lunes, noviembre 10, 2014


DÍA DE LA TRADICIÓN

 


         Nunca existiría el Día de la Tradición si Leopoldo Lugones no hubiera reivindicado al Martín Fierro de José Rafael Hernández y Pueyrredón, conocido simplemente como José Hernández [10 noviembre 1834 - 21 de octubre 1886] como el poema épico nacional.
 
Martín Fierro x Juan Carlos Castagnino
 

         Como espero que todos conozcamos el Martín Fierro y La Vuelta, aquí va el Prólogo de Lugones de El payador – 1916 en donde da sus razones.

         Cualquier cosa, remito al post del 10 noviembre 2013 en este mismo blog.

 
 


LEOPOLDO LUGONES

[1874-1938]
 
El payador

Por Juan Carlos Castagnino


PRÓLOGO

 

         TITULO este libro con el nombre de los antiguos cantores errantes que recorrían nuestras campañas trovando romances y endechas, porque fueron ellos los personajes más significativos en la formación de nuestra raza. Tal cual ha pasado en todas las otras del tronco grecolatino, aquel fenómeno inicióse también aquí con una obra de belleza.

         Y de este modo fue su agente primordial la poesía, que al inventar un nuevo lenguaje para la expresión de la nueva entidad espiritual constituida por el alma de la raza en formación, echó el fundamento diferencial de la patria. Pues siendo la patria un ser animado, el alma o ánima es en ella lo principal. Por otra parte, la diferencia característica llamada personalidad, consiste para los seres animados, en la peculiaridad de su animación que es la síntesis activa de su vida completa: fenómeno que entre los seres humanos (y la patria es una entidad humana) tiene a la palabra por su más perfecta expresión. Por esto elegí simbólicamente para mi título, una voz que nos pertenece completa, y al mismo tiempo define la noble función de aquellos rústicos cantores.

         Conviene, no obstante, advertir que la creación del idioma por ellos iniciada, consistió esencialmente en el hallazgo de nuevos modos de expresión; pues voces peculiares inventaron muy pocas, según se verá por la misma etimología de payada y de payador que establezco más abajo. Lo que empezó así a formarse fue otro castellano, tal como este idioma resultó al principio otro latín: y ello por agencia, también, de los poetas populares.

         Aquella obra espontánea culminó por último en un poema épico, cual sucede con todo fenómeno de esta clase, siempre que él comporta el éxito de un nuevo ser llamado a la existencia. De suerte que estudiarlo en dicha obra, es lo mismo que determinar por la flor el género y la especie de una planta. He aquí por qué nuestro Martín Fierro es el objeto capital de este libro. Cuando un primordial mito helénico atribuía al son de la lira del aeda el poder de crear ciudades, era que con ello simbolizaba esta característica de nuestra civilización.

         El objeto de este libro es, pues, definir bajo el mencionado aspecto la poesía épica, demostrar que nuestro Martín Fierro pertenece a ella, estudiarlo como tal, determinar simultáneamente, por la naturaleza de sus elementos, la formación de la raza, y con ello formular, por último, el secreto de su destino.

         Designio tan importante, requería una considerable extensión que he subdividido en tres partes completas cada cual a su vez. La primera queda indicada; la segunda será un léxico razonado del lenguaje gaucho en que está el poema compuesto; la tercera, el poema mismo comentado con notas ilustrativas de su sentido cuando éste resulte desusado o dudoso. Así intento coronar —sin que ello importe abandonarla, por cierto— la obra particularmente argentina que doce años ha empecé con El Imperio jesuítico y La guerra gaucha; siéndome particularmente grato que esto ocurra en conmemorativa simultaneidad con el centenario de la independencia.

         A dicho último fin, trabajé la mayor parte de este libro hallándome ausente de la patria; lo cual había exaltado, como suele ocurrir, mi amor hacia ella. Esto explicará ciertas expresiones nostálgicas que no he querido modificar porque no disuenan con el tono general de la obra. He decidido lo propio respecto a ciertas comparaciones que la guerra actual ha tornado insuficientes o anticuadas, para no turbar con su horrenda mención nuestro glorioso objeto. Y nada más tengo que advertir.

         Un recuerdo, sí, es necesario. Algunos de los capítulos que siguen son conocidos en parte por las lecturas que hice tres años ha en el Odeón. Otros de entre los más importantes, son enteramente inéditos. Aquel anticipo fragmentario, que según lo dije ha tiempo, no comprendía sino trozos descriptivos, motivó, sin embargo, críticas de conjunto, adversas generalmente a la obra. He aquí la ocasión de ratificarlas con entereza o de corregirlas con lealtad. Pues, a buen seguro, aquel afán era tan alto como mis propósitos.

         De estar a los autos, había delinquido yo contra la cultura, trayendo a la metrópoli descaracterizada como una nueva Salónica, esa enérgica evocación de la patria que afectaba desdeñar, en voltario regodeo con políticos de nacionalidad equívoca o renegada. La plebe ultramarina, que a semejanza de los mendigos ingratos, nos armaba escándalo en el zaguán, desató contra mí al instante sus cómplices mulatos y sus  sectarios mestizos. Solemnes, tremebundos, inmunes con la representación parlamentaria, así se vinieron. La ralea mayoritaria paladeó un instante el quimérico pregusto de manchar un escritor a quien nunca habían tentado las lujurias del sufragio universal. ¡Interesante momento!

         Los pulcros universitarios que, por la misma época, motejáronme de inculto, a fuer de literatos y puristas, no supieron apreciar la diferencia entre el gaucho viril, sin amo en su pampa, y la triste chusma de la ciudad, cuya libertad consiste en elegir sus propios amos; de igual modo que tampoco entendieron la poesía épica de Martín Fierro, superior, como se verá, al purismo y a la literatura.

         Por lo demás, defiéndame en la ocasión lo que hago y no lo que digo. Las coplas de mi gaucho, no me han impedido traducir a Homero y comentarlo ante el público cuya aprobación en ambos casos demuestra una cultura ciertamente superior. Y esta flexibilidad, sí que es cosa bien argentina.

 

 

ADVERTENCIA ETIMÓLOGICA

            Las voces payador y payada que significan, respectivamente, trovador y tensión1 proceden de la lengua provenzal, como debía esperarse, al ser ella, por excelencia, la "lengua de los trovadores"; y ambas formáronse, conforme se verá, por concurrencia de acepciones semejantes.

 

            En portugués existe la voz palhada que significa charla, paparrucha, y que forma el verbo palhetear, bromear.

            En italiano baja y bajata, dicen broma, burla, chanza, lo propio que bajuca y bajugóla, más distintas de nuestra payada, en su conjunto, pero idénticas por la raíz. Iguales acepciones encierra la voz romana bajócura; y bale, en la misma lengua, es el plural de charlatán.

            El verbo francés bailler tiene análogo significado en las frases familiares la bailler bonne, la bailler belle.

            Bagatela es un diminutivo italiano de la misma familia, pasado a nuestro idioma donde no cuenta, en mi entender, sino con un miembro: baya, que significa burla o mofa. En esta voz aparece ya la y que nos da la pronunciación de la lh portuguesa en palhada y de la j italiana en baja.

            Todas estas voces proceden del griego paizo, juego infantil, que viene a su vez de pez, pedos, niño en la misma lengua. El bajo griego suminístranos, al respecto, vínculos precisos en las voces bagia y baia, nodriza; bacilos y baioilos, maestro primario. Ellas pasaron al bajo latín, revistiendo las formas baiula y ba julos respectivamente. paiola era también puérpera en la baja latinidad.

            El provenzal, aplicando a estas formas, por analogía fonética, él verbo latino bajulare, cargar, formó no menos de quince voces análogas, y significativas todas ellas de los actos de llevar, mecer, cunear y adormir a los niños. Pero, el vocablo de la misma lengua que resume todas las acepciones enunciadas para los idiomas pseudoclásicos y romanos, es bajaula, bromear, burlar: en ''romance primitivo, bajaulo.

            A este significado, asimilóse luego él de baile, bajo sus formas primitivas bal, bale, bail, ball; con tanto mayor razón, cuanto que en la acepción originaria denunciada por aquellas formas, era juego de pelota. La idea de diversión pueril, común a ambas voces, fácilmente las refundió en el sinónimo bal que significó baile y composición poética: de donde procedió balada, O sea, precisamente, un canto de trovador cuya semejanza fonética con palhada, payada, es muy estrecha.

            Los trovadores solían llamarse a sí mismos preyadores: literalmente rogadores o rezadores de sus damas; y esta voz concurrió, sin duda, con fuerza predominante, a la formación del derivado activo de payada, payador. Preyadores procedía del verbo provenzal preyar, que es el latino precari cuya fonética transitiva está en el italiano pregare, especialmente bajo el modo poético priego. Hubo también una forma prayar que supone el derivado prayádor, *robustecido todavía por balada y palhada. Payador quiere decir, pues, trovador en los mejores sentidos.

 


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