sábado, marzo 26, 2011

Éste es el dibujo de Tom Eysenbach para De Walvisjong, la versión holandesa que apareció en De Groene Amsterdamer en 1983 ilustrando los últimos momentos de Diego y de Manolo, a quienes no conocía y no había visto ninguna foto, simplemente lo hizo en base al relato.

Yo hasta el día de hoy no conozco personalmente a Jan Eysenbach a quien le agradezco la ilustración.

martes, marzo 08, 2011



Hoy es 8 de marzo y todos me saludan por el Día Internacional de la Mujer!!!! Y yo respondo todos los saludos... Pero, lamentablemente, en mi historia, el 8 de marzo está asociado siempre a un hecho nefasto de nuestra vida, la primera muerte que nos tocó de cerca. Por eso saludo a todas mis amigas - parientes - conocidas - compañeras - vecinas..., pero no festejo.

Sólo espero la hora del angelus y le prendo una vela al alma de Chancho y de Manolo...



EL BALLENATO





A Diego Ruy Frondizi, Chancho, mi compinche, hermano de vida y a Manolo Belloni, in memoriam por ese nefasto 8 de marzo de 1971 - 8. 30 hs. en Rincón de Milberg.


El otro grupo esperaba quizás a unos mil metros, no se sabe bien la distancia exacta. Pero ellos venían en un remise que habían alquilado con chofer y todo gracias al poderoso nombre del ex-jugador de rugby que tenía historia en el país. De repente, cosa rara, el remise se quedó sin nafta. Nunca se sabrá si fue un hecho fortuito o desafortunado o si fue algo que intencionalmente hizo el chofer que era un muchacho de la misma edad de los otros tres que ocuparon su auto. De cualquier modo, el remise se detuvo en la calle tranquila del suburbio mientras la gente bostezaba. El jefe, que luego tendría la pata rota, dio orden al más nuevo del grupo de que fuera a la estación de servicio más próxima y buscara un bidón con nafta. El y el ex-jugador de rugby se sentaron en el cordón de la vereda a esperar y el chofer del remise en el medio, ensanguchado, no sea cosa que le dé por escaparse y los demás nos están esperando para concretar todo. Era marzo y el sol crecía a las ocho y cuarto de la mañana y ya hacía calor y ahí estaban esperando, esperando al otro que tenía que traer la nafta para poder seguir y cumplir con lo planificado. El ex-jugador de rugby seguro que se mandó un chiste y todos se rieron aparentemente. Desde la esquina el cuidador de la terminal de colectivos 157 vio a los tres personajes sentados en el cordón riéndose a las ocho y veinte de la mañana de ese lunes de marzo. Allí esperaban algo, esperaban cualquier cosa, esperaban tal vez, como después dijo alguien, al Papa en bicicleta y, aunque estaban preparados para eso, lo que menos esperaban era la cana. A las ocho y veinticinco, de pronto apareció un jeep de la Provincia y al mejor estilo de los films yanquis saltó un sargento con la 9 reglamentaria en la mano y los intimó a que se entregaran. El chofer del remise, del cual nunca se sabrá si desconectó la entrada de nafta a propósito o si fue pura mala pata, pegó un salto y corriendo hacia el jeep, dijo: "-¡Sálvenme, no tiren. Ellos me lleva...!" Cuando estuvo casi al lado, el tiro del sargento le dejó sólo un mal aliento, más fétido que el mal aliento mañanero y su cuerpo se quedó sin más en medio de la calle. La gente que bostezaba atrás de las persianas se agachó al oír los disparos. El jefe dio la orden de resistir y comenzar a tirar y a correr en zig-zag como tantas veces lo habían practicado en los entrenamientos y a disparar con la pistola como lo habían aprendido en películas como El clan siciliano y La batalla de Argelia que era muy recomendables por lo instructivas. A los pocos zig-zag, el jefe fue herido en una pata y le dio la orden al ex-jugador de rugby de que huyera. Este sacó su fuerza de jugador de rugby, de ballenato, y toda su rabia también y agarró al jefe, a su amigo, y seguramente pensó: "juntos en las buenas y en las malas" como las duplas de los gauchos de Artigas, aunque no es factible que en medio del tiroteo tuviera tiempo para referencias históricas. Cazó el cuerpo del jefe, su amigo, y mientras tiraba corriendo todavía en zig-zag, arrastraba como un ballenato a su amigo orientado por el olor del río, por el olor de la playa. Cuando se le terminaron las balas, a las ocho y treinta y cinco, el jefe le dio la orden de entregarse. Ya verían el verso que harían después a la cana, no tenía sentido seguir corriendo hasta que los cocinasen a balazos. El ex-jugador de rugby apoyó a su amigo contra un árbol, levantó las manos y se entregó tirando su Star 7.65. El sargento, que ya tenía mentas de carnicero en la zona, apuntó al pecho. Al ballenato le quedó agujereada la camisa blanca y sus zapatos de goma quedaron en dirección al río. Hay quien después dijo que detrás de las persianas, entre tiros y puteadas, se escuchó un "¡Viva Perón, carajo!" Quizás no es así, pero de él, no es de extrañarse. El jefe recibió un balazo en su hermoso pecho de Alain Delon del subdesarrollo, todavía un tiro de gracia, y el cielo, un poncho rojo. El pibe que había ido a buscar un bidón con nafta, al volver vio todo ese desbarajuste y tirando el bidón a la mierda, rajó como pudo. Pasó el día entre los juncales del río y recién se animó a salir a medianoche. Los del otro grupo que esperaba a unos mil metros, no se sabe bien la distancia exacta, siguieron esperando y como no oyeros ni tiros ni vieron nada extraño, cuando el calor les hizo notar que ya había pasado más tiempo de espera que el de la cuenta, levantaron lo planeado y se fueron puteando al jefe y al ex-jugador de rugby porque seguramente eran unos boludos que llegaban tarde y nada más. Por la tarde Crónica reproducía la foto del ex-jugador de rugby con su nombre histórico, su camisa, "su camisa blanca que ella me planchó, compañero", y sus zapatones de goma. El sargento de mentas, como diría Borges, que ya tenía fama por haber matado a sangre fría a un ratero, volvió a su casa a la nochecita donde lo esperaba su mujer con los ruleros puestos detrás de la cerca. Esa noche encontró la carne demasiado jugosa o demasiado cocida, no se sabe bien, y puteando se levantó de la mesa. Se fue al bodegón de la esquina y como en los viejos tiempos se contó sus proezas del día, mientras la dueña del boliche, una pelirroja más que cuarentona de caderas prominentes le servía una cerveza porque todavía era verano o tal vez fue una caña, tampoco se sabe bien, mientras él le acariciaba las nalgas anhelantes bajo la pollera. El ex-jugador de rugby, es decir, el ballenato, nunca vería como era su sueño, las caderas ensanchadas de la que nunca sería la madre de sus hijos. Alguna que otra muchacha provinciana extrañaría sus manos en la pieza de servicio y él quedaría para siempre bajo el polvo de una bandera argentina.

Publicado originalmente en holandés
Het Walvisjong , De Groene Amsterdammer, 24 augustus, 1983.
Traducción: H. Berkelmaans.
Ana Sebastián, El ballenato y otras historias.