Es conocido que en una oportunidad Hitler posó para una foto con sus ralos y particulares bigotes y las manos cruzadas sobre su zona genital.
Hitler solo tiene las manos cruzadas |
A partir de
ahí muchas fotos de su plana mayor nos muestran a los jerarcas nazis con las
manos cruzadas sobre sus respectivas partes pudendas.
¿Y ahora? |
También es sabido que, una vez muerto Lenin, en plena etapa stalinista, algunos personajes relevantes de la Revolución rusa que osaron manifestar sus disidencias con el régimen fueron lisa y llanamente eliminados no sólo de hecho si también de las viejas fotos, aún de las más importantes que figuraban enmarcadas en los museos de la revolución bolchevique.
Lenin en el atril y al costado Leon Trotsky &Lev Kamenev - A la derecha, ambos eliminados.... |
Esta costumbre
continuó con otros regímenes como cuenta Carlos Franqui en su libro Retrato de Fidel con familia, retrato
del que fuera borrado el autor, uno de los pioneros, junto con Camilio
Cienfuegos, el Che y el mismísimo Comandante, de la Sierra Maestra.
Carlos Franqui eliminado de la foto después de disentir con el rumbo que tomaba la Revolución Cubana |
El
17 de noviembre –día del militante- del 2006 fui a un acto de homenaje a
Gustavo Rearte y me asombró ver que, además de algunos jóvenes que, por razones
de edad, no lo conocieron y justificaban su presencia en la necesidad de
reivindicar o indagar nuestra historia reciente, había mucha gente mayor con
rostros conocidos, envejecidos que me hacían acordar a ese racimo, esa decena
de esos otros viejos, los anarquistas, que, a fines de los años sesenta, se
reunían periódicamente en una casona de San Telmo a autoescucharse y
discutir -como buenos anarcos- sobre la guerra civil española, sobre la
revolución ácrata que no fue, sobre los anarcosindicalistas, los expropiadores,
etc. Era la casa de los Quesada... Una imagen en sepia...
[Imagen a la que le ponía color Adriana, la compañera de Pouppée de Arquitectura, que en realidad era Mirta Adriana Bai Quesada, hija de artistas y nieta de esos anarquistas de larga data, secuestrada en mayo de 1978 con su hijito y su compañero. Hijo que lloraba cada vez que veía a una actriz de teleteatro y, de ese modo, su madre, Mya Quesada, se volvería a encontrar con su nietito...]
Pero volviendo a ese acto tenía, además, otras caras que yo conocía pero no justamente de las viejas épocas.
ADRIANA BAI QUESADA |
[Imagen a la que le ponía color Adriana, la compañera de Pouppée de Arquitectura, que en realidad era Mirta Adriana Bai Quesada, hija de artistas y nieta de esos anarquistas de larga data, secuestrada en mayo de 1978 con su hijito y su compañero. Hijo que lloraba cada vez que veía a una actriz de teleteatro y, de ese modo, su madre, Mya Quesada, se volvería a encontrar con su nietito...]
Pero volviendo a ese acto tenía, además, otras caras que yo conocía pero no justamente de las viejas épocas.
Caras que en aquellos tiempos
más peligrosos estaban en otros ámbitos, menos expuestos [como se dice ahora] y
que, en tiempos tranquilos, cuentan sus historias de héroes que no fueron o se
ponen al lado del deudo del homenajeado para salir en la foto o, si es posible,
en la pantalla, mejor.
Por eso cuando el que tenía la palabra fue nombrando una ristra de personalidades ligadas a la militancia de esos años para que el público aplaudiera -algunas que poco o nada tenían que ver con Gustavo Rearte- y alguien del público gritó el nombre de Eduardo Salvide que el orador había olvidado, los que ahora quieren salir en la foto o en la pantalla que es mejor, miraron con una mezcla de recelo e indignación a quien se había atrevido a gritar ese nombre e insertarlo como colado en el homenaje.
O no querían saber o no sabían. Estaban ahí sólo para la foto.
Gustavo Rearte |
Por eso cuando el que tenía la palabra fue nombrando una ristra de personalidades ligadas a la militancia de esos años para que el público aplaudiera -algunas que poco o nada tenían que ver con Gustavo Rearte- y alguien del público gritó el nombre de Eduardo Salvide que el orador había olvidado, los que ahora quieren salir en la foto o en la pantalla que es mejor, miraron con una mezcla de recelo e indignación a quien se había atrevido a gritar ese nombre e insertarlo como colado en el homenaje.
O no querían saber o no sabían. Estaban ahí sólo para la foto.
Sin
embargo, si algo no querían esos militantes de entonces, los Gustavo Rearte,
era salir en la foto.
Si en un plenario, en una manifestación, en un acto relámpago o en uno de los pocos congresos, alguien aparecía con una máquina de fotos, con un flash, lo menos que hacían era dar vuelta la cara, taparse con la melena y lo más, echarlo a patadas para no salir en ninguna foto porque si había un fotógrafo no era con intenciones de guardarlos para la posteridad sino de guardarlos en los archivos de Coordina, como se apocopaba Coordinación Federal o en algún archivo semejante o tras las rejas. Y eso que lo peor todavía no había empezado.
Si en un plenario, en una manifestación, en un acto relámpago o en uno de los pocos congresos, alguien aparecía con una máquina de fotos, con un flash, lo menos que hacían era dar vuelta la cara, taparse con la melena y lo más, echarlo a patadas para no salir en ninguna foto porque si había un fotógrafo no era con intenciones de guardarlos para la posteridad sino de guardarlos en los archivos de Coordina, como se apocopaba Coordinación Federal o en algún archivo semejante o tras las rejas. Y eso que lo peor todavía no había empezado.
Conocimos
a Gustavo Rearte en el 65 a instancias del Gordo Héctor y de Pablo Etchenique
con quienes nos juntábamos en La comedia de
Corrientes y Paraná.
Eran otros tiempos no justamente de cercos y glicinas, pero sí de la vida en orsai.
Eran tiempos en que nos había marcado esa revolución de barbudos que un día desfilaron por la Avenida del Libertador, en que los mayores nos hablaban de la Pasionaria, de la Guerra Civil Española, de Buenaventura Durruti. Pero sólo hablaban.
Eran tiempos en que discutíamos si el peronismo era bonapartista o revolucionario. Y si era revolucionario había que estar con el peronismo.
Eran tiempos en los que ya Arturo Frondizi había caído porque la fórmula Framini- Anglada había ganado la Provincia de Buenos Aires.
Eran tiempos en que ya Felipe Vallese había sido desaparecido. Eran tiempos en que los que habíamos crecido con el Decreto Nº 4161 sabíamos del “tirano depuesto” y nos preguntábamos por qué los cabecitas lo seguían queriendo al que ellos llamaban “el General” y nosotros ya empezábamos a llamar “el Viejo”.
Eran tiempos en los que De Gaulle visitaba la Argentina y se hablaba de “tercera posición” y ya Argelia se había liberado y ya Cuba pretendía armar una gran Sierra Maestra en la Cordillera. Eran esos tiempos en que todo ebullía, en que los muchachos se dejaban el pelo largo y las chicas empezaban a acortar las polleras.
Eran otros tiempos no justamente de cercos y glicinas, pero sí de la vida en orsai.
Eran tiempos en que nos había marcado esa revolución de barbudos que un día desfilaron por la Avenida del Libertador, en que los mayores nos hablaban de la Pasionaria, de la Guerra Civil Española, de Buenaventura Durruti. Pero sólo hablaban.
Eran tiempos en que discutíamos si el peronismo era bonapartista o revolucionario. Y si era revolucionario había que estar con el peronismo.
Eran tiempos en los que ya Arturo Frondizi había caído porque la fórmula Framini- Anglada había ganado la Provincia de Buenos Aires.
Eran tiempos en que ya Felipe Vallese había sido desaparecido. Eran tiempos en que los que habíamos crecido con el Decreto Nº 4161 sabíamos del “tirano depuesto” y nos preguntábamos por qué los cabecitas lo seguían queriendo al que ellos llamaban “el General” y nosotros ya empezábamos a llamar “el Viejo”.
Gustavo con Perón en Puerta de Hierro |
Eran tiempos en los que De Gaulle visitaba la Argentina y se hablaba de “tercera posición” y ya Argelia se había liberado y ya Cuba pretendía armar una gran Sierra Maestra en la Cordillera. Eran esos tiempos en que todo ebullía, en que los muchachos se dejaban el pelo largo y las chicas empezaban a acortar las polleras.
En esos tiempos y en esas discusiones
andábamos cuando se venían las elecciones del 65 y nosotros hacíamos volantes a
mano o en la máquina de escribir siguiendo la consigna del MRP, el Movimiento
Revolucionario Peronista, que incitaba al voto en blanco.
Eduardo Salvide |
Pasaron las elecciones y terminamos yendo a conocer a Eduardo Salvide en la casa paterna de Floresta y de ahí a Gustavo Rearte y al Toto Franco, un día, un paso. Eran la famosa JRP, la Juventud Revolucionaria Peronista, la Juventud del MRP - Movimiento Revolucionario Peronista.
Allí estábamos jugando casi en primera con
esos hombres grandes.
Estábamos con Alonso De pie junto a Perón, contra el Lobo
Vandor.
Estábamos con esos ya hombres grandes que tenían unos años más que nosotros a los que escuchábamos cuando íbamos al Sindicato de Prensa en donde el colorado Santiago era una especie de sereno, con el Turquito diciendo que uno se podía camuflar en la pampa adentro de un ombú para hacer “la rural”, en donde Emilio Mariano Jáuregui traía a Santillán que nos contaba que los zafreros en huelga en Tucumán sólo tenían mate cocido amargo para darle a sus hijos.
Y allí hablaba Franco que un rato antes se había leído el discurso de Fidel contra los intelectuales y se nos venía abajo como figura de líder porque nosotros lo habíamos leído antes. Totó Franco, más improvisado,que luego sería víctima de un accidente llevando un 20 de noviembre una bomba casera que le detonó y le arrancó la mano, que luego se exiliaría en Suecia y volvería y sería nombrado por algunos pibes ricoteros como “El Comandante Cortito”.
Y allí estaba Gustavo Rearte con su carisma, su mayor precisión, hablando de Villalón, de Perón, del Mayor Alberte que en 1976 sería asesinado por la patota que entró a su departamento y lo arrojó por la ventana.
Se discutía acaloradamente sobre si el peronismo era revolucionario, si se debía hacer la guerrilla rural o urbana.
Y Rearte -este Rearte porque los Rearte eran tres, bien diferentes y más en su militancia-, era elocuente pero distante, con su papel de conductor, más preciso, atildado, más difícil de abordar, al menos para los más jóvenes que lo veían como a alguien casi inalcanzable arriba del nivel de los demás.
Por algo se había codeado o se codeaba con los que ya eran historia los de Huerta Grande, los Amado Olmos, los Tolosa, los Guillán, los Lorenzo Pepe... Ya se estaba gestando eso que sería después la CGTA y Raimundo Ongaro hablaba como un presbítero.
Emilio Mariano Jáuregui |
Estábamos con esos ya hombres grandes que tenían unos años más que nosotros a los que escuchábamos cuando íbamos al Sindicato de Prensa en donde el colorado Santiago era una especie de sereno, con el Turquito diciendo que uno se podía camuflar en la pampa adentro de un ombú para hacer “la rural”, en donde Emilio Mariano Jáuregui traía a Santillán que nos contaba que los zafreros en huelga en Tucumán sólo tenían mate cocido amargo para darle a sus hijos.
Santillán y los cros. de la FOTIA |
Escuchábamos esas historias del país de adentro, íbamos a los plenarios
que hacíamos en el Sindicato de Calzado en la calle Yatay que nos prestaba el compañero
Eyeralde o al de Farmacia que nos prestaba Di Pascuale.
Jorge Di Pascuale |
Y allí hablaba Franco que un rato antes se había leído el discurso de Fidel contra los intelectuales y se nos venía abajo como figura de líder porque nosotros lo habíamos leído antes. Totó Franco, más improvisado,que luego sería víctima de un accidente llevando un 20 de noviembre una bomba casera que le detonó y le arrancó la mano, que luego se exiliaría en Suecia y volvería y sería nombrado por algunos pibes ricoteros como “El Comandante Cortito”.
Y allí estaba Gustavo Rearte con su carisma, su mayor precisión, hablando de Villalón, de Perón, del Mayor Alberte que en 1976 sería asesinado por la patota que entró a su departamento y lo arrojó por la ventana.
Mayor Bernardo Alberte |
Se discutía acaloradamente sobre si el peronismo era revolucionario, si se debía hacer la guerrilla rural o urbana.
Y Rearte -este Rearte porque los Rearte eran tres, bien diferentes y más en su militancia-, era elocuente pero distante, con su papel de conductor, más preciso, atildado, más difícil de abordar, al menos para los más jóvenes que lo veían como a alguien casi inalcanzable arriba del nivel de los demás.
Por algo se había codeado o se codeaba con los que ya eran historia los de Huerta Grande, los Amado Olmos, los Tolosa, los Guillán, los Lorenzo Pepe... Ya se estaba gestando eso que sería después la CGTA y Raimundo Ongaro hablaba como un presbítero.
Gustavito Lafleur |
Allí
estaba también el otro Gustavo, (Gustavito, para diferenciarlo de Gustavo
grande) Lafleur que haría un viaje a Cuba con otros compañeros, que era como
hacer un viaje a la meca. Y volvieron. Medio engreídos porque también eran humanos y habían estado en el lugar sagrado, pero volvieron.
Y vino el golpe del 66, las cosas se fueron poniendo más densas, más turbias.
Gustavo el grande dirigía En lucha que se hacía a pulmón, con
guita de nuestros bolsillos, sin ningún puntero o puesto que nos acomodara,
que repartíamos en la Villa Echeandía y
en la Villa Saldías como testigos de Jehová repartiendo Biblias...
Un día una compañera pidió ir a un baño y descubrió que del sable (el clavo que tenían junto a la precaria letrina) colgaban recortes de En lucha a modo de papel higiénico...
Y estaba Gogó y Miguelito el pulseroso y
Miguel Bianchini de Ramos Mejía que trabajaba en el Banco Provincia a quien le
prestábamos nuestro Geloso para que pasara los discursos de Perón que venían
clandestinos vía Villalón, vía el Mayor Alberte.
Geloso que después no nos
quería devolver y que yo iba religiosamente a reclamar porque no teníamos otra
cosa.
Miguel Bianchini |
Ya no
íbamos repartiendo En lucha a la villa de Echeandía ni a Saldías.
Ahora íbamos con Crisol peronista, nombre cursi y poco mediático, que escribíamos en stencils tipeados en nuestras máquinas y que seguramente terminaban también en las letrinas de los compañeros de las villas.
Miguel Bianchini moriría en un tiroteo en Haedo en octubre de 1971 cuando iba a hacer un operativo.
Eduardo Salvide sería secuestrado el 10 de marzo del 77 y engruesa la lista de desaparecidos.
Ahora íbamos con Crisol peronista, nombre cursi y poco mediático, que escribíamos en stencils tipeados en nuestras máquinas y que seguramente terminaban también en las letrinas de los compañeros de las villas.
Miguel Bianchini moriría en un tiroteo en Haedo en octubre de 1971 cuando iba a hacer un operativo.
Eduardo Salvide sería secuestrado el 10 de marzo del 77 y engruesa la lista de desaparecidos.
Rearte fundó lo que llamó el MR17, una
de las pequeñas “formaciones especiales” -como le gustaba llamarlas a Perón-, lo
que aquí se llamaba “organizaciones armadas”.
Pero casi no actuó.
Cayó prácticamente antes de entrar en acción.
Ya no eran palabras, eran hechos.
Las palabras eran medidas, como las fotos.
Las palabras comprometían al que las decía y al que las escuchaba.
Y estuvo Trelew y el 17 de noviembre del 72 y el 11 de marzo y el 25 de mayo del 73 y el 20 de junio también del 73.
Los aciertos y los desaciertos...
Mientras... esa mala palabra, el cáncer, consumía a Gustavo Rearte.
Murió poco después del 20 de junio, paradójicamente un año antes que Perón, el 1 de julio.
Murió, pero era tanto lo que pasaba, tan intenso y súbito que no tuvo seguramente el acompañamiento de sus propios compañeros.
Se vivía en un vértigo constante, un torbellino, en alerta y no justamente meteorológica, en un paroxismo de pasiones encontradas y desencontradas.
Pero casi no actuó.
Cayó prácticamente antes de entrar en acción.
Ya no eran palabras, eran hechos.
Las palabras eran medidas, como las fotos.
Las palabras comprometían al que las decía y al que las escuchaba.
Y estuvo Trelew y el 17 de noviembre del 72 y el 11 de marzo y el 25 de mayo del 73 y el 20 de junio también del 73.
Los aciertos y los desaciertos...
Mientras... esa mala palabra, el cáncer, consumía a Gustavo Rearte.
Murió poco después del 20 de junio, paradójicamente un año antes que Perón, el 1 de julio.
Murió, pero era tanto lo que pasaba, tan intenso y súbito que no tuvo seguramente el acompañamiento de sus propios compañeros.
Se vivía en un vértigo constante, un torbellino, en alerta y no justamente meteorológica, en un paroxismo de pasiones encontradas y desencontradas.
Una callecita perdida entre los monoblocks de Villa Pueyrredón honra su nombre y el de Di Pascuale que fue puesto, a instancias de la que suscribe, por el Bloque Justicialista del Concejo Deliberante en 1997.
Casi no hay fotos de Gustavo Rearte...
Pocas...
Era lógico.
Nadie quería salir en la foto.
Él, menos.
® © Ana Sebastián. De Memorias impertinentes.
1 comentario:
hοla,
Reconozϲo que antes no mе motivaba mucho elѕitio, sin embarrgօ ultimɑmente estoly siguiendolo regularmente y esta mejorando.
Bien hecho!
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