sábado, agosto 10, 2013

Los Puccia - Enrique Puccia (h) 10 de agosto - cumpleaños



    Un día   -en una cena del Consejo Directivo de la Academia Nacional del Tango-  Enrique Puccia (padre)  hablaba con José Gobello contra la poesía moderna y entre los poetas que criticaba estaba su propio hijo. El viejo Puccia -como yo lo llamaba-, me hacía acordar a mi tío Ángel, socialista. En esa misma cena  -si no me falla la memoria- había dicho que no quería hablar mal de los peronistas porque estábamos nosotros en la mesa. Y nosotros le contestamos: “Hable mal todo lo que quiera. Nosotros también hablamos mal de lo que queremos!” A pesar de las diferencias, compartíamos el alma millonaria y, entre diferencias de cualquier tipo, siempre salía a relucir el glorioso River Plate!!

Padre
Don Enrique era muy respetado como historiador de Buenos Aires [el premio al Historiador Porteño lleva su nombre], muy escuchado siempre, muy atinado en sus opiniones en general. Aunque también tenía de las suyas: un día  -yo solía sentarme al lado de él en las reuniones del Consejo Directivo- y lo pesco mirándome las piernas con un descaro que me hizo poner totalmente colorada –aclaro que siempre me gustó usar minis-.  Pero ante la abrumadora mirada sólo atiné a decirle: “¡Don Enrique… me extraña.. yo pensé que usted era un hombre tan serio y respetable…” A lo que respondió: “Sí, es verdad, Ana, pero soy humano y usted  -me trataba de usted-  tiene unas piernas…” Por supuesto Horacio Ferrer y todo el Consejo terminó riéndose a carcajadas y cargándome por mis cachetes al rojo vivo.

Pero volviendo a esa cena, cuando oí que criticaban a los “poetas modernos” me metí, atrevida como siempre, diciendo algo así como “seguro que su hijo es un gran poeta y, si no me equivoco, compartimos editor…” Tenía una vaga idea de que el hijo poeta había sido editado por José Luis Mangieri, mi primer editor en Argentina. Y nada más en la cena.

Al martes siguiente, cuando voy a entrar a la reunión del Consejo Directivo de la Academia, me estaba esperando Don Enrique con su hijo que –sabiendo de mi defensa sin conocerlo ni a él ni a su poesía-  me traía sus libros. A partir de ahí empezó nuestra amistad. Corría el año 1995.

Don Enrique murió al poco tiempo, en octubre. Mi última charla con el viejo fue yendo en taxi desde la Academia hasta el Cervantes en donde se hacía un homenaje a Cadícamo.

Con Enrique hijo quedamos amigos y no sólo eso: fue mi cicerone en el mundo poético nacional  -yo recién hacía dos años que había vuelto a Buenos Aires y conocía muy poca gente de ese medio-. Enrique conocía a todo el mundo y además se sabía los dimes y diretes y todas internas del ambiente poético. Y además era millo como su viejo!!!

En 1996 se puso a organizar la Antología oral de la poesía argentina que implicaba una mesa con cuatro autores cada fin de semana que iba a ser filmada en video. De ahí la oralidad. Mi parte fue contribuir a conseguir el Centro Cultural San Martín y, cuando no se podía hacer allí, el Adán Buenosayres de cuya dirección estaba a cargo y que no sólo había recién bautizado, sino que había logrado conseguir el auditorio para Cultura (antes lo manejaba Deportes). La especialidad de Enrique era combinar las mesas de modo de no meter gente que se tuviera bronca entre sí y ahí me iba educando respecto a quiénes se querían y quiénes no se podían ver.

En el medio me pidió que presentara a Juan Gelman junto con él y Jorge Boccanera. Yo no veía a Juan desde París y la velada poética fue más brillante que las otras porque era en una sala más grande y porque estaba Juan. Desde esa noche algunos que ni me saludaban empezaron a saludarme. Otra vez la comprobación de tan antiguo como que la gente te valora más si ve que alguien que ellos valoran, te valora. Vanitas vanitatum omnia vanitas!!

Los videos  -incluso de esa noche-  que eran una documentación increíble para un momento en que no había celulares que filmaban ni youtube ni redes sociales parecen haberse perdido en las garras neblinosas de algún amigo de lo ajeno.… Jodido, especialmente, si lo ajeno es creación y laburo de alguien.

Cada noche, después de las presentaciones, nos íbamos a cenar juntos todo un grupo con María Cristina Santiago, Marta Cwielong, Zulma Sosa, Leonardo Martínez y otros amigos escritores o nos reuníamos en lo María Cristina y nos quedábamos hasta la madrugada pasándola lo mejor que podíamos…

En esos años yo estaba muy enferma o –como diría Gobello-  “me tomaba vacaciones en el sanatorio cada tres meses”. Enrique se enfermó: cáncer también. En 1998 nos propusimos que –si pasábamos ese año-  en el 99 editaríamos un libro en su editorial Libros de Alejandría.

En 1999 presentamos nuestros respectivos libros en el Centro Cultural San Martín junto con Ana Guillot.

En el 2001 nos dejó. Yo me quedé sin un amigo, sin un compinche y sin un introductor en el mundo de la poesía.

Hoy cumpliría 72 años.
©® Ana Sebastián,
Memorias impertinentes.

Y aquí van algunos poemas suyos.
Hijo
 
Auto de fe   
Un río es la continua
destrucción de su lecho
un crepúsculo, siempre,
de deseos callados
la sombra ensimismada
que proyecta su cuerpo
ciudades, animales
la fe del que se queda.
El secreto
La astucia como gozo
del que oculta un secreto
el secreto que atañe
al que encuentra un mensaje
un mensaje grabado
en una antigua puerta
una puerta entreabierta
a la que nadie llama.
 

Un hombre
No se sabe. No hay manera
de saber qué es un hombre
los hechos se consuman
y establecen un límite
el azar es su extremo
donde acechan las dudas.
Las dudas son las manos
de un hombre en el espejo.
 
 

 

 
 
 


 


 
 
 
 
 
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