+ Pelusa…
Héctor Eduardo Carrica...
en nosotros siempre querido compañero… querido amigo...
Por
segunda vez en una semana vuelvo a esta plegaria de Mariano:
«No los ves, no los tocás, pero están presentes…
en los recuerdos
inolvidables que llevo en la mente…”
El domingo a la noche, después de cenar, tuve
la idea de llamar a nuestro amigo Carlos que vive en Entre Ríos…
A la tarde había recibido un mensaje tuyo de Whatsapp
que estaba esperando y abajo decía: “ATE. Pelusa Carrica.” Yo pensé que era un
error y nada más… No le di importancia porque me interesaba más lo otro que me
habías mandado.
Ni bien
empezada la charla con Carlitos -como le
seguimos diciendo, aunque dejó de ser un nene hace años- se interrumpió la
conversación por Whatsapp por la entrada de tu llamada.
Te atiendo y lo primero
que me preguntás es si no vi el mensaje sobre Pelusa…
Y yo te digo que sí, pero
que o le respondí que no le di importancia porque pensé que era un error, que
pensé que habías puesto el dedo mal y reenviado algo que no tenía que ver con
nada. Ahí oigo que se te nubla la voz, que lloras casi…
Oigo una congoja y con
gravedad: “¡Pelusa se murió…! Me enteré por Carlitos…” Ante lo inesperado te
digo que estaba en ese momento hablando Carlitos… Vos lo habías llamado a la tarde y te habías
enterado por él.
Entonces corté… Y volví a llamar a Carlitos.
Y después con
vos… Me dijiste que mirara en la web que tenía muchas despedidas de sus
compañeros y de mucha gente. No quise hacerlo esa noche… Era muy fuerte el golpe.
Entonces vi que
en Whatsapp había estado por última vez el 16 de abril y entendí por qué no me
contestaba lo único que le mandaba que eran todos chistes relacionados con
River o con la catorcena que se iba convirtiendo en cuarentena, sesentena,
setentena, ochetecena y así en centena… Y no tenía respuestas.
La última vez
que habíamos hablado por teléfono, hablamos de Mariano, de cuando íbamos juntos
al Monumental a nuestra vuelta de Amsterdam… de que cuando él no iba y
volvíamos caminando por Monroe, Mariano se paraba y le decía: “Pelusa, bostero, salí al balcón… ¿Por qué
no fuiste hoy a ver al Millo?” Cosas semejantes… También me dijo que vos
tenías un libro de él que yo no ubicaba, La
rebelión en Tierra Santa de Menahem Beguin.
Y después le comenté que había entrevistado
hacía unos años a Pedro Victorio Bevilacqua y a su hermano Andrés, ambos del Comando de Organización, el CdO que dirigía Alberto Brito Lima y
había salido él en la conversación. Y Pelusa me contestó que hacía un tiempo
había hablado con él. Y le conté parte de la entrevista con Pedro –Tiqui-
Bevilacqua, que cuando lo había entrevistado era Director del Archivo General
de la Nación.
Aquí transcribo la parte referida a Pelusa de
la entrevista:
Hablando de la vieja militancia y de las diferencias
y de muchos que ya no están, Pedro Bevilacquase refiere a la serie de películas
de Leonardo Favio sobre el peronismo.
«Y yo digo:
- No veo esas películas de Leonardo porque en una, cuando
viene De Gaulle, aparece un compañero nuestro, el Turquito Nasserito… Lo
jodíamos diciendo que sólo podía ser clandestino en el desierto del Sahara…
- ¡Yo milité con Nasserito!
Nasserito
- ¿Sí? ¡Claro! Tenés razón… Venía del Comando de
Organización!
- Y sabés quién estaba
también… ¡Ayyy! ¿Cómo es que se llama? MANDRAKE lo llamábamos… después se llamó Pelusa que
secuestraron a la madre... que era enfermera y estuvo cuidando a mi madre
cuando estuvo enferma…
- ¿Pelusa?
- ¡¡¡¡Siiiií, Pelusa!!!!
- Pelusa Carrica…
- ¡¡¡¡ Siiiií
¡!!! - Pedro, con más entusiasmo aún-
empezó con nosotros. Y la madre también.
-
Le voy a decir. Me
hablo de vez en cuando. Ahora está en el Chaco, en el Impenetrable.
-
Sí, decile… Yo
también a veces hablo. Por suerte está mejor porque la pasó muy mal…
-
¡Qué bárbaro!
¡Increíble! Nosotros fuimos compañeros, pero después de que se fue del
Comando… [Risas]»
El 20 de junio de 1973 cuando una multitud iba
de cualquier forma a recibir a Perón a Ezeiza, en donde luego se produciría el
tiroteo desde el Palco y la gran desilusión de mucha gente que se retiraba
llorando y cuando Leonardo Favio amenazó con quitarse la vida porque estaban
torturando a alguien que habían subido a la rastra, yo, que estuve muy
descompuesta a raíz de unos sándwiches que había comido en el bar de Rojas y
Rivadavia y que me patearon mal, pasé gran parte del tiempo en el camión de
Sanidad que estaba a cargo de Irma Laciar de Carrica, la mamá de Pelusa que
sería secuestrada el 18 de abril de 1977 y nunca más se sabría.
|
Irma Laciar de Carrica, la mamá de Pelusa. |
Por supuesto iba con nosotros Pelusa junto a Cacho
Ropero, Cachito Gerez, Miguelito Foncuevas, Julio Goitía, el Gato, entre otros.
Pelusa se exiliaría en Suecia, en Göteborg.
Nos comunicábamos a menudo porque teníamos
muchos amigos allí y también nos carteaba porque volvió primero a Buenos Aires.
Sé que fue despedido elogiosamente por muchos
de sus compañeros actuales y que aparece en la web.
No encontré un solo aviso fúnebre personal o
familiar, pero seguro existe. Recién ayer una amiga, compañera de mi trabajo me
averiguó que la causa de muerte: cáncer de páncreas…
No puedo decir nada más…
Y ahora, Pelusa, que en paz descanses…
Tuviste una vida muy intensa, muy apasionada,
muy generosa…
Y agradezco que hayas sido mucho más que un
compañero, un verdadero amigo… palabra muy potente…
«Un amigo es alguien con quien te podés
pelear y discutir más de una vez. Y es irreemplazable.»
Espero que estés junto a Mariano y desde
arriba nos alienten y nos estimulen para seguir…
Hay veces que se hace difícil ser
sobreviviente…
En esa última conversación hablamos del
cuento del que Pelusa se reía mucho porque había sido realmente el protagonista
y te asombrabas de que, sin haber estado presente, hubiera reflejado ese hecho
en la gélida Suecia.
ANA SEBASTIÁN – CUENTOS CIRCUNSTANCIALES /1
DUELO CRIOLLO
A Pelusa, Héctor Carrica, más que compañero… amigo!
Con aspecto de mexicano malo de película, de los de Pancho Villa, no sólo los bigotes, la fama también, el Negro llevó a Göteborg a su familia, su reputación de pesado rápido en el cuchillo y de hombre de pocas pulgas. Fama que acrecentó cuando, escabullendo la obligada veda sueca, el alcohol lo llevaba a violentos extremos que empezaba o terminaba descargando entre las paredes de su departamento de la ciudad dormitorio de las afueras. Departamento que compartía con su mujer, una hija de seis años y un hijo de dos que, con minuciosa periodicidad se convertían sus víctimas.
Eso le acrecentaba la imagen de tipo jodido ante la colonia exilar de latinoamericanos en Gôteburg, que era mucha y variada y, en especial, en la colonia rioplatense.
Porque el Negro le tenía especial tirria a los "hermanos orientales" ya que uno de éstos, por razones de conexión de parentesco con su mujer, solían incursionar en las sistemáticas trifulcas familiares originadas en su mala bebida.
A medida que su imagen crecía, crecía su aislamiento y, círculo vicioso al fin en alguien que no tiene más identidad que la que él tenía, su aislamiento le potenciaba el amor a la botella.
La Nochebuena de 1979 encontró a los latinoamericanos residentes en Gôteburg organizándose para reunirse en casa de uno u otro a fin de estar juntos y alivianar de ese modo la frialdad y la lejanía.
A las ocho de la noche ya se había concentrado bastante gente en casa del Pelusa, en otro monoblok en medio de bosques helados, a cinco o seis cuadras del del Negro.
Pelusa era un argentino de los tantos que recalaron en Suecia que trataba, como los otros, de seguir adelante entre el olvido y el recuerdo. Dosificando las cuotas de cada uno alternativamente.
En la medida de lo posible. Como para olvidar que la vida es una herida absurda. Como para no olvidar que los milicos habían desaparecido también a la dirigente sindical que era su madre.
Él, Pelusa, que había mamado de su madre la leche de la solidaridad, era lo que se llama un compañerazo, un tipo capaz de una gauchada. Por eso su casa era, a las ocho de la noche del 24 de diciembre de 1979, un enjambre de gente latina multicolor que preparaba empanadas, almacenaba cervezas… En el balcón que era más amplio y eficaz que una heladera, ponía cassettes con salsa, cumbias o tangos y alternaba acentos de todas las latitudes latinoamericanas confundiéndose en la espera de la hora adecuada para empezar la cena de Nochebuena.
Todo el mundo estaba en ese trajín cuando sonó el teléfono. Una salvadoreña le pasó el tubo a Pelusa. Era un uruguayo, exactamente, el cuñado de la mujer del Negro, que lo llamaba para ver si podía intervenir porque el Negro estaba, totalmente borracho, reventando la casa y a su mujer y sus hijos. Una vecina lo había llamado a él aterrorizada. El uruguayo que había tenido ya varias agarradas con el Negro, no se atrevía a intervenir.
Pelusa colgó el teléfono, se abrigó, caminó las cinco o seis cuadras entre bosques helados que separaban su monoblok del del Negro y cuando llegó al departamento correspondiente sólo oyó el silencio. Tocó timbre y abrió la mujer del Negro, totalmente desfigurada por los golpes y el llanto.
El Negro no estaba. Pelusa quiso convencer a la mujer para llevarla a su casa, pero, entre la vergüenza y el dolor, ella prefirió que Pelusa la llevara con los chicos a lo de su hermana, la casada con el uruguayo.
Pelusa los acompañó y después se fue a si casa para seguir, aunque con un sabor bastante amargo, con la fiesta de Nochebuena.
No comentó los acontecimientos para no arruinarles la noche a los presentes.
A eso de las diez, vuelve a sonar el teléfono. Era el Negro, fuera de sí preguntando por Pelusa. Cuando Pelusa agarró el tubo, el Negro empezó con un rosario de improperios, insultos para arriba y para abajo…
Y, después de preguntarle «quién carajo era él para meterse en su vida», le advirtió que se preparara que iba a ir a su casa a ver si ahí se hacía el guapo.
Pelusa pensó: «Ya bastante tenemos con festejar esto lejos y sin familia como para que este hijo de puta venga acá a armar quilombo y jodernos más…» Así que le dijo: «Mirá, Negro, esto es entre nosotros y si querés lo arreglamos pero a solas, como hombres que somos.»
Cuando terminó de decir esto, sintió el consecuente silencio de la gente reunida en su casa y al Negro que le contestaba: «Bueno, preparate en media hora.».
«En media hora en el claro del bosque…» agregó Pelusa en tono tranquilo..
«Ahí vas a aprender a no meterte conmigo y con mi familia» –siguió el Negro.
«¡En media hora en el claro del bosque!» repitió Pelusa y colgó.
Dirigiéndose a los demás les aseguró: «Tranquilos, no pasa nada, en una hora estoy de vuelta.» Dos o tres, imaginando lo peor, se ofrecieron a acompañarlo. Pero Pelusa reiteró: «No pasa nada….»
Recordando la fama del Negro, fue a la cocina y agarró una cuchilla chiquita, con una hoja angosta de unos doce centímetros y se la acomodó en la cintura, adelante.
Se puso una campera de nylon como para aguantar los veinte grados bajo cero en el claro del bosque y arriba, un poncho rojo, federal que, con una foto, era lo único que tenía de su madre.
Tranquilizó de nuevo a su mujer y a la gente: «No pasa nada. Voy a ver si consigo más cerveza y a conversar un poco con él. Nada más.»
Antes de irse descolgó de la pared del recibidor un machete que se colgó en bandolera, a la espalda, bajo el poncho y salió.
Al llegar al claro vio aparecer de entre los árboles al Negro.
-«¡Hijo de puta, jugate si sos hombre!»
Pelusa no contestaba….
Se sacó el poncho y lentamente se lo empezó a enrollar en el brazo izquierdo.
Mientras, lentamente, también se acercaba al Negro. Para algo sirve la literatura gauchesca.
El filo del facón del Negro resplandecía ya entre el hielo y la luna del claro.
Después de dar unos pasos, Pelusa sacó, con su izquierda también, la cuchillita de la cintura. Semejante objeto, insignificante, comparado con el suyo, envalentonó al Negro que seguía hacia adelante, puteando. Hasta que, de pronto, Pelusa gritó con su vozarrón característico: «¡Negro hijo de puta, te voy a dar pegar a las mujeres y a los pibes!» mientras el tremendo machete relampagueaba en su derecha.
El Negro entonces, en un ataque de sobriedad repentina, empezó a recular rápidamente. Sin tener en cuenta que en el hielo no se puede andar muy rápido, a los dos pasos, se resbalaba cayéndose de culo. Pelusa ya estaba sobre el Negro como un gigante, apuntándole con el machete en la garganta: «¡Vamos a ver quién es el guapo ahora. Si yo o vos, que reventás a tu familia, hijo de puta!»
-«¡No me matés, hermano! ¡No me matés! Te prometo que no lo hago más. Pero no me matés, por favor, por favor.»
El Negro tiró su facón…
Pelusa le repitió: «¡Hacete el guapo ahora!»
El Negro lloraba.
Pelusa lo dejó ir.
De la imagen del Negro sólo quedaron los bigotes.
En el claro del bosque fulguraba la luna en el suelo helado…
®© Ana Sebastián, Amsterdam, NL.