martes, noviembre 11, 2008


Ramón Sebastián padre en Cosquín con sus amigos en tísica desgracia, con soda y espumante.... al menos, una compensación y sobre todo, con amigos...

Hoy es 11 de noviembre y es el día del empecinado Santo Patrono de Buenos Aires, San Martín de Tours. Esos españoles que ya se creían los dueños de todo intentaron vanamente trampear tres veces la suerte para que el Santo Patrono fuera castizo y no ese húngaro de Czhombaply que llegó a ser obispo en Francia, que se empeñó en salir tres veces consecutivas como para decir: "Aquí estoy y aquí me quedo, el Patrono de estos lares seré yo y nadie me va a dar vuelta la taba". Me gusta la testarudez de ese obispo de Tours. Si esos españoles no hubieran hecho trampa hasta con el santo, tal vez esta ciudad no estaría predestinada a un fatalismo de truchería bajo este cielo nocturno fullero con la otra cruz, la del sur...

Hoy es 11 de noviembre y es el aniversario de la muerte de mi abuelo desconocido Ramón Sebastián que se pegó un tiro en 1931 en la imprenta en que escribía y sacaba el periódico Claridad y en la que hacía funcionar el Partido Socialista del que fuera fundador en Benito Juárez.


Cuenta mi padre -que apenas tenía seis años- que él estaba jugando en la quinta de su abuela cuando el tío Chelo vino con la noticia y se la contó a sus hermanas: "Ramón se mató".



Mi viejo no sabe si lo oyó o lo intuyó, pero agarró un ladrillo y se lo arrojó a un pollito. Según él su vida empezó ahí, esa tarde. Él tratando de reventar un pollito ante la impotencia de su padre muerto.




Había habido un vendaval en Júarez y había habido elecciones nacionales fraudulentas, especialmente en la provincia de Buenos Aires.


Mi abuelo tenía un perro al que llamaba Trotsky y como buen periodista tipógrafo de la época se había ganado la tuberculosis, ese tabú. Había ido a Cosquín y -según su última hermana viva- había vuelto curado. Raro... un hombre de letras... no dejó aparentemente carta de despedida, salvo que mi abuela la haya escondido tanto que nadie la encontró. Se pegó un tiro por la tarde en la imprenta de San Martín y Chacabuco en Juárez. Se había tiroteado con el legendario cura Trelles y por eso tenía una causa en Azul.



Dejó una mujer desconsolada que le rezaría cada noche hasta sus 103 años, un hijo, mi padre, y una hija menor aun que moriría al poco tiempo.




Hace unos años fuimos a la Imprenta y no estaba ni siquiera su foto puesta en el local del partido del que fuera fundador. En 2005 volvimos a Juárez para llevar las cenizas de mi abuela a la tumba familiar y ahora ya no hay imprenta ni nada. Hay un pequeño super. Nos quisieron meter presos cuando sacamos fotos de ese lugar hasta que le aclaramos a la policía que allí se mató mi abuelo y le conté una historia de Juárez que ni ellos conocían y después no hubo problema.



Dejó un vacío incurable. Fue el fantasma que dejó un vacío y una fuerza de voluntad en mi padre, el fantasma familiar de mis ilusiones buscadas, encontradas, perdidas, el espíritu que me acompaña desde la niñez... de esos espíritus que te marcan el camino... Dejó también, eso sí, una Biblia. Y hoy le enciendo una vela a su alma que es de las almas que quiero tener un día a mi lado, al de mi viejo y al de mis seres más queridos. El día 3 de noviembre había cumplido sus 29 años. Vendavales de la vida...

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