En honor al creador del Día del Tango,
he aquí esas palabras:
“Fue
aquella misma noche y al filo de la madrugada cuando Megafón tuvo la
experiencia y el ensueño que me refirió después y que titulo LA CALESITA DEL
TANGO. [...] Megafón se dirigió a esa imposible fuente de la música. [...]
De
pronto el Autodidadacto vio en su mismo centro una calesita de suburbio que tiraba
lentamente al compás de un tango y merced a la tracción de un bichoco alazán
que volteaba el armatoste con sus ojos vendados y su lomo triste de mataduras.
Jinetes de los caballitos y cisnes de madera giraban también ciertos hombres no
identificables aún, bajo la mirada estudiosa de dos personajes que se mantenían
de pie junto al palo de la sortija y que, según lo supo luego Megafón, era un
demonio llamado Ben y un demonio llamado Nelson. “
Estos dos demonios encararán una
discusión sobre la vigencia o no del tango ante personajes fantasmas que
aparecen como Reinaldo Arenas que mató a su china por infiel y, cortándole las
trenzas, junto al corazón del amante va con una maletita a entregarse al
Comisario o la Rubia Mireya o el Bandoneonista enclenque o el Bandoneonista Gordo,
el Ciruja, el Cafiolo Vidalita, la pobre Viejecita, la Madrecita Buena.
El demonio Ben hace de las suyas y pone
en un brete dialéctico al demonio Nelson que defiende a capa y espada al tango
porque -cito- “como decía Contursi todo se pierde y nada se transforma.”
En ese aquelarre en el
que todos opinan hasta el matungo que tira de la calesita, al que el demonio
Ben amenaza con convertir en mortadela, el demonio Ben es el más cáustico, es
corrosivo. Para los otros los puristas, los vendedores de estampitas, el
demonio Ben es un blasfemo al que es preciso anatemizar.
Cito:
“¡Gran
Dios! El demonio llamado Ben relampagueaba y tronaba como un Júpiter de
utilería, Y Alberto Arenas (no se olviden que iba con las trenzas de la china y
el corazón del otro), tras recoger su bagaje, se despintaba y diluían en fondo
zonc del baldío. Pero nuevas criaturas fantasmales brotaban allí, gritonas de
peripecias y los bandoneonistas creyeron reconocer a Garufa y a la Muchacha del
Circo y a don Esteban y a la Chorra y al filósofo de Uno y a la moza del
Pañuelito.
-
Basta ya! -las exorcisó el demonio
Ben- Regresen a sus paraísos o a sus
infiernos!
Y encarándose con los
jinetes.
-
¿Entendieron al fin? les gritó.
Ahora
bien, cuando parecía hundirse todo en la zozobra de aquel juicio final,
irrumpió un ente de carne huesuda y ojos febriles que, dirigiéndose a los
bandoneonistas, les dijo:
- ¡Oigan, almas de música! Si
el tango ha muerto lo lloran con razón. Y si no ha muerto ¿por qué lo lloran?
Inefables malevos, arriba los corazones! El tango es una posibilidad infinita.”
Hasta aquí, mechado,
Leopoldo Marechal.
El último fantasma era, por supuesto,
Discépolo.
El demonio Nelson que se aferraba al
folklore tanguero era Don Julio Jorge Nelson y el otro, el duende punzante y
chiquitito, el demonio Ben no era otro que este señor Mauricio Brenner, más
conocido como Ben Molar que hoy honramos con el Diploma de CIUDADANO ILUSTRE DE
LA CIUDAD DE BUENOS AIRES, aunque tal vez tendríamos que instituir otra
fórmula, la de PERSONAJE ILUSTRE, ya que BEN no sólo es ciudadano de carne y
hueso sino personaje de papel y tinta.
Yo no voy a hacer aquí una biografía de
Ben porque en primer lugar creo que algunos datos algunos datos se conocen y en segundo porque sería demasiado corta para un duendecito travieso o demasiado larga o demasiado suntuosa o demasiado austera.
Lo importante de esta bio - que no es grafía- es que este homenaje
que le tributa la Ciudad que todos llevamos en nuestros huesos, en nuestros
labios y en nuestras lágrimas es que hoy hacen los representantes electos de la
ciudad es que es un homenaje en vida. Norma que Ben intentó e intenta hacer con
tantos otros.
Tuve la suerte de conocer a Ben no hace
mucho, hace unos pocos años en la Academia Nacional del Tango.
En esa oportunidad llevaba bajo el
brazo un pequeño busto de Gardel que pretendía donar. No se lo aceptaron porque no se parecía a Gardel o por no sé qué otra razón que poco tenía que ver con lo artístico. Y Ben bajó las escaleras como un chico triste con el busto bajo el brazo y ahí fue que me acerqué, le manifesté que no entendía las razones y nos empezamos a hacer amigos...
Siempre lo vi en actitudes de
generosidad hacia el otro, de reconocimiento hacia el trabajo, de dedicación y
esmero por el detalle de estar cuando y donde hay que estar, como dirían los
yanquis en el momento adecuado en el lugar adecuado, especialmente cuando de
estímulo se trata, de difusión de la obra de los otros se trata, de no
guardarse en la manga las amistades.
Hace poco en una charla académica
recordaba a Nicolás Olivari que en sus versos cuenta cómo su madre italiana lo
acunaba entonando La Morocha que eran
las primeras palabras castellanas que oyó de su madre italiana.
A los pocos días también en un acto de
la Academia el Senador Eduardo Menem al recibir el título de Académico Honoris Causa relató cómo su
madre, que venía de Oriente medio, los acunaba al arrullo de Tristezas marinas.
Ben fue acunado por Doña Fanny con los
tangos que ella sacaba de El alma que
canta.
Seguramente esos arrullos maternos
hicieron el conjuro.
Conjuro que conminaría que Ben se
convirtiera en ese demonio que, de muchachito, marcado a fuego por esa impronta
porteña, se escaparía con la Murga Los
presidiarios de Villa Crespo.
Espejitos de colores, galera, pirueta y
repique de barrio multilingüe y multicolor.
Barrio de italianos que recién llegados
instalaron sus esperanzas en las casonas del lugar, barrio que elegiría la
inmigración judía porque ahí estaba la iglesia de San Bernardo que había sido
el Santo Protector de los judíos perseguidos. Por eso al tocar tierra en un
país de recepción católico, lo primero que se preguntaba era dónde quedaba San
Bernardo.
Ese demonio incursionaría en la
bohemia noctámbula y en los códigos de esa bohemia del hombre de Corrientes y
Esmeralda, del hombre de Corrientes y Talcahuano, de todas las esquinas de
Corrientes a las que él después pondría el nombre de sus amigos notables
muertos y vivos. Tal vez por eso de hacer carne esa definición que un día dio
Raúl Scalabrini Ortiz, comparando la amistad europea con la porteña: “La amistad europea es un intercambio, la
porteña es un olvido del egoísmo humano.”
Ese demonio que conjugaría poetas,
compositores y plásticos para hacer Los
catorce con el tango.
Ese demonio que, años más tarde,
marcado por ese sello de porteñidad, machacaría sobre la cabeza de los
funcionarios para instituir el 11 de diciembre como DÍA DEL TANGO en homenaje a
la fecha de nacimiento de Charles Romuald Gardés -conocido luego en el mundo por Carlos
Gardel- en Toulousse y de Francisco De Caro.
Por eso, por mérito de ese sentimiento
que los porteños queremos seguir acuñando como rasgo fundamental de nuestra
identidad, como cultor de ese sentimiento, olvido del egoísmo humano, creo que
es que hoy se hace entrega de este Diploma
de Ciudadano Ilustre a quien se considera como él mismo dice: “Ciudadano sin lustre”. Yo diría con el lustre de esa amistad
porteña por encima de todo tipo de diferencias, como galardón de lo que nos
distingue o por medio de sus representantes, un homenaje en vida a este señor, a este personaje de carne y hueso y de papel y tinta, al Ciudadano
Mauricio Brenner, nombre artístico Ben Molar o, en lenguaje marechaliano, a este duende, a este demonio Ben.
Nada más y muchas gracias.
® © Ana Sebastián, 20 de octubre de 1997.
Palabras sobre Ben Molar
en el acto de Entrega del Diploma de Ciudadano Ilustre –
Honorable Concejo Deliberante.