lunes, marzo 08, 2021

 

Ochos de marzo....

 

Otro 8 de marzo y todos me saludan por el Día Internacional de la Mujer!!!! 

Y yo respondo todos los saludos...

En nuestra historia personal el 8 de marzo está y estará ligado siempre a un hecho nefasto de nuestra vida: la primera muerte joven que nos rozó.

 De ahí que salude a amigas, conocidas, compañeras, vecinas..., pero no tengo motivo de festejo.

            Cuando es la hora del ángelus, le prendo una vela a las almas de Chancho y de Manolo...

 

             El ballenato

 

                                                                                 A Diego Ruy Frondizi, Chancho, mi compinche, hermano de vida, y a Manolo Belloni, 

in memoriam por ese nefasto 8 de marzo de 1971 

- 8. 30 hs. en Rincón de Milberg.

 


Dibujo: Tom Eysenbach
De walvisjongen - De Groene Amsterdamer

[Nunca conoció a los personajes, sólo se inspiró en el relato]

          El otro grupo esperaba quizás a unos mil metros, no se sabe bien la distancia exacta. 

          Pero ellos venían en un remise que habían alquilado con chofer y todo, gracias al poderoso nombre del ex-jugador de rugby que tenía historia en el país.  De repente, cosa rara, el remise se quedó sin nafta. Nunca se sabrá si fue un hecho fortuito o desafortunado o si fue algo que intencionalmente hizo el chofer que era un muchacho de la misma edad de los otros tres que ocuparon su auto. De cualquier modo, el remise se detuvo en la calle tranquila del suburbio mientras la gente bostezaba.

 

El jefe, que luego tendría la pata rota, dio orden al más nuevo del grupo de que fuera a la estación de servicio más próxima y buscara un bidón con nafta. El y el ex-jugador de rugby se sentaron en el cordón de la vereda a esperar y el chofer del remise en el medio, ensanguchado, no sea cosa que le dé por escaparse y los demás nos están esperando para concretar todo. Era marzo y el sol crecía a las ocho y cuarto de la mañana y ya hacía calor y ahí estaban esperando, esperando al otro que tenía que traer la nafta para poder seguir y cumplir con lo planificado. El ex-jugador de rugby seguro que se mandó un chiste y todos se rieron aparentemente.

 

Desde la esquina el cuidador de la terminal de colectivos 157 vio a los tres personajes sentados en el cordón riéndose a las ocho y veinte de la mañana de ese lunes de marzo.

 

Allí esperaban algo, esperaban cualquier cosa, esperaban tal vez, como después dijo alguien, al Papa en bicicleta y, aunque estaban preparados para eso, lo que menos esperaban era la cana. A las ocho y veinticinco, de pronto apareció un jeep de la Provincia y al mejor estilo de los films yanquis saltó un sargento con la 9 reglamentaria en la mano y los intimó a que se entregaran.

 

El chofer del remise, del cual nunca se sabrá si desconectó la entrada de nafta a propósito o si fue pura mala pata, pegó un salto y corriendo hacia el jeep, dijo: "-¡Sálvenme, no tiren. Ellos me lleva...!" Cuando estuvo casi al lado, el tiro del sargento le dejó sólo un mal aliento, más fétido que el mal aliento mañanero y su cuerpo se quedó sin más en medio de la calle. La gente que bostezaba atrás de las persianas se agachó al oír los disparos.

 

El jefe dio la orden de resistir y comenzar a tirar y a correr en zig-zag como tantas veces lo habían practicado en los entrenamientos y a disparar con la pistola como lo habían aprendido en películas como El clan siciliano y La batalla de Argelia que era muy recomendables por lo instructivas. A los pocos zig-zag, el jefe fue herido en una pata y le dio la orden al ex-jugador de rugby de que huyera.

Este sacó su fuerza de jugador de rugby, de ballenato, y toda su rabia también y agarró al jefe, a su amigo, y seguramente pensó: "juntos en las buenas y en las malas" como las duplas de los gauchos de Artigas, aunque no es factible que en medio del tiroteo tuviera tiempo para referencias históricas.

 

Cazó el cuerpo del jefe, su amigo, y mientras tiraba corriendo todavía en zig-zag, arrastraba como un ballenato a su amigo orientado por el olor del río, por el olor de la playa.

 

Cuando se le terminaron las balas, a las ocho y treinta y cinco, el jefe le dio la orden de entregarse. Ya verían el verso que harían después a la cana, no tenía sentido seguir corriendo hasta que los cocinasen a balazos.

 

El ex-jugador de rugby apoyó a su amigo contra un árbol, levantó las manos y se entregó tirando su Star 7.65.

 

El sargento, que ya tenía mentas de carnicero en la zona, apuntó al pecho. Al ballenato le quedó agujereada la camisa blanca y sus zapatos de goma quedaron en dirección al río. Hay quien después dijo que detrás de las persianas, entre tiros y puteadas, se escuchó un "¡Viva Perón, carajo!" Quizás no es así, pero siendo él, no es de extrañarse.

 

El jefe recibió un balazo en su hermoso pecho de Alain Delon del subdesarrollo, todavía un tiro de gracia, y el cielo, un poncho rojo. El pibe que había ido a buscar un bidón con nafta, al volver vio todo ese desbarajuste y tirando el bidón a la mierda, rajó como pudo. Pasó el día entre los juncales del río y recién se animó a salir a medianoche.

 

Los del otro grupo que esperaba a unos mil metros, no se sabe bien la distancia exacta, siguieron esperando y como no oyeron ni tiros ni vieron nada extraño, cuando el calor les hizo notar que ya había pasado más tiempo de espera que el de la cuenta, levantaron lo planeado y se fueron puteando al jefe y al ex-jugador de rugby porque seguramente eran unos boludos que llegaban tarde y nada más. Por la tarde Crónica reproducía la foto del ex-jugador de rugby con su nombre histórico, su camisa, "su camisa blanca que ella me planchó, compañero", y sus zapatones de goma.

 

El sargento de mentas, como diría Borges, que ya tenía fama por haber matado a sangre fría a un ratero, volvió a su casa a la nochecita donde lo esperaba su mujer con los ruleros puestos detrás de la cerca. Esa noche encontró la carne demasiado jugosa o demasiado cocida, no se sabe bien, y puteando se levantó de la mesa. Se fue al bodegón de la esquina y como en los viejos tiempos se contó sus proezas del día, mientras la dueña del boliche, una pelirroja más que cuarentona de caderas prominentes le servía una cerveza porque todavía era verano o tal vez fue una caña, tampoco se sabe bien, mientras él le acariciaba las nalgas anhelantes bajo la pollera.

 

El ex-jugador de rugby, es decir, el ballenato, nunca vería como era su sueño, las caderas ensanchadas de la que nunca sería la madre de sus hijos. Alguna que otra muchacha provinciana extrañaría sus manos en la pieza de servicio y él quedaría para siempre bajo el polvo de una bandera argentina.

 

Publicado originalmente en neerlandés.

Het Walvisjong , De Groene Amsterdammer, 24 augustus, 1983.

Traducción: H. Berkelmaans.

© ® Ana Sebastián, El ballenato y otras historias.





Querida Mamá de Diego:

 



         Hay oportunidades en que las palabras no terminan de expresar lo que nos conmueve. Hay oportunidades en que queremos hablar, pero las palabras se oscurecen en la caja cóncava de nuestra boca y, entonces, callamos. Hablan por nosotros los ojos iluminados por las lágrimas, las manos trémulas, el rostro enrojecido por el llanto, nuestro silencio.

 

         Lamentablemente, no hubo ocasión de hacerle llegar, al menos los gestos o el silencio que podían expresar nuestra pena, nuestro dolor irremediable. Ni tampoco pudimos darle nuestro abrazo para que comprendiera lo solos que quedábamos con la pérdida de Diego y de Manuel.  Sí, quedábamos, porque sabíamos que no tendríamos la risa clara y descontrolada, los ademanes arrebatados y las gesticulaciones espontáneas de Chancho –como lo llamábamos cariñosamente-, ni sus constantes ocurrencias, ni sus bromas. Sabíamos que no podríamos compartir más el puchero que devoraba mientras contaba anécdotas de sus hermanos o de los «viejos». Sabíamos también que no tendríamos su estímulo, su abrazo. Que lo volveríamos a ver hurgueteando en la vida ni tejiendo sus sueños mientras forjaba un tiempo nuevo. Sabíamos que no podría ver las caderas fecundas de la muchacha a quien quería hacer su compañera ni el parloteo de su hijo que saldría tan dicharachero como él.

 

         Quedábamos solos, es verdad. La ternura de Chancho y la sobriedad de Manuel parecían haber quedado encerradas siniestramente una mañana perdida de Milberg. Pero no lo queríamos creer. Nos encontrábamos mancos, sin luz, íbamos a buscar a Manolo y a Diego y nos encontrábamos con una silla vacía y un bar que parecía ni siquiera registrar sus pasos. Abríamos una puerta y su saco, su camisa parecía una burla, una tétrica burla.

         Pero nos encontramos, y poco a poco, nos dimos cuenta: tal compañero hizo un gesto de Chancho y aquél nombró un objeto familiar con el nombre que él lo nombraba y el otro estuvo contando tal o cual anécdota de Chancho. Ahí estaba Chancho. El día comenzaba de nuevo. Y Chancho a nuestro lado, sentado, discutiendo, la camisa prestada de Marcelo, los pantalones arrugados a veces, ocultando su pierna nerviosa, los zapatos de goma que le compró un día Chancho Viejo –Don Ricardo-, después de que estuvo enfermo este invierno, el llavero que le regó su otro hermano, su anillo, su mano tendida y cálida y su corazón... su corazón blanco como un manantial. Y ya no estamos solos. Y  Diego tampoco. Diego no está solo porque sabe que enarbolamos otra vez la bandera caída y, aunque no lo escuchemos, está junto a nosotros mientras en nuestras manos está su bandera o caigamos con ella. Por eso no le decimos adiós. Esto no pretende ser un consuelo. Sería inútil: sabemos que el consuelo no existe.

 

         Sólo queríamos hacerle llegar nuestro abrazo a Don Ricardo y un beso, un beso tierno sobre su frente madre que tanto quería Diego.

 

                                                                                                                                                      Sus compañeros.

                                                                                                                                                      Abril 8, 1971. 




 En la bóveda de Diego que pertenecía a la familia de su madre, todavía hay unas placas con fragmentos de unos poemas míos de ese entonces que Don Ricardo Frondizi -Chancho Viejo- hizo colocar en ambas bóvedas...



lunes, marzo 01, 2021

 

Raúl –Cacho- Santana

RIP!

             Otro gajo de nuestra vida que se nos va....

        In memoriam

         

       Cuando anoche me enteré por Facebook por el post de Miguel Levy de la muerte de Cacho Santana  -como lo llamábamos-  puse:

         «¡Noooo! 

         El loco Santana! Qué terrible!!    y una perífrasis de Julián Centeya:  

        Se nos están yendo las cosas... [la gente], negro... 

        Y eso no tiene remedio!      RIP!».

 

         A los pocos minutos me llamabas vos y te contaba y te agarró una terrible angustia... Y me sentí como si fuera Andresito Bellagamba que, en el pueblo de mi familia paterna, era el portador de malas noticias... Pero vos no sos de estar en redes... y yo también estaba y estoy triste porque así, poco a poco, se nos va desgajando, desgranando parte de nuestra vida también.

 

Lo conocí a poco de empezar a salir juntos nosotros... allá por 1964, en La Comedia. 

 

Raúl se había criado en el corazón del barrio de Constitución en la casa en donde su madre tenía una fonda en Salta y el Pasaje Ciudadela. A la vuelta estaba el entonces Teatro Variedades construído por el arquitecto alemán Karl Nordmaan  -el mismo que construyó El Coliseo- situado frente a la Plaza en una manzana chica entre Garay y Salta con entrada por Lima 1615. Inaugurado el 11 de mayo de 1909 por la Compañía de la artista italiana Emma Gramática con la obra Divoziamo del francés Victorien Sardou, tenía muchísimo movimiento de distintos grupos teatrales extranjeros y nacionales, entre ellos el  del Director Enrique de Rosas con quién debutó nada menos que Luis Arata  en 1914. Una vez terminada la función, los artistas y toda la gente de atrás de bastidores marchaba a la Fonda de la Mamá de Cacho a comer y tomar como corresponde y así, de ese modo, los artistas habitués  eran el salvavidas ecónómico de la familia.

 

El Variedades era un verdadero lujo en la zona hasta que fue derribado en 1961. Y en ese ambiente mezclado con el del otro público del barrio, Cacho se fue criando, abriendo los ojos y los oídos aprehendiendo todo lo que volaba por el aire, sobre todo, las palabras, la belleza, la sofisticación y la realidad a veces extravagante y lejana...

 

En la época en que lo conocí compartíamos los mismos cafés de Corrientes y vos lo conocías desde tu nacimiento porque te llegó a acunar entre sus brazos.

 

Con los de su generación formaban un grupo desigual en algunas cosas y compacto en otras...  Allí estaban, además de Horacio Pilar, Norberto Vilar, tu hermano mayor, Jorge Labraña, Miguel Levy... Y nosotros éramos casi tangentes por, justamente el conocimiento que tenían de vos...  Aunque no éramos del todo ajenos.

 

Cacho Santana estaba casi siempre en compañía de Horacio Pilar, con quien solía formar una dupla histórica con afinidad de gustos, con alternancia de ideas, con objetivos comunes, pero con ese signo que solía identificar la porteñidad: la amistad.

 

Por esos días se lo veía atronar con su voz particular y su estilo imponente los bares de Corrientes intentando ser una especie de Maiakovski porteño bajo la Cruz del Sur y de cara al Obelisco.

 

Y no se lo podía ignorar como tampoco a Pilar que era casi lo contrapuesto en discreción... La poesía de cada uno de ellos era particular y propia como propia era su voz. Sólo que Cacho Santana, que tenía, además, la habilidad prodigiosa de haber ejercitado la memoria  -no sé si con el mismo método que utilizaba Horacio Ferrer o  con otro-, se permitía repetir poemas propios y ajenos sin temor al furcio o a la equivocación. Incluso se cuenta que Horacio Pilar se olvidó de algo que había escrito y lo recuperó gracias a la memoria elefanteásica de su amigo...

En esa época era esencialmente poeta.

.         Entre sus publicaciones están Diario de metáforas en 1971, Lengua Materna, 1981 y Mácula, 1986.

 

Los caminos se dividen...

Los caminos se juntan...

 

Fue periodista especializado en arte y sobre todo gran conocedor del arte del Siglo XX y XXI.

Colaboró en Pluma y pincel, Pájaro de fuego, La Opinión, Clarín, Confirmado, Tiempo Argentino, Página 12, Artinf y Arte al día.  

En Arte Argentino Contemporáneo -Editorial Ameris, Madrid, 1979- hay artículos de él sobre Rómulo Macció, Kenneth Kemble, Carlos Gorriarena, Alberto Heredia, Marta Peluffo, Pablo Suarez, Héctor Giuffré y Florencio Méndez Casariego.

 Escribió los ensayos Héctor Giuffré: una apertura hacia lo real, 1980..

Además de artículos y estudios sobre Leopoldo Presas, Emilia Gutiérrez, Eduardo Lozano, Mariano Sapia, María Luz Seghezzo, Gertrudis Chale, Miguel Ocampo, Elena Visnia, Antonio Seguí, Juan Cavadas, Ernesto Deira, Jorge de la Vega, Luis Felipe Noé, Alfredo Gramajo Gutiérrez, Ramón Gómez Cornet, Roberto Páez, Armando Sapia, Alejandro Argüelles, entre tantos otros.

 

Cuando ya el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires había dejado de estar en el Centro Cultural Gral. San Martín para pasar a San Juan 350, rebautizado MAMba, fue su director entre 1991 y 1997.

De su gestión se recuerdan exposiciones como la de 1993 del alemán Joseph Beuys [1921 – 1986] que era un verdadero vanguardista del Grupo Fluxus [con gran desarrollo en Europa, Estados Unidos y Japón a partir de mediados de la década de 1960]. Beuys había trabajado con medios y técnicas clásicas de la escultura y la pintura en combinación con la performance, el happening e incluso el uso del video y diversas instalaciones de otro tipo.

 

En 1994 organizó la exposición del Grupo CoBrA, uno de los movimientos artísticos más importantes del Siglo XX, fundado originalmente en París en 1948 por el artista danés Asger Jorn y el poeta y pintor belga Christian Dotremont. Fue interrumpido por ciertas disidencias en 1951, pero como ya estaba diseminado entre los Países Bajos, Bélgica y Dinamarca tomó ese nombre de sus capitales como acrónimo de «Copenhague, Bruselas, Amsterdam» que eran las ciudades de origen de sus fundadores.  Llegó a editar diez números de la revista homónima ya que sus miembros eran polifacéticos cultivando también otras artes como la poesía y la música. Allí estuvieron desde el arquitecto neerlandés Aldo Van Eyck al pintor francés Jean Dubuffet, al escritor neerlandés Hugo Claus, al pintor y poeta Lubertus Jacobus Swaanswijk  -conocido por el seudónimo de «Lucebert»-, el pintor francés Jean Michel Atlant, entre otros. Al principio muchos adherían al comunismo, del que se fueron alejando por razones tanto políticas por estar contra el totalitarismo como por razones estéticas porque también estaban en contra del “realismo socialista” y ellos se basaban desde lo ingenuo y lo situacional a la creación vanguardista.

En el MAMba también organizó las muestras de los argentinos Carlos Gorriarena, Clorindo Testa, Alberto Greco y Narcisa Hirsch, etc.

Integró jurados a nivel nacional e internacional.

En 1993 fue distinguido por el gobierno francés con el título de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.

En 2002 y 2003 se desempeñó como Director del Palais de Glace, de Buenos Aires.  Y después, como asesor y curador en el Centro Cultural Recoleta.

En 2006 publicó Huellas del ojo. Una mirada al Arte Argentino y en 2017, Escritos del Arte Argentino.

Y en 2010, su antología poética Gramática de la fuga.

Si pasábamos por su casa de Colegiales – Palermo a veces le tocábamos el timbre y allí le dejaba yo nuestras publicaciones.

En 1996, cuando Enrique Puccia hijo organizó la Antología Oral de la Poesía Argentina en el Centro Cultural Gral. San Martín compartimos la misma mesa de lectura... si no me equivoco, también estaba Horacio Pilar. Yo, emocionada, porque los veía como una especie de guardaespaldas poéticos míos...  

La última vez que lo vi, creo que fue en 2010 cuando presenté mi último libro de poemas De Mortales & Fantasmas – Los brazos del olvido en el Centro Cultural Recoleta, lo saludé y lo invité, pero, para lo que era él o lo que nosotros conocíamos de él, estaba bastante retraído.

 

Vivió por el mundo desparramando ideas, poemas y voces.

Y así seguirá en donde se encuentre...

                 

                RIP!!! 


©® Ana Sebastián, Memorias impertinentes, 2021.


 


Lengua materna

Boca desnuda y ávida

con obstinación despegas los labios

alimentas una garganta que hace flamear la lengua

 

como si esa imitación del viento

restara muerte.

 

          Conversación de otoño

          Mañana limpia bulliciosa,

          mi hija conversa con un pájaro

          acerca del aroma de una hoja de limón.