"Por la alegría viví,
por la alegría fui al
combate,
por la alegría muero.
Que la nunca sea unida a mi nombre."
Julius Fucik, resistente checo.
Epitafio que está grabado en la sepultura de varios compañeros muertos.
Una vela naranja porque es la vida |
Una vela encendida para aquéllos sin
cuya lucha el General no hubiera podido volver, aunque los echara de la Plaza
el 1 de mayo de 1974…
Por los Diego Ruy Frondizi, por Manolo
Belloni, por los Miguel Bianchini, por los Eduardo Salvide, por los Capuano
Martínez, por los Jorge Escribano, por los Gerardo Burgos, por los que murieron
después… perseguidos, escondidos, clandestinos, combatiendo.
Por las Tías Margarita, por las tías
Kubinsky, por los Eyeralde, por los Eduardo Salvide, por las Poupée Mazzuchelli, por
las Gorda Amalia, por las Gorda Cristina, por los Ricardo – Rolo- Aragón, por los Raúl
– César que vivía con él en el departamento de Aguirre y Gurruchaga y que era,
creo de Azul, y del que nunca supe el apellido, por las Irma Laciar de Carrica,
por los Néstor Sammartino…
Una vela por los Paco Urondo, los
Rodolfo Walsh cuyos nombres se mentan tanto en vano como si fueran moneda de
cobre… sin saber siquiera lo que fueron o lo que hicieron… Por sus hijos
muertos… Claudia, el Jote, Vicky…
Una vela encendida para otros fidedignos
militantes que, convencidos, aunque fueran de otro lugar o de otra convicción, siguieron
sus ideas como lo hizo mi abuelo Ramón, como lo hizo mi tío Héctor en su
momento y en otras épocas, como lo hizo Horacio Torrado, por el lado contrario,
como lo hizo el gaucho riograndense
Paulo Medeiros a quien conocimos en Holanda y tantos otros que dejaron tiempo
de su vida, perdieron el crecimiento de sus hijos, perdieron amores, fueron
repudiados por sus padres, parientes y amigos porque en algún momento -cuando el peligro asediaba- nos convertíamos en tísicos, en leprosos…
Nadie se quería acercar y te cerraban las puertas los que menos pensabas que te
la iban a cerrar y te la abrían los que menos pensaban que te iban a abrir…
Una
vela también por quienes estaban en nuestras antípodas y nos agarrábamos en cuanto acto nos
cruzábamos como los hermanos Bevilacqua, por los Petiso Spina, porque todos
ellos actuaban también sin especulaciones, con honestidad, con generosidad de
vida…
Una vela por los que ahora no sé qué
serían -porque no se puede hacer una historia contrafáctica- y por los que sobrevivieron de esa década en
que la gente se jugaba la vida no por hacer versitos, sino simplemente por
encontrarse con alguien el momento equivocado y el lugar equivocado, para
parafrasear a los yanquis.
Una vela por tantos innumerables nombres
de los auténticos, los que ponían todo… hasta su vida en riesgo a sabiendas de
que lo único que había era que tras cartón estaba la muerte…
Una vela para que los verdaderos de
entonces puedan seguir viviendo dignamente estén en lo que estén, pero sin caer
en la charlatanería barata o en la nostalgia de café…
Suelo repetir la frase de Tzvetan
Todorov: “Es muy fácil ser héroe cuando la guerra terminó”.
Una vela por esos que fueron héroes, en
el verdadero sentido del que hablaba Thomas Carlyle: “un héroe lo es en todos
sentidos y maneras y, ante todo, en el corazón y en el alma”.
Por el alma de esos militantes que
fueron héroes tal vez sin proponérselo…
Vaya nuestro recuerdo porque vivieron
la intensidad de esos tiempos con la experiencia de lo peor y lo mejor de la
vida.
Observación: Ver post 18 noviembre 2006.
®© Ana
Sebastián, Reflexiones impertinentes.
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