sábado, junio 24, 2006

24 de junio

Vinieron los profesores
de paleontología tanguera
y le buscaron
el huesito al esqueleto inexistente.
Con cucharita rastrearon polvo de cenizas
atrás del ADN
todavía no descubierto.
Con lógica de heurística rastrearon
documentos,
fuentes, partidas de nacimiento,
piedras fundamentales de Toulouse
o de cualquier otro meridiano,
las huellas en los puchos olvidados en el cenicero,
Discutieron si era fumador o no fumador.
Llevaron testamentos hológrafos
a peritos calígrafos tribunalicios.
Husmearon ropas, discos de pasta y,
-¿por qué no?- restos delicados
de la dama blanca perdedora de noctámbulos.
Constataron que comía salamín
con champagne en Montparnase o de cualquier otro lugar.
Escrutaron corbatas a pintitas,
frascos de gomina, zapatos de charol
Y, en hermenéuticas de cuarta,
examinaron inclinaciones eróticas,
ojales atrevidos.
Ellos, los machos,
quisieron copiarte el porte, el garbo,
el peinado, la sonrisa...
Las minas fantaseamos
como se fantasea con un Sandokán
o un Julien Sorel bajo la cruz del sur
o, simplemente, un Alain Delon del subdesarrollo.
Pero se esfuma todo lo que no se toca
y lo único que queda
es “el señor de los tristes” – como decía Paco Urondo-
el señor de nuestra índole –diría yo-
que no nos desvela los sueños,
nos acompaña, la voz de Carlos Gardel.


Ana Sebastián marzo 4, 2003.

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