domingo, julio 12, 2020




Porteñidades IV
          
 Leopoldo Marechal 



50° Aniversario de su Fallecimiento
Identidad, relato & literatura

         Leopoldo Marechal no es un escritor pesimista.

Al contrario, es vitalista: “Para mí la literatura no es primordial. Nunca lo fue. Lo primordial es vivir y la obra literaria no puede ser sino una consecuencia de vivir.”

Su vitalismo lo llevó del amor a su patria al compromiso político que, independientemente de los vacíos que se le hicieran, fue asumido en una de las formas a veces más ingratas, la responsabilidad de ser funcionario. La responsabilidad del poder que conlleva la culpa de la acción, la culpa  del actuar. La acción es a lo que llamaba “El loco” Sarmiento cuando repetía: “Las cosas hay que hacerlas cosas, mal, pero hacerlas.”  

Leopoldo Marechal como Arturo Jauretche, Homero Manzi, Cesar Tiempo, Enrique Santos Discépolo pudieron ser contemporáneos artífices y protagonistas de su tiempo.

 
Enrique Santos Discépolo


Según se cuenta, fue a pedido expreso de Eva Duarte de Perón, que escribió la tragedia Antígona Vélez, fue estrenada en el Teatro Nacional Cervantes el 25 de mayo de 1951 bajo la dirección de Enrique Santos Discépolo, otro pequeño innombrable, que moriría a fines de ese mismo año.



Leopoldo Marechal asumió su responsabilidad de acuerdo a sus convicciones de manera tal, en un movimiento tal y en un momento tal que no le acarreó la comprensión de muchos de sus pares sobre todo en un país que suele vivir en antagonismos. Tuvo la desgracia o la dicha de darse cuenta de cuál era su destino y encararlo con alegría, con trabajo, con amor. Y no con un sentido fatalista, sino con toda la libertad de su albedrío.

Esa libertad de albedrío que le permitió sobrevivir las caras de indignación, de sorna, de desprecio con que eran mirados quiénes, viniendo de otras dimensiones si se quiere más espiritualistas, se habían enganchado en algo que, para muchos, era simplemente grotesco, carnavalesco, poco sensato. Todo en esa actitud de soberbia o de lo que Pierre Bourdieu llamaría el denomina “el racismo de la inteligencia”. Ese racismo pequeño burgués que es el objetivo central de la mayoría de los críticos clásicos del racismo. [Valga la paradoja].

Tal vez por la misma razón con que había asumido las responsabilidades de la acción, asumiría las consecuencias de las mismas. 
        
El filósofo y sacerdote francés Felicite Robert de Lamennais [1782-1854] afirmó en una oportunidad: “Un desterrado no es feliz en ningún lugar” a la cual nuestro Juan Bautista Alberdi, luego de su regreso a Buenos Aires, lo parafraseó agregando: “Ni aún en su propia patria.” Si el exilio es gran castigo para los que amamos la patria, el ostracismo obligado en la propia patria, en la propia ciudad, en el departamento de la calle Rivadavia al 2300 debió haber sido muy doloroso.

         Su “reencuentro” con el cristianismo lo ayudó seguramente a tomar las circunstancias con resignación y valentía y vivió recluido en su departamento con Elbiamor, como él llamaba a su compañera. Sólo le quedaron unos pocos amigos: Alida y Antonio Barceló, los hermanos  Carlos y Rafael Squirru y quien fuera su discípulo, José María Castiñeira de Dios con su esposa Elena y el poeta y catedrático Fernando Demaría.
        
En 1967 Marechal le dirá a César Fernández Moreno: «No me aparté: “me apartaron”. Y lo demostraría con documentos, si no deseara evitar, por caridad cristiana, la tarea de poner en evidencia la “barbarie intelectual” de algunos compatriotas, muchos de los cuales han vuelto a ser mis amigos.» 
        
Sin embargo, Marechal no deja de percibir la realidad que lo circunda: «Casi desde “mi caída”, empecé a sentir el gran vacío que se fabricaba en torno de mí: rostros amigos me negaron el saludo en la calle, se me cerraron todas las puertas vitales y literarias, en una especie de “muerte civil” o asesinato colectivo. Entonces Elbia y yo tomamos una decisión tan heroica como alegre: encerrarnos en nuestra casa y practicar un “robinsonismo” amoroso, literario y metafísico.»

         A fines de mayo de 1956 en ese departamento de la obligada proscripción, recibió la visita de los generales Raúl Dermirio Tanco y Juan José Valle.

Valle y Marechal redactaron un manifiesto patriótico: “Al pueblo de la patria”. Elbia Rosbaco recuerda [cito]: «La última noche que estuvo visitándonos el General Valle hasta pasadas las dos de la madrugada, cuando alternaba sus preocupaciones por el país con anécdotas de viaje junto a su esposa Dora y a su hija Susana, en un momento de la conversación, sin que viniera al caso, se me ocurrió preguntarle: “¿Qué pasa si el asunto de Uds. sale mal?” El Gral. Valle respondió sin titubeos: “Sería terrible porque esa gente mata. Nos fusilarían sin vuelta de hoja.” Me estremecí. -Sigue Elbia Rosbaco- Me estremecí también cuando el 12 de junio de aquel año entró en la Sala de Profesores del Comercial N° 20 una compañera celebrando el fusilamiento de nuestro entrañable amigo.» [p.49] 
El intento de Valle y Tanco había fracasado.

Marechal siguió en su exilio interno, entre creaciones y curiosidades filosóficas y literarias. Veladas en las que improvisaba jitanjáforas, adivinanzas, trabalenguas,  coplas absurdas y risueñas:

“Por la orilla de un hombre
estaba sentado un río,
afilando su caballo
y dando agua a su cuchillo.”

o      
 “Andando por los caminos
me decía un elefante
yo no quiero logaritmos
ni por atrás ni por delante”    

         Esto no nos debe extrañar ya que Marechal no sólo supo desacralizar los mitos más queridos de la porteñidad, sino también la misma literatura ya que “lo primordial es vivir…” –como ya se señaló-.

         Ya avanzados la década de los sesenta, todavía se podía cruzar a Elbia Rosbaco en ese barrio, en las cercanías del departamento, sencilla, como una vecina cualquiera. Pero casi nadie se daba cuenta de que ese hombre que a veces venía a su encuentro era ni más ni menos que uno de los mejores escritores argentinos, reconocido por sus pares latinoamericanos.
 
Leopoldo Marechal & Juan Rulfo - 1965
       Fue tal su ostracismo que muchos lo creían muerto hasta mediados de los sesenta en que algunos lo empezaron a reconocer y visitar. 
        
        En los sesenta sintió simpatías por la primera etapa de la revolución cubana que, en su momento, fue una revolución de jóvenes... Tampoco se lo perdonaron.




La mano invisible, la de la intolerancia, lo mantuvo bien oculto casi hasta su muerte. Mientras, él preparaba su manifiesto póstumo: Megafón o la guerra.




Sobre este libro particular que fue póstumo y sobre algunos episodios, remito al artículo de este blog referido a Ben Molar.

         Megafón será la obra en la que Marechal quiso darle a Buenos Aires el papel de “novia del futuro, si guarda fidelidad a su misión justificante de universalizar las esencias físicas y metafísicas de nuestro hermoso y trajinado país.”


        Alguien dijo, Helvio Botana, si no me equivoco: “Sábato ha pasado años creyendo que su rival en el ranking era Borges y ahí se equivocó [¿sólo ahí?, me pregunto] Él que los supera a todos es Marechal que dominó a prosa, verso y vida.” [p. 408].

       Murió de un ataque cardíaco el 26 de junio de 1970 bailando un vals con Elbiamor en su departamento, no habiendo sido coronado por los oropeles marketineros, pero habiendo sabido mantener la humildad en la grandeza, la identidad aún en el cambio, la construcción de si mismo y de nosotros, la condición de ser auténtico consigo mismo. 


Su conducta coherente con sus creencias  -aunque no sean las nuestras-  y su obra literaria, su actitud tienen el sesgo de lo irreprochable, de cumplir con un destino sin titubeos, no de resignación ni de cobardía, no de fatalismo sino de enfrentamiento de las circunstancias, de amor en su concepción carnal, en concepción ciudadana y en su concepción de fe. 

Su conciencia de su misión, de su destino: “Mirá / que al recibir un nombre se recibe un destino” [La Patria] El ser argentino significa para él “estar sellado con un destino.” 

Si de alguna manera se puede sintetizar la relación de nuestra generación que se involucró en las luchas políticas de entonces con Leopoldo Marechal, por un lado, en su posición ética y en que parte de nuestra juventud hizo suya, aún sin conocerla, con errores que no vienen al caso, ese sentimiento de patria que significa que “ser argentino es estar sellado con un destino.”

Tal vez lo más rescatable de Marechal es, para mí y muchos de nuestra generación, el doloroso sentido de Patria, de esa patria que a nosotros nos hizo dar batalla con o sin razón, de esa patria joven que amó y cantó:

“Graciosa bajo el humo que despiden sus hombres
         quemados junto al Río
y predilecta ya, como las hijas,
en el ancho fervor de sus mujeres,
la Patria es un dolor que nuestros ojos
         no aprenden a llorar
 
[...]

La infancia de la Patria se prolonga 
más allá de tus fuegos, hombre y de mi ceniza.
         La Patria es un dolor
         que aún no tiene bautismo,
sobre tu carne pesa lo que un recién nacido.”




®© Ana Sebastián.
Buenos Aires, julio 2005 – corregido julio 2020.

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