uds. y que se temía que estuvieran secuestrados. Una semana más tarde, ante una acción armada del ERP en Córdoba, los blanquearon.
 
22 febrero 1973

 
                Al menos sabíamos dónde estaban y tu familia te podía ir a ver. Tu vieja, Cata y tu hermano, Jorge.
 
                Oficialmente yo no era tu mujer.
 
                Un día me citó la Gorda Amalia que estaba por encima del Negro Pedro en la Pizzería San Carlos de Rivadavia y Medrano.
 
                Fui con Rolo y mandé al frente a Pedro que me había tomado por boluda. La Gorda prometió una reunión. Después Rolo me hizo notar que en la mesa de al lado estaba justamente Marcos Osatinsky. Yo, como siempre despistada para las caras, ni me había dado cuenta.
           
                Cuando se hace la reunión con Amalia en el departamento de Rolo, yo estaba descompartimentada porque un tachero un día que traía Rubén repitió tanto el nombre de las calles que terminé despertándome. Vivíamos en Aguirre y Gurruchaga.
           
                Terminada la reunión que fue un jolgorio de mis habilidades diplomáticas, la Gorda Amalia pidió hablar conmigo a solas un momento. Raro en ella que era una persona muy seria.
           
                Yo pensé que se me venía todo encima justamente porque en la reunión habíamos empezado en ronda por un lado con Rubén y Rolo y terminé yo como para dar el tiro de gracia.
           
                Cuando pasamos al dormitorio, Amalia me contó que había hablado con Lilí -a la que ya habían puesto en libertad junto con Claudia, la hija de Paco-. Me dijo que Lilí había compartido con vos un viaje en celular de o a Tribunales y que vos le habías pedido que, ante cualquier eventualidad, me dijera que era yo a la que querías. Y eso me lo estaba diciendo la Gorda Amalia con toda compinchería de casi adolescentes, a mí, con mi panza casi reventando... 
 
                La Gorda Amalia a la que sólo la volvería a ver muy pocas veces más... En ese lugar que fue mi refugio hasta que me fui poco antes de parir a lo de Berto, el amigo-hermano de mi familia, que me tuvo en su casa de Arribeños en el fondo y que le pidó a su hija adolescente Susi que me dejara tranquila, que no me molestara, antes de irme a Campana, a Floresta a lo de mi tía Sara para que de ahí me llevaran a la Sardá en donde me atendió Alfredo Otalora, compañero al que me había llevado Norma, la mujer del Negro Juan a que me atendiera cuando vos estabas adentro.
           
                Este año nos saludaremos especialmente para San Valentín y te reíste cuando me dijiste que era sólo por San Valentín y no por ese 14 de febrero de hace 43 años.
 
                Pero nos vendrán siempre esos fantasmas del 14 de febrero.
               
                Los buenos y los malos. Los valientes y los cobardes.
               
                Los que me hicieron bien y mal.
               
               Nasserito, que tenía una cita conmigo y mandé a Mecha  -que ya no está- a avisarle al bar de enfrente del Parque Lezica: “Cuando lo veas no te vas a confundir, sólo puede ser clandestino en el Sahara...” Y Mecha lo reconoció y le avisó. Y después fue a llevarle unos anillos a tu hermano a Antequera, porque él militaba de antes con nosotros y conocía Antequera, para que los vendiera y te llevara algo a Devoto. Y después del 25 de mayo cuando lo volví a encontrar estaba asombrado de la inteligencia de la compañera que le avisó por cómo lo reconoció. Y él era un Arafat chiquitito... ¡Cómo no lo iba a reconocer!
                            
                 Todos esos fantasmas que están y que no están. Norma, la mujer de Juan, Rolo -Ricardo Aragón- que murió en diciembre del 76 que dejó una hija y unos padres huérfanos de él, Rubén del que sólo sé que era de Azul, la Gorda Amalia haciendo de Cupido conmigo... Y otros como Mecha, Berto, el único peronista aceptado en mi familia y al primero que le conté de mi militancia, Lydia, su mujer que murió tan joven y él se murió detrás dejando una hija, Susi, mi prima postiza... Paco, que hacía las críticas a los poemas que yo te mandaba por Pedro, tu abogado, mi tía Sara que me tuvo hasta antes de parir y después y mi tío Segundo y mis primos... mi madre que esperaba con locura a ver qué salía de ese parto tan largo en la Sardá mientras Otálora me visitaba a ver cómo estaba... y ese nacimiento de un bebé cabezón... y tu hermano Jorge viniendo a sacarme fotos, cosa que no era usual porque no existían las selfies para llevarte a vos a Devoto.... y tu madre que te llevó a Mariano a la Cárcel el viernes antes de que salieras y en realidad lo hizo entrar por la hermana de Gustavo Stenffer, como si fuera hijo de ella... y vos lo reconociste inmediatamente a ese cabezón que tenía tus mismos dedos... ...
           
                  Este post del 2011 actualizado es para los valientes que se juegan por sus amores, por sus seres queridos, por lo que creen que es bueno para los demás...
      
                   Y también para vos, San Valentín, no sea cosa de que te pongas celoso...
 
                   Y para Eros - Cupido, también.
 
©® A. S. Memorias impertinentes

miércoles, febrero 02, 2011

Lo conocí a Jorge en el patio de la calle Antequera cuando iba al cuarto gris en donde nosotros refugiábamos nuestro amor y yo subía la escalera salteando escalones rotos y salteando vacíos. Seguramente era octubre de 1964. Cuando me lo presentaste como tu hermano, su respuesta fue: "¡¿Así que sos el nuevo mono que viene al circo Labraña de la calle Antequera?!" A lo que en mis soberbios dieciséis años -él me llevaba casi diez- contesté: "¡Sí!". Después de eso tuvimos conversaciones, encontronazos, observaciones irónicas, canjes de discos por libros y de libros por discos... De todo.
Jorge era fotógrafo, le gustaban los árboles y la historia de los árboles y era uno de los basurólogos más importantes de la ciudad.
Me sacó mis más lindas fotos de adolescente, me sacó mis fotos de embarazada y le sacó las primeras fotos en la Sardá a nuestro hijo bebé a los tres días para llevártelas a Devoto.
A veces nos íbamos con Mariano y con Sebastián en el Citroên a Paso del Rey a ver a Cata y muchas veces terminaba discutiendo o, si no, charlando de música, de libros, de cualquier boludez.
Cuando pasó por Amsterdam le di para leer uno de mis libros joya, El toro de Minos de Leonard Cottrell que me habías comprado en tu paso exilar por Río y que sería uno de los libros que elegiría para la isla desierta. Se lo di con la condición de que tenía que leerlo en ese tiempo y dejarlo porque era inconseguible. Cuando se volvió a Buenos Aires me di cuenta de que se lo había llevado. Lo llamé y le escribí puteándolo y conminándolo a mandármelo certificado para que no se perdiera. Cuando lo llamé protestaba y se cagaba de risa. Pero me lo mandó.

Hoy no encuentro más foto que ésta de la presentación de Tango, literatura e identidad, un día de diciembre en que hacía 40 grados y él se puso a discutir con José Luis Mangieri para cerrar el acto. Y yo decidí regalar los libros a los presentes.

Antes de anoche se murió y ayer lo acompañamos a Chacarita. Hoy su hijo y vos esperaron su cremación bajo el sol de Chacarita.
Jorge, seguramente no creías en nada. Pero yo creo que vos existís en nosotros con tus fotos, tus arbolitos, tus testarudeces, tus ironías, tus broncas, tus historias que contabas en la radio, tus erudiciones a veces sobre cosas que a nadie le importaban, tu enseñarle las estrellas a Mariano, tus orgullos y algunas otras cosas que nos dejaste para siempre... Para el siempre que nos queda por llenar... Nuestro duelo no está en vestirnos de negro... Está en recordar esas cosas... esa energía vital que querías mantener hasta el último mensajito o mail que enviaste. Está en recordarte.... hermano que no tuve...