viernes, junio 20, 2014

veintes de junio art. 2º


20 de junio 1973
 

Yo me sentía cansada… a la noche nos reunimos con unos compañeros en el café de la esquina de Rojas y Rivadavia para ir a recibir a Perón a Ezeiza en ese día que se había denominado en forma rimbombante: ¡20 de junio de 1973. Día del Reencuentro Nacional!  

Como recién hacia dos meses que había sido madre, había dejado a mi bebé en la casa de mi madre que recién se había mudado con mi padre, mi abuela y mis tíos abuelos. ¡Ellos, encantados!

Después del parto, yo todavía no estaba “encuadrada “, como se decía sin saber que ése era un término de la jerga militar que nos había llegado a nosotros del francés, cuyo primer registro en Francia en sentido figurado es de 1796 como ‘conjunto de oficiales y suboficiales de la armada en tanto están destinados a dirigir y unir la tropa de soldados’. Y de ahí se consideraba alguien con fundamentos intelectuales y poder de mando.

Aparentemente era muy usado por Napoleón después de la Campaña de Italia que quería tener una tropa formada por “encuadrados”. Aquí en la época de los setenta se usaba como sinónimo de ‘orgánico’.  Algo que debo decir que nunca fui en su sentido estricto ya que siempre pensé que el individuo tiene derecho de discernimiento. Y eso no caía muy bien.

En fin, no estaba todavía reencuadrada, no tenía un lugar en donde militar. Entonces esa noche del 19 al 20 de junio de 1973 me encontré con esos compañeros a esperar la hora de la madrugada en que habíamos acordado reunirnos en Nazca y Rivadavia con los compañeros de la U. B. Capuano Martínez de Paez y Argerich y los muchachos que trabajaban en el Corralón de Mantenimiento de la Municipalidad que quedaba en la manzana de Gaona - Morón Gualeguaychú y Sanabria en donde se guardaban los camiones y carretillas de recolección de basura.


A pesar de vivir ahí nomás, a una cuadra y media, no había cenado y mientras tomábamos café para pasar la noche, cayó una compañera con unos sandwichs  de salchichón que yo engullí con toda gula.

Llegada la hora, nos fuimos rumbo a Nazca y Rivadavia en donde ya había una columna lista para salir para Ezeiza. La columna estaba encabezada por un Citroën 12 V con el techo sin capota con Luis Labraña, liberado el 25 de mayo de la cárcel de Devoto, al volante. En el mismo auto iba parada la abanderada, una compañera laburadora del sexo, enarbolando nuestro estandarte patrio con Néstor Sammartino y Cacho Ropero.

Néstor Sammartino

Iniciamos la marcha a pie hasta Ezeiza. A medida que avanzábamos, veía a una minita con un brazalete que la distinguía como si fuera un cuadro de la tropa napoleónica y trataba a la gente como tropa.

Con nosotros iba el camión de Sanidad a cargo de la compañera Irma Laciar de Carrica, enfermera y militante que sería secuestrada en el 18 de abril de 1977. Iba también su hijo Pelusa, que venía de una militancia adolescente en el C. D. O.  –y a quien recuerdan con cariño todavía los hermanos Pedro y Andrés Bevilacqua- junto a Cachito Gerez, Miguelito Foncuevas, Julio Goitía, el Gato, entre otros.
 
También venía con nosotros José, un compañero nuestro de la Juventud Revolucionaria Peronista  -J. R. P.- de Gustavo Rearte,  Eduardo Salvide y Miguel Bianchini, que había muerto en un tiroteo en Haedo el 21 de octubre de 1971 como miembro de las F. A. P. – Fuerzas Armadas Peronistas-.

A pesar del cansancio íbamos exultantes, cantando, alegres… Sentíamos que esa vuelta de Perón era producto de tantos sacrificios de nuestra juventud.

A las columnas de la J. P., Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, la Juventud Peronista, se sumaban las de otras organizaciones o de gente que venía suelta desde las distintas provincias, en familia a buscar a su líder, luego de 18 años de ausencia y de una breve estadía en el país en noviembre del 72.

Los compañeros de la Capuano Martínez ya eran reconocidos dentro de la J. P. como “los vándalos de Flores” porque nunca se amilanaban ante el peligro…

 
 
 
Yo tenía puesta mi campera de gamuza marrón, uno de mis pocos abrigos, regalo de mi viejo. Cuando ya avanzaba el mediodía me empecé a sentir mal, tuve que ir al costado de la ruta a vomitar: efecto del sándwich de salchichón  -que nunca más podría comer-. Cada vez mi hígado peor. De pronto me vino a apurar lo que mi futura amiga Cristina Onís llamaría “montonerita pusilánime”, la del brazalete y le dije que sentía mal, que tenía que ir al camión de Sanidad.
 
Se hizo la estúpida y no sé qué me contestó. Allí apareció José y vio lo descompuesta que estaba y, peleándonos con la del brazalete, me llevó al camión de Sanidad en donde la compañera Irma me metió en una camilla y empezó a tratar de curarme.
Irma Laciar de Carrica


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Desde esa camilla de pronto oí entre un tumulto de la multitud oí a alguien que gritaba seguro desde el micrófono del palco: "¡No disparen, por favor, no disparen!"… Yo sabía que Leonardo Favio estaba en el Palco con los muchachos que lo habían copado.


De pronto también los tiros, las ráfagas de metralla que pasaban por entre los árboles. Yo sabía que se había discutido si ir o no armados y se había optado por ir desarmados.

Nadie presagiaba esa emboscada de los del Palco con Lopecito y sus parapoliciales, el Gral. (R. E.) Jorge Osinde, la C. N. U., la Federal del comisario Villar, Norma Kennedy y gran parte de lo que se llamaría la “patria sindical”.

Finalmente se empezó a correr el rumor de que Perón no aterrizaba ahí, que ya había aterrizado en el Aeropuerto de Morón.

 
Allí quedaba la historia del retorno definitivo de Perón a la Patria…

Allí, con una gran cantidad de muertos sin sentido, entre ellos Beto - Horacio Simona, que fuera enterrado dos días más tarde en el Cementerio de San Miguel.

Allí, con heridos como Norma Arrostito que recibió un tiro en la pierna, nuestro viejo compañero de las F. A. P. al que llamábamos Cristianuchi porque se hacía pasar por el judío de La armada de Brancaleone.

Allí, con José Luis Nell, que iba al frente de la Columna Sur y que en cuanto se acercó al Palco para colocar las banderas de los Montoneros, alevosamente tiroteado por la espalda y quedó paralítico.

Nell había sido militante del M. N. R. T. – Movimiento Nacional Revolucionario Tacuara y uno de los asaltantes del Policlínico Bancario, había pasado por el M. R. P. y las F. A. P. - Fuerzas Armadas Peronistas y viajado a China y a Cuba. De vuelta, en Montevideo se incorpora a los Tupamaros y es encarcelado y se fuga del Penal de Punta Carretas con más de cien tupamaros.

José Luis Nell - Lucía Cullen - El padre Mugica
 
Al poco tiempo él y su mujer, la compañera Lucía Luján –Marcela [que había sido novia adolescente del Churi Escribano], que habían sido casador por el Padre Mugica  en 1972, poco después de la muerte del Churi en la Villa Comunicaciones de Retiro, se alejarían de Montoneros. Y ya en 1974 no soportando más su situación se hizo llevar por ella y unos amigos a una vía de ferrocarril abandonada en San Isidro en donde se pegó un tiro el 9 de septiembre de 1974.

         El 21 de junio sería otro día… Mi cuñado vendría a buscarnos porque a su hermano, Leonardo Favio, lo estaban amenazando de todos lados por sus acciones en Ezeiza…
Todo eso es otra parte de la misma historia…

 

Ese 20 de junio de 1973 terminaba cuando el rocío nocturno comenzaba a hacernos tener más frío y los tiros seguían arreciando…

La gente comenzó a empreder la vuelta.

Entre ellos, nosotros… yo en el camión sanitario hasta casi la esquina de mi casa…

Nada más patético… lúgubre… aciago…

La alegría del día se había transformado en una gran tristeza colectiva…

Todos volviendo con la cabeza gacha, abatidos, aniquilada la ilusión por la feroz realidad…

Entre ellos, nosotros… también abatidos…

El desaliento…
 
El amanecer de las sombras...

 

®© Ana Sebastián, Memorias impertinentes.

        

 

 

 

 

 


 

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