Feliz Cumple,
Horacio Ferrer II
Ferrer - Piazzolla
Reflexiones preliminares
2ª entrega
H. F. dibujado por Lulú Michelli con dedicatoria a nosotros |
Jean
Cohen, uno de los que descalifica a las letras como poesía, pone como ejemplo
un verso de Paul Valery en que describe al mar: “Ce toit tranquille oú marche des colombes” [Ese tejado tranquilo por
donde andan las palomas] y sostiene que el hecho poético empieza a partir
del momento en que llama tejado al ‘mar’
y palomas a los ‘barcos’.
El
poeta crea la metáfora, inventa los términos de una relación. Para algunos, la
diferencia entre prosa y poesía reside en que la prosa es el uso, o sea, el
conjunto de formas estadísticamente más frecuentes en el lenguaje de una
comunidad lingüística. Todo el mundo puede juzgar lo que es prosa y lo que es
poesía en su propia lengua. Pero la diferencia entre poesía y prosa estaría
marcada por el hecho de que en la poesía hay mayor desviación de las normas de
la lengua propia. Por eso, si bien siempre es posible traducir un texto
científico a otra lengua -siempre hay
una posibilidad de decir en otra lengua: “hace calor”, no sucede lo mismo con
la poesía en la que la expresión, es decir, la forma, imprime su sello al contenido.
Si para los estructuralistas la prosa es el grado 0 de la escritura, la poesía
empieza en la desviación. Las figuras o tropos, las rimas, el ritmo, la métrica
no son simples detalles, adornos, caprichos, firuletes que se puedan suprimir,
son la esencia, la substancia de la obra poética: La forma es la que determina
el efecto, el resultado. El empleo de la métrica, la rima y los sonidos como
operadores fónicos y de la figura, que es una disposición particular de las
palabras, como operador semántico son
dos factores indispensables para llegar a ese resultado. En ese sentido, la
poesía no es prosa más alguna otra cosa, es la antiprosa
que destruye el lenguaje ordinario para reconstruirlo en un plano superior.
Nietzsche
consideraba a: “las figuras de la retórica” como “la esencia del lenguaje”.
Si
las figuras poéticas son una desviación del uso cotidiano de la lengua, no ornamentaciones superfluas, valores
agregados, constituyen la materia prima esencial que el poeta necesita para
liberar la carga poética y lograr que su poesía campee en el terreno del arte.
Planteada
la poesía en estos términos, creo que pocos de los lectores que recurran a
estas páginas -conozcan o no de antemano
la versión musical de Piazzolla- dudarán
de que estamos ante poesía y de vuelo mayor.
No sé
si Horacio Ferrer (sin el Arturo) vive en ese estado de duermevelas que los
pequeños románticos y aún los “malditos” consideraban el más propicio para la
creación y que ellos buscaban en la ensoñación del opio, pero sí sé que su
actividad poética cumple con todas las generales de las leyes antepuestas.
Si
bien la música puede ser para algunos una matriz demasiado rígida, a Ferrer no parece hacerle mella, ya que logró
conjugar como pocos esa norma poética que los simbolistas resumieron en dos
frases: “La musique et toujours la
musique” y “De la musique avant toute
chose” con esa otra que, según él mismo relata, solía compartir con Don
Edmundo Rivero: “El tango es una
conversación con música”.
A
esta “conversación con música”, Ferrer le da poesía, le da forma y, consecuentemente,
le da contenido. Desde ese grado 0 de la prosa cotidiana en nuestro porteño
habitual, Ferrer llega a las osadías más grandes de la ruptura de la lengua
para reconstruirla como un cubista que deconstruye para luego armar su obra con
orden propio.
La
poesía de Ferrer musicalizada por Piazzolla es así la obra de un “ser libre” que “no se compra ni es dádiva o favor”,
escrita con “esa libertad” “que comprende
que [se] sienta preso / de los errores [...] sin arrepentimiento”
En
este contexto y bebiendo, en actitud transvanguardista prematura, de todas las
fuentes poéticas, pero fundamentamente de las nuestras, Ferrer organiza un corpus temático que va desde los
personajes míticos y propios, los fantasmas y duendes del tango como La última grela, El gordo triste, Che, tango, che, Yo soy un
bandoneón, Balada para él, Mi loco bandoneón, Fábula para Gardel, Milonga y
fuga hasta la crítica social, típica de la coyuntura mundial de una
época, como Chiquilín de Bachín, Juanito
Laguna ayuda a su madre, Preludio para un canillita, Vamos, Nina, La primera
palabra, Las ciudades, Diez millones de niños concentrándose en la
desvalidez de la infancia condenada a la mendicidad de las “caperucitas reas”, de los “pulgarcitos
de arrabal”.
Pero
no se detiene ahí. Penetra en otros territorios como el de la amistad que, en
su fórmula porteña, Scalabrini Ortiz
definió como “un olvido del egoísmo
humano” dimensionándola en expresiones tan logradas como “Pichuco de los puentes en silencio” y
dándole toda la amplitud de un sentimiento que no se diluye en ausencia, al
contrario, se magnifica en tangos como Bocha,
El gordo triste y aún en Balada
para él que dedica a Lucas Demare y en Fábula
para Gardel en donde, con extrema conciencia de la caducidad humana y
rescate de la perennidad de la obra, el artista se convierte en nuestro
interlocutor, en nuestro amigo duende-fantasma, el compinche que nos acompaña “y canta, canta, / con su voz de siete
gritos ...” y “después, / al alba ya,
a las cinco en punto, / se me va. Se va.”
Otro escenario
es la situación del desamor que maneja con crueldad y ternura: “a cargar recuerdos como fardos / y el amor
de tantos años / y la vida de los dos, y solo, / solo, pienso” [Así
dormida], “y en aquella escribanía
/ fue un fangal nuestra poesía” [Será
que estoy llorando].
Ferrer
ahonda en el deseo y la voluptuosidad del amor carnal metiéndose osadamente, en
picada, en una selva que, si bien el tango insinuó, no cultivó: “Te amo y luego existo yo / tocándote para
existir” [Existir] en una
paráfrasis erótica de Descartes.
O “Te amo, sí. / Y con sólo decirlo / te sueño, te intento, te espero, te busco,
/ te tengo, te abrazo, te tiembro, te
mimo / te gozo, / te siento, te rezo, te
ruego, te beso / te embrujo, te celo, te vuelo, te encielo / te bebo, te masco,
te rapto y te lluevo.” [Poema en sí
mayor]
Lulú Michelli -el amor de H. F.- junto a Mabel González & moi Rotterdam - Poetry International - 1993 |
Esta
audacia casi sacrílega deja lugar a otros asuntos: el amor a Buenos Aires que
se simboliza en las Marías, en las Venusinas, en la bohemia, en la Cruz del Sur
“que es mujer y porteña” y que culmina
en Balada para mi muerte en donde el poeta elige la hora [“será de madrugada / que es la hora en que mueren los que saben morir”],
el modo [“me pondré por los hombros, de
abrigo, todo el alba / mi penúltimo whisky quedará sin beber, / llegará,
tangamente, mi muerte enamorada,”] y este meridiano local para el
acontecimiento de su muerte: “un asunto
muy sumamente serio, que es morirse”.
Su
posición ante la vida, ante el bien y el mal, ante las cuestiones éticas y
estéticas que muchas veces van de la mano y ante las preguntas esenciales sobre
la condición humana aparecen concentradamente en algunos textos como: Libertango, Existir, El diablo, La bicicleta
blanca y su superconocida Balada
para un loco, pero la reflexión ontológica mecha toda su obra recorriéndola.
La
definición de “las cosas del vivir: mi
pequeña poesía de adioses y de balas, mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplin”
[grafía nuestra] o del triunfo: “vos
sabés que ganar / no está en llegar sino en seguir”.
O la
identidad: “nadie sabe bien quién es”,
“nombre y apellido y documento, / cuerpo y alma y nacimiento, / cara y número
de impuestos, y existir. // Ir cargando el fardo de uno mismo / con errores y
caprichos, / dudas, mido, angustia / instintos, y existir. [...] Y por fin,
saber que todo es casi, / casi nuestro y casi ajeno, casi cierto y casi sueño,
y existir.” La mezcla de “agua
bendita y el petróleo” y la convicción de que “vamos por dólares al muere, ¿te das cuenta? / ¡rifar así nuestra
pequeña eternidad!” son constataciones sobre la contramarcha del mundo y de
la sociedad que esperan a los que osen tener la fantasía de hacer “fuego a los ladrones del amor” en la
espera del redentor que seguro volverá algún
día “en un cometa con pedales”. Esa “fuerza
antigua y dolorosa de la fe” en el renacer y en renacer en Buenos Aires en
el 3001 para retomar las actividades que la muerte enamorada interrumpe.
Pero
si el poeta es el cultivador de la figura literaria, el desviacionista de la
prosa, Ferrer logra, aún con la estructura fija de la música, salirse del
molde.
En
una legítima emulación vallejiana, Ferrer acude a la profusión de creaciones
lingúísticas que ubica en una topografía
porteña. Una gama de adjetivos como “transmilonguero”,
“lupanatero” “metarramero”, “funambulino”, adverbios como “tangamente”, “porteñamente”, sustantivos
como “bandoneonía” o el vesre sintáctico de “de cuando en vez” [Libertango] conviven con epítetos
impertinentes del tipo de “tangos
pontificios”, “angelitos con bluyin”, “mozart milonguero” “azoteas de tus
tangos”, “mufa perfumada”, “razas de uno”,
y antitéticas frases felices como “por
una aristocracia arrabalera”, contrasentidos desiderativos incumplibles en
la lógica cotidiana: “el intendente, en
persona. rellenaba los pozos de las calles”, imágenes de apariencia simple,
pero de gran originalidad, pero que constituyen un llamado a la reflexión:
“hay pena llena”, “y dos,
zapatos, muy de peregrino,
que no son zapatos, sino
que son caminos”, “el traje es de
cuerdas de guitarras españolas
que
alguna bruja
ñata
y hippie le ha tejido…” [¿El mundo al revés?]
Ferrer
transgrede la sintaxis y la semántica, creando así, con metáforas,
comparaciones aparentemente absurdas, antítesis, sinestesias, aliteraciones un
mundo propio del que cada lector o cada escucha toma los elementos in presentia que él selecciona y adjunta
en una suma existencial los elementos in
absentia que nos llevan a nuestro propio mundo interior, al de nuestra
experiencia, al de nuestros sueños, en “pernóticos
solsticios” buscándonos a nosotros mismos en la noche. –esas noches entretejidas a lo largo de esta
poética “baqueana del alba” porque, “por triste, cuánta noche es la que
cabe /
en un sueño clandestino” .
Los
argentinos le tenemos un temor pánico y solemos ser parcos en elogios públicos…
Pero Cátulo Castillo -que algo sabía de
estos menesteres de la poesía- no tuvo
temor ni mezquindad y, en la carta que
le enviara a Horacio Ferrer que constituye el prólogo de su libro Romancero canyengue, afirma con la
seguridad de los grandes: “Desde luego,
un poeta”. Todo esto sin vueltas en la Ciudad de Santa María de Buenos
Aires, treinta y tres años antes de la que suscribe tuviera el honor de
escribir estas reflexiones preliminares.
Consejo Directivo - Academia Nacional del Tango - 2003 Foto: Drs. Rudy Lion Tijn Tsoe |
®©
Ana Sebastián.
Buenos
Aires, pocos días antes del 2000.
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