domingo, septiembre 27, 2015


LUNA ROJA...
                        Hoy a la mañana oí a alguien que se refería al eclipse que sucederá esta noche y a la luna roja e hizo mención a la canción de Soda estéreo...

                         Inmediatamente me pregunté si esta era líquida tal vez no conocía que había otros que hablaron de la luna roja mucho antes y me acordé de la luna sangrienta de Quevedo, de la luna roja de Arlt, de las lunas que menciona Borges en su poema homónimo y antes de que la luna se ponga roja decidí postear los textos aludidos...

 
 FRANCISCO DE QUEVEDO
Al Duque de Osuna
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas
de quien él hizo esclava la Fortuna.
 
 Lloraron sus envidias una a una
 con las propias naciones las extrañas;
 su tumba son de Flandes las campañas,
 y su epitafio la sangrienta luna.
 
 En sus exequias encendió el Vesubio
 Parténope, y Trinacria al Mongibelo;
 el llanto militar creció en diluvio.
 
  Diole el mejor lugar Marte en su cielo;
 la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
 murmuran con dolor su desconsuelo. 
 
ROBERTO ARLT
La luna roja
 
Súbitamente, sobre el tanque de cemento de un rascacielos apareció la luna roja. Parecía un ojo de sangre despegándose de la línea recta, y su magnitud aumentaba rápidamente. La ciudad, también enrojecida, creció despacio desde el fondo de las tinieblas, hasta fijar la balaustrada de sus terrazas en la misma altura que ocupaba la comba descendente del cielo.
 
JORGE LUIS BORGES  -  LA LUNA

                               


                                                                                 

Cuenta la historia que en aquel pasado
tiempo en que sucedieron tantas cosas
reales, imaginarias y dudosas,
un hombre concibió el desmesurado

Proyecto de cifrar el universo
en un libro y con ímpetu infinito
erigió el alto y arduo manuscrito
y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
cuando al alzar los ojos vio un bruñido
disco en el aire y comprendió, aturdido,
que se había olvidado de la luna.

La historia que he narrado aunque fingida,
ben puede figurar el maleficio
de cuantos ejercemos el oficio
de cambiar en palabras nuestra vida.

Siempre se pierde lo esencial. Es una
ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
de mi largo comercio con la luna.

No sé dónde la vi por vez primera,
si en el cielo anterior de la doctrina
del griego o en la tarde que declina
sobre el patio del pozo y de la higuera.

Según se sabe, esta mudable vida
puede, entre tantas cosas, ser muy bella
y hubo así alguna tarde en que con ella
te miramos, oh luna compartida.

Más que las lunas de las noches puedo
recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon
que da horror a la halada
y la luna sangrienta de Quevedo.

De otra luna de sangre y de escarlata
habló Juan en su libro de feroces
prodigios y de júbilos atroces;
otras más claras lunas hay de plata.

Pitágoras con sangre (narra una
tradición) escribía en un espejo
y los hombres leían el reflejo
en aquel otro espejo que es la luna.

De hierro hay una selva donde mora
el alto lobo cuya extraña suerte
es derribar la luna y darle muerte
cuando enrojezca el mar la última aurora.

(Esto el Norte profético lo sabe
y tan bien que ese día los abiertos
mares del mundo infestará la nave
que se hace con las uñas de los muertos.)

Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
quiso que yo también fuera poeta,
me impuse, como todos, la secreta
obligación de definir la luna.

Con una suerte de estudiosa pena
agotaba modestas variaciones,
bajo el vivo temor de que Lugones
ya hubiera usado el ámbar o la arena,

De lejano marfil, de humo, de fría
nieve fueron las lunas que alumbraron
versos que ciertamente no lograron
al arduo honor de la tipografía.

Pensaba que el poeta es aquel hombre
que, como el rojo Adán del Paraíso,
impone a cada cosa su preciso
y verdadero y no sabido nombre,

Ariosto me enseñó que en la dudosa
luna moran los sueños, lo inasible,
el tiempo que se pierde, lo posible
o lo imposible, que es la misma cosa.

De la Diana triforme Apolodoro
me dejó divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
y un irlandés, su negra luna trágica.

Y, mientras yo sondeaba aquella mina
de las lunas de la mitología,
ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
la luna celestial de cada día.

Sé que entre todas las palabras, una
hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
con humildad. Es la palabra luna.

Ya no me atrevo a macular su pura
aparición con una imagen vana;
la veo indescifrable y cotidiana
y más allá de mi literatura.

Sé que la luna o la palabra luna
es una letra que fue creada para
la compleja escritura de esa rara
cosa que somos, numerosa y una.

Es uno de los símbolos que al hombre
da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
pueda escribir su verdadero nombre.

 
 

martes, septiembre 08, 2015




 Serie: Textos de escritores amigos

JOSÉ RENTES DE CARVALHO

Dos culos, tango y manteca

Sería cruel diseñarle el físico o describir los tics. Baste notar que es del tipo Stalker, hace años que en uno u otro evento viene derecho hacia mí, la sonrisa lista, la cámara a manera de una pistola.
La mano apretada, va derecho al asunto, esperando dejarme pasmado o por lo menos que sonría.
Esta vez fue su mítico viaje por Europa en 1970. ¿Habrá dicho en el 72, en el 69? No oigo bien, siempre hay mucha gente,  mucho barullo, por mucho menos se me va la atención. Pero poco importa.
Él cuenta que ni bien llegó a Amsterdam se quedó de inmediato boquiabierto. Y no por los canales ni por las jóvenes esbeltas, rubias, desinhibidas, por la inseguridad de saberse unos metros abajo del nivel del mar. Fue, sí, por un cartel en la  marquesina de un cine, propaganda para aquel entonces del muy discutido film Los cuentos de Canterbury.



- Era gigantesco. ¡El nombre de la película en letra muy chica y dos culos muy grandes, realmente muy grandes y mirando hacia la calle! Por acá nunca se había visto eso. Todavía estábamos muy atrasados.


Después fui a Paris. Por causa de Marlon Brando en Último Tango en París. Acá no se podía. ¿Viste?

El último tango en Paris
        de Bernardo Bertolucci
Script compartido
con Agnès Varda & Franco Arcalli
   Música: Gato Barbieri
Programa original de Cinema Uno
Buenos Aires 1973
presentada sólo una semana,
censurada y sacada de cartel.


María Schneider y Marlon Brando


- Sí.

- Entonces ya sabés, pero para mí fue una novedad. ¿No  es que la manteca se usa sólo para untar el pan, no? ¿Me comprendés, no?

Seguro de mi respuesta, se dio vuelta, me dio la espalda. Se fue con la cámara a apuntar a otro.

®©José Rentes de Carvalho, mayo 27, 2013
®©Versión libre autorizada: Ana Sebastián, 2015.







domingo, septiembre 06, 2015

Serie: Textos de escritores amigos

JOSÉ RENTES DE CARVALHO
Un retrato


Es un rabioso de ésos a los que los ataques de rabia lo convierten en cómico, porque entonces rebolea los ojos, espuma en la boca, todo él se estremece como si sufriese el mal de San Vito.

El fuerte impulso de su rabia es la envidia. Envidia del talento ajeno, del éxito que quería tener y no alcanza, el reconocimiento dado a éste o a aquél y que esperaba para sí.

Tiene por meta el lucro y se vuelve tan fanático para  lograrlo de cualquier manera que no ahorra esfuerzo a punto de, físicamente, tomar el aspecto de los galgos que, exhaustos y sedientos, van al costado de los caminos.


Para cualquiera en su sano juicio bastaría el talento que Dios le dio, pero él no se contenta: quiere ése, más lo del vecino y también lo que el Altísimo, por distracción, dilapidó en los figurettis que le hacen competencia, los mismos que, sin parar, reciben premios, bendiciones y alabanzas.

Consigue el milagro de contraer los maxilares cuando habla, y de ahí, por resultado, las palabras que articula parecen voluntariamente asibiladas, como para que consideren mejor el chispear de los ojos.

Allá adentro, allá en el fondo, debe tener también buenas cualidades, por cierto conoce momentos de devoción y altruísmo.

Desgraciadamente, sólo se ve de él lo que no consigue esconder.



®© Rentes de Carvalho, José, 2014.
 ®© Versión libre autorizada: Ana Sebastián, 2015.