sábado, noviembre 05, 2011

Bijou

a Poupée, María Cristina Mazzuchelli de Luján (a) Soledad,
amiga que sí murió heroicamente y a quien los cholulos de la memoria olvidan...
No sea cosa de que se les aparezca el fantasma!!!

Poupée Mazzuchelli - 19 noviembre 1970

Las que estaba allí le envidiaban la juventud y el físico. Tenía veinte años o menos y un cuerpo que hacía darse vuelta hasta a los adoquines. El día que la conocí apareció de golpe entre las demás, todas mujeres de alrededor de los treinta, y yo, que tenía tres o cuatro años más que ella. Apareció, decía, en una bikini superestrecha que dejaba sus pechos medio al descubierto y nos preguntó cómo le quedaba. Yo no la había visto nunca. Sólo me imaginaba que debía ser la hermana menor de la amiga de una amiga mía que estaba allí. Cuando apareció con la bikini preguntando cómo le quedaba, todas le saltaron encima diciéndole que era escandalosa y que tenía demasiado busto para usarla. Ya entonces tenía yo habilidad para reconocer la envidia y tenía más, tenía el desparpajo de decirlo. Así que, ante el desencanto de las demás, yo opiné que la bikini le quedaba bárbara y que tenía unas tetas muy lindas y que tenía que lucirlas antes de que se le ajaran como a las demás. Claro, de ahí nació nuestra solidaridad. Ante la perplejidad y la bronca de las otras, ella me acompañó a comprar una bikini del mismo modelo y las dos salimos a pasear nuestra intrepidez por Mar del Plata.

Ella era la "nena" de una familia de cinco hermanas y un hermano. Una familia donde todos eran profesionales: médicos y dentistas. La menos profesional era su hermana Lucía, la amiga de una amiga mía, que, sin embargo, era profesora de música. Bijou era la última y era el encanto y la esperanza de todos. Su hermosura, ya desde chica, le había valido su sobrenombre. Ahora, al filo de los veinte, era -lo que se dice- una mina que estaba bien fuerte, que rajaba la tierra. Pero, en ese entorno de familiares y relaciones profesionales era una chica a la que no se la tenía en cuenta. Se menospreciaban sus opiniones y se la consideraba superficial, ya que lo profundo parecía ser exclusivo de los profesionales o de la fealdad. Ésta es una idea que tienen muchas feas y, a veces, con razón.

Bijou había comenzado arquitectura, sufría por el amor de un chico que la volvía loca con sus problemas edípicos y sufría también por la incomprensión de su familia. Cuando Bijou se insolentaba y le contestaba al padre con un tono fuera de la debida sumisión, éste, que era un energúmeno, le tiraba un provolone entero por la cabeza o la amenazaba con revolearle un sifón y Bijou venía muchas veces marcada. La madre cuidaba su virginidad y el padre la seguridad de su profesión.

Bijou era una chica sensible, pero, de verdad, era superficial. Sin embargo, su emotividad suplía los vacíos de su superficialidad. Ese año en que la conocimos fue un año muy difícil para nosotros que ya estábamos al borde de la vida clandestina. Bijou nos venía a ver, traía una botella de caña Legui y durante horas hablábamos de sus levantes, de su familia y, sobre todo del país, de nuestro país, de los reveses y derechos de la política. Bijou sabía muy poco de política: era de una inocencia increíble. Su padre profesional marcaba la ideología de la casa: todos estaban en la guita, en la posición. La única que se salvaba era Lucía, un poco más idealista, por un lado, pero con terribles traumas heredados de la autoridad paterna y con un gran amarretismo que le era su tabla para salvar el bajo status profesional que tenía con respecto a sus otros hermanos. Bijou venía a veces con sus conflictos, con sus preguntas y sus moretones. En casa conoció a otra gente y un día casi se muere cuando, en una Crónica de marzo del 71, encontró la foto de un amigo nuestro, al que ella había querido levantarse, asesinado por la policía. "Dime con quién andas..." Y ahí se dio cuenta con quienes andaba y ahí tomó real conciencia de lo que.pasaba en el país por ese entonces.

Nuestra relación se hizo cada vez más estrecha. Sus padres empezaron a odiarnos. Ella empezó a aparecer en las reuniones clandestinas, a ubicar al peronismo fuera del folklore y dentro de la auténtica realidad argentina y empezó a militar activamente. A Nuñez no iba ya a Arquitectura sino al Monumental.

Su odio le enronquecía la voz, pero no le hacía perder su belleza. Provocó escándalos organizativos. Se levantó a un tipo con futuro dentro de la estructura, un entonces llamado “responsable”. Se encamaron de pie, valga la contradicción, en el baño de la casa paterna mientras el padre vociferaba sobre las virtudes de la hija y yo le hacía pata hablando con unas beatas de la Acción Católica que le habían venido a saludar para su cumpleaños (porque ella, por ese entonces militaba en el frente eclesiástico donde ya había casi tentado a un cura a dejar los hábitos). El responsable quedó desilusionado porque no había virginidad que le pudiese romper, pero estaba tan enloquecido con su joyita que se terminaron casando a los tres meses. Ahí Bijou dejó de usar minishort y minifaldas porque su marido no sólo era celoso sino que era un responsable importante dentro de “La empresa" que, en nuestra jerga de entonces, era el aparato organizativo. Poco a poco ella se convirtió en una beata de la militancia, con la aceptación de las disposiciones de sus superiores como motivo de fe. Y, como muchas beatas, se mandaba sus cañitas al aire, pero las ocultaba. Sus grandes aptitudes físicas para el amor y para el tiro la hicieron subir dentro de la empresa. Lo que sí, nunca perdió, a pesar del cambio de actitud y posición, la superficialidad. Así, Bijou llegó al 73 embarazada y con grandes responsabilidades ella también.

El 25 de mayo de 1973 fue la catapulta para la burocratización organizativa: los chantas que se hicieron peronistas y revolucionarios en el 72 tuvieron cada vez más poder. Por ese entonces uno, o seguía al pie de la letra a los cuadros medios de la pequeñoburguesía o se exponía a todo tipo de epítetos como "loco" (lo cual significaba haber hecho alguna crítica interna), "fierrero", "disidente de derecha", "disidente de izquierda", etc. Bijou se volvió una joyita de verticalismo: cada vez menos autocrítica, más eficiente en el engranaje, más alta en el escalafón. Cada error era para ella un eslabón hacia la victoria; cada duda, un renuncie.

Nuestro alejamiento de Bijou había empezado mucho antes, cuando ella subía y nosotros criticábamos. Ella cada vez más consecuente con la organización, nosotros, cada vez más dudosos. Nunca más la volví a ver. Se batió con toda su valentía y toda su testarudez. Fue desfigurada por las granadas y seguramente le quedó una puteada colgando de su boca tan deseada. Su padre fue llamado por el II Cuerpo de Ejército. Sólo la reconoció por el lóbulo de la oreja. Su padre le pidió disculpas al comandante por tener "esa oveja negra" en una familia de profesionales. Dejó una hija que no sé dónde estará. Su padre la enterró en los alrededores de Buenos Aires y dijo a sus vecinos que su hija había muerto en un choque de autos. Cada vez que come un provolone se emborracha y le cuenta al que tenga la paciencia de escucharlo los sacrificios que él hizo para que sus hijos fueran profesionales.

De El ballenato y otras historias, Buenos Aires, 2003.

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