ÁNGELA ELVIRA ROBIGLIO – Tía Elvira.
Pasaste por la vida como si no
existieras y, sin embargo, exististe…
Mi padre, tu sobrino, el que vos y tío
Ángel criaron desde que quedó huérfano a los seis años junto a tu hermana, -su madre viuda, huérfana además de padres y
de hija, mi abuela Ana Sebastián-, dice que nadie se va a acordar de estas
historias nuestras… No importa… Lo importante es que nos acordemos nosotros.
Hoy es tu cumple, tía Elvi y aquí te
vamos a prender una vela… y encima brindaremos por tu cumple que, si no me
equivoco sería el 113!!!
Y pensar que llegaste a los 96!!!
Tierra fértil la de Benito Juárez para parir
longevos…
Yo te adoraba y te adoro, aunque tenías
tus cosas jodidas también, como buena escorpiana, encima búfalo en el horóscopo
chino que entonces no conocíamos.
Sólo que las ocultabas más que abuela Ana…
Te habías casado el 8 de abril de 1922
en el Registro Civil del Partido de Juárez con tío Ángel. Sólo por civil porque,
como buen fundador del Partido Socialista que era junto con abuelo Ramón, no se
casaba por iglesia y menos en la iglesia que manejaba el Cura Trelles.
Eras jovencita, tenías veinte años, y
tío Ángel, veinticinco. Y después fueron el enganche para que tu hermana mayor,
Ana, se casara con el hermano menor de tío, mi abuelo Ramón…
No pudiste tener hijos. Decían que había
sido porque tenías una matriz infantil y ésa era la causa de la infertilidad.
Pero tu hermana, mi abuela, lengua viperina, decía que era por las fechorías
que había hecho tu marido, mi adorado tío, por
ahí… ¿Me entendés, no?
No pudiste tener hijos, pero ayudaste a
criar a mi viejo y a mí…
Y fuiste una madre, verdaderamente.
Cuando yo estaba desconsolada me
refugiaba en vos y en tío Ángel y me iba a su pieza y me quedaba horas hablando
en la cama…
Era feliz cuando en mi primera infancia me llevaban por tres meses a Juárez y tomábamos La Estrella y mi vieja se
quedaba desconsolada y yo, como si tal cosa, no extrañaba nada…
Y en el Hotel La armonía, del que yo no existe ni el cartel ni la sombra del
cartel, era una princesa…
Por la tarde me sentaba en el hall o en
el bar y pedía un sándwich de jamón crudo y una Indian Tonic recién salida o una Bidou…
¡Sí1 ¡Soy de la generación Bidou!
A la siesta me subía a una mesa que
estaba en la galería del hotel y cantaba las canciones de moda sobre todo de Héctor
Varela: Fumando espero, Fueron tres años,
Silueta porteña… Seguro uno de los tantos Jolies que tuvieron –sus perros se llamaron Jolie hasta que nosotros partimos y se quedaron con nuestro Mao que murió en esta casa- me ladraba
pensando que era un perro cantando… Y tenía razón: siempre desafiné como un
perro.
A la noche me iba al comedor que estaba
separado del bar por unas cortinas pesadas de terciopelo como si fuera un
teatro y me sentaba a la mesa y esperaba que me viniera el mozo con el menú. En
realidad esperaba que me atendiera mi mozo preferido, Félix, que hacía todo un
ceremonial como si realmente se tratase de una princesa de verdad. Y entonces
yo pedía uno de mis platos predilectos: colchón de arvejas.
Y el día en que cayeron piedras a la
hora de siesta, piedras que más que piedras parecían huevos transparentes de
avestruz, yo saltaba en tu pieza de tus brazos a los de tío Ángel pensando tal
vez en mi mente infantil que se venía el mundo abajo y que quería morir en los
brazos de ustedes mientras pedía por favor a los gritos: “¡¡¡Denme Lumilanetas!!!
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Tía Elvi y yo en Necochea
18 enero 1952 |
Y cuando ya se mudaron
definitivamente a Buenos Aires de vuelta yo quería siempre que vos me peinaras
porque mi abuela era una chapucera para hacer las trenzas y me las hacía flojas
y mi vieja me tiraba el pelo tanto que me dolía. Vos eras el justo medio.
Un día de enero del 73, cuando esperaba
un hijo y ya estaba cerca del séptimo mes de embarazo me fuiste a despedir a la
puerta de calle en Pampa y me preguntaste cuándo había sido y yo te contesté:
“¿Cómo no
hicieron la cuenta? Tío Ángel me contó que estuvieron haciendo la cuenta a ver
cuándo había quedado embarazada?”
Y vos sigilosamente me dijiste:
“¡No,
cuándo quedaste embarazada! ¿Cuándo fue la primera vez?
Y ahí empecé a contar yo: “Y no sé, va a ser más de ocho años…”
Y vos, sorprendida: “¡Lo que hay que hacer por los hombres!”
-
“¿¡Cómo?! A mí me gusta…” reaccioné.
-
“¡¿Te gusta?!”
-
“¡Sí! ¡Me gusta!”
-
“Ah, bueh…!
Y
te quedaste pensando. Te di un beso y me fui... Venía el colectivo.
Viviste toda tu vida dedicada a Ángel como
un perrito, lo seguías siempre y lo esperabas con el té que le gustaba, con la
comida que quería… Pero un día que vine de Holanda, cuando estaba investigando
para hacer el libro del tango sobre el tema de los burdeles, me puse hablar
aquí en donde escribo esto con vos y abuela y sobre todo Tío Ángel que había
sido músico en la banda del pueblo a principios del siglo XX y que yo sabía,
por mi abuela, que tenía su expertise en el asunto.
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Tio Ángel desde la tribuna
Tandil 1931 |
Y tío Ángel, que había ido hasta tercer
grado, que era un autodidacta con una gran cultura en cuya biblioteca me formé,
que había sido candidato a diputado por el Partido Socialista por la Provincia
de Buenos Aires junto con Alfredo Palacios antes de la división del socialismo,
que era un gran orador agarró la palabra
y se puso a contar. Lo tengo grabado.
Me contestó que iban al burdel como a
un club, que era el lugar democrático, descontracturado en donde se encontraban
todos y que ellos a veces tocaban con el trío que después no sé si fue un
quinteto, que bailaban con las muchachas. En fin, lo mismo que cuenta Canaro en
sus Memorias: “había hasta cama…”
Yo le pregunté: “¿Y dónde se encamaban?”.
Y él, a sus casi noventa años,
sintiéndose impune, mientras las dos hermanas Elvira y Ana tomaban mate en
silencio, me dijo:
“¡No, nosotros sabíamos qué
muchachas estaban solas en su rancho, allá en esa época por el barrio de
Pachán, y entonces pasábamos temprano y le preguntábamos si a la noche estaban
libres y ellas nos decían: «sí, te espero con un churrasquito o con un guiso…»
y a la noche caíamos…”
Tía
Elvira y abuela Ana se miraron, mirada de entendimiento. De buenas a primeras
se terminó la impunidad!!! Y vos, tía Elvi, saltaste y dejaste de ser el
perrito faldero y no sé cómo no le reboleaste el mate por la cabeza y empezaste
a putear sobre “esa yegua que ya sabían de quién se trataba y que era una puta
de la gran puta…” Y te levantaste y te fuiste para la pieza.
Toda esta escena con todos nonagenarios…
Y bueno, como diría San Agustín: “El que no
tiene celos no está enamorado.”
Y vos, tía, seguías enamorada…
Tía Elvi, en donde estés, seguro
estarán todos juntos con mi abuelo Ramón, mi vieja, la vieja Ana y, por
supuesto, tío Ángel!!! ¡Qué aquelarre!
Tía Elvira, FELIZ CUMPLE!!!
®© Ana Sebastián, Memorias impertinentes.