martes, junio 30, 2020


Porteñidades II



Leopoldo Marechal


50° Aniversario de su Fallecimiento

Identidad, relato & literatura



García Canclini sostiene que «la identidad es una construcción que se relata».

El relato está unido al ser humano desde los principios de la humanidad y es común, en su especificidad, a todas las culturas. De ahí que el relato, especialmente el relato fundador, el fundacional contribuya a la formación de esa construcción que es la identidad. Lo que sucede es que en la actualidad asociamos relato a literatura y no a identidad.

Y en ese sentido, la literatura se convirtió, para muchos, especialmente en el siglo XX, el siglo de dioses caídos y especialmente en lo que se reconoce como culturas occidentales judeocristianas, en algo sacro.

         Algo tan sacro que, de una manera o de otra, fue substituyendo la verdad divina y no sólo los textos, sino también los escritores se convirtieron en algo así como vacas sagradas. Pero no todos son las vacas sagradas. Sólo algunos… Y otros son cerdos, con gran respeto de los cerdos [no comparto la visión de Georges Orwell en Rebelión en la granja en que los pone como los burócratas, para mí estos son animalitos que califico de ingenuos y sacrificados], cerdos, digo, para inmolar en el sacrificio.

Todo depende de lo que se relate, de lo que se cuente, de lo que se diga en la narración, en la poesía, en el ensayo. Y no sólo de eso, depende también de si es oportuno o no, del tiempo en que lo dice. Depende de cómo sienta, piense, opine y se sitúe el autor y, muy especialmente [voy a usar algo de la jerga pertinente], si está en una trenza. Si pertenece a alguna de las logias en las que se autoestimulan y, en algunos países, sobre todo si tocan temas de actualidad o si primero ejercen el periodismo.

        
         Durante mi paso por las casas de altos estudios y en mi incursión en el mundo literario europeo [que duró de fines del 1977 hasta 1992, primero como estudiante y luego como docente], pude observar que había dos autores argentinos que, si bien pertenecían [por coincidencia etaria] a la generación del boom literario latinoamericano, no eran ni conocidos ni estudiados ni traducidos a las otras lenguas: Roberto Arlt, que recién a fines de la década del ochenta del siglo pasado 80 sería traducido al alemán en una edición de Surhkamp y luego al francés, y Leopoldo Marechal que [que yo sepa] no está traducido aún hasta el día de hoy.

         Ambos son contemporáneos plenos de Jorge Luis Borges y de Alejo Carpentier y atribuyo el desconocimiento de Roberto Arlt a su muerte relativamente prematura. Pero la ignorancia, mejor dicho, el ocultamiento de Leopoldo Marechal tiene otras razones que son, casi seguro, inversamente, las razones por las que a mí y a muchos nos parece admirable como modelo de intelectual, de pensador, de narrador, de persona. Modelo para rescatar y seguir. Pero una principal es la dificultad que tienen los traductores top para traducirlo… Lo mismo pasó con Horacio Ferrer.

         Se puede decir que Leopoldo Marechal -que nació el 11 de junio de 1900 en la calle Humahuaca 464 [hoy 3764[ entre las actuales Bulnes y Mario Bravo - de esta Capital y murió el 26 de junio de 1970, vivió el tiempo justo si uno piensa en el promedio de esperanza de vida de esa generación. 

        Y vivió su vida al compás del siglo. 

       Vivió el tiempo de un siglo que va desde el alumbrado a vela hasta la bomba atómica y la carrera del espacio, pasando por todos los inventos y todas las decepciones, por todas las ilusiones y todas las ingratitudes.

       Marechal estudió en la Escuela Normal Superior de Profesores N° 2 Mariano Acosta adonde iba -desde el nuevo hogar en la calle Monte Egmont 280, -hoy Tres Arroyos- en el barrio de Villa Crespo- y volvía caminando para ahorrar la plata del boleto de tranvía y así poder comprar sus primeros libros usados.

Ejerció la docencia. Fue maestro en todo el sentido del término, de esos maestros de vocación, de responsabilidad ante el estudiantado.
        

        
Promediando sus veinte años, se une al grupo martinfierrista del que hace una vivisección en Adán Buenosayres, escrito en los años 30, pero publicado recién en 1948.

Todo Adán Buenosayres es un relato alegórico mechado de personajes, situaciones, comentarios y símbolos representativos de esa construcción que sería la identidad porteña.

Marechal, que trasvasa vanguardistamente todos los géneros y los practicó todos: poesía, ensayo, novela, teatro… Y presenta una cosmovisión, una idea del mundo metafísica y en ese sentido va en una desesperada búsqueda a lo eterno.

         La vía que elige para llegar a Dios es la de la belleza. A través de la hermosura del mundo, de la circunstancia terrena y, con mayor precisión, de la circunstancia argentina, es que su ascenso a dios se realiza.

         En 1929 en Odas para la mujer y el hombre llegó a saber que:

“fue imprudente olvidar que el amor en tierra
 nunca alcanza el tamaño de su sed”.

      En la década de 1930 se había volcado a las verdades del Evangelios y textualmente dice: «En aquellos días una gran crisis espiritual me llevó al reencuentro con el cristianismo. Dije ´reencuentro´ en atención a la fe cristiana de mi linaje que ya había olvidado más que perdido. En realidad, se mi se dio una ´toma de conciencia´ del Evangelio, vívida y fecunda por encima de tantas piedades maquinales.»

         En los versos de esa época rechaza la posibilidad de captar la esencia pura de las cosas: no cree que la rosa pueda transmitirnos su secreto. 

          Dice:

“pero nunca sabremos
lo que la rosa es fuera de nosotros”.

         

          Queda flotando la angustia como una niebla: tal vez el hombre es sólo el sueño de dios.

Continuará…

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