Nunca fui idolatradora
de Julio Cortázar. No quiero decir que no lo disfruté.
En realidad,
tal vez por ese espíritu que mi abuela materna tildaba de chica diciéndome que
era “una contestadora”, siempre tendí más a desacralizar que a sacralizar a los
artistas y más a los que me gustaban. No por nada mi primer libro –que fuera mi
tesis- publicado artesanalmente en 1982 por Argenguay en Amsterdam, se llama Rodolfo Walsh o la desacralización de la
literatura.
Pero, poco a
poco, le fui cobrando respeto como escritor y como persona.
Cortázar es,
con Borges, el escritor argentino más reconocido fuera la Argentina porque
perteneció al boom -expresión cuya
creación se disputaban Emir Rodríguez Monegal y Tomás Eloy Martínez- literario latinoamericano.
Los
principales escritores del boom,
especialmente los de izquierda [excepción, Borges], fueron muy difundidos y
estudiados en Europa y Estados Unidos sobre todo desde los años 60 hasta
entrados los 80 del siglo XX porque los latinoamericanos éramos pintorescos,
pueblos con caudillos extravagantes, con dictadores pletóricos de poder, con
mujeres sensuales, una especie de
barroquismo que no vivían en Europa… Y ésa es la parte paraliteraria que
funciona con los formadores de opinión en literatura, especialmente los
traductores (peores que los censores porque cuando algo les es difícil lo
denuestan y no lo aconsejan -Marechal no
está traducido hasta ahora y Arlt fue traducido por Surhkamp en Alemania bien
avanzados los 80-), los editores que ven el negocio y los royalties y las tendencias políticas, en este caso, la
influencia de la Revolución Cubana.
Paco Urondo & Julio Cortázar |
Ya en 1967
había dicho: “Mi generación empezó siendo
bastante culpable en el sentido en que daba la espalda a la Argentina. Éramos
muy snobs, aunque muchos de nosotros nos dimos cuenta de eso más tarde…”
Cortázar
sostuvo en una casi legendaria polémica con José María Arguedas que él había
comprendido la esencia de lo nacional a partir de las esferas de lo
supranacional. Esto lo llevará a tomar
posiciones muy definidas durante la terrible década que Latinoamérica sufre
desde mediados de los setenta hasta su muerte.
Cortázar fue
y es para muchos un escritor difícil que se metió en los vericuetos de la nouveau-roman, la novela nueva y que
introdujo un estilo alineal y fragmentario, que, en una época en que no existía
el zapping, pero tomándolo justamente
de las técnicas cinematográficas, supo salpicar con ese método la parte formal
y la parte profunda de su literatura, de modo que la literatura ya no sería lo
mismo después de él.
Conscientes
o no, los escritores que lo sucederían estarían tocados por la varita de
Cortázar.
Si hay algo
que rescatar de Cortázar -más allá de su
literatura- es su honestidad intelectual, esa sinceridad consigo mismo, esa
autenticidad para definirse a sí mismo, ese mirarse en el espejo de la historia
para autodefinirse, aún en sus contradicciones.
Si hay algo
que rescatar de este argentino nacido en Bruselas y muerto en París hace 30
años es que supo decir: “ser argentino es
estar triste, ser argentino es estar lejos”.
Si hay algo
que rescatar es su sentido de la amistad que hizo que en los tiempos difíciles
de la dictadura de Lanusse se allegara a la cárcel de Villa Devoto para ver a
su amigo Paco Urondo. Y allí delante de los compañeros de pabellón, le regalara
el habano que Fidel Castro le había regalado a Salvador Allende y que Allende
le acababa de regalarl a él que venía de Chile. Habano que, a su vez, Paco le regalaría a un compañero de prisión
que cumplía años, el Viejo Ponce -que
había caído junto con Luis Labraña (a) Mariano al llegar a la quinta Daisy de Tortuguitas a primeras horas del
14 de febrero de 1973, sin saber que ya Paco, su hija Claudia y su yerno, el Jote, Mario Lorenzo Koncurat y Lilí Mazzaferro ya habían caído.
Julio Cortázar & Salvador Allende |
Y Paco le dedicaría el poema
¿Soy el
Poeta de la Revolución
acaso, como
dice
por ahí
–bromeando–
un compañero
de cárcel? No. El poeta
de la
Revolución es el Pueblo; pero el
pueblo
concreto, de persona a
persona; el
Viejo Ponce que
ayer cumplió
años y casi
le revienta
el corazón de alegría
cuando le
cantaron La Marchita
Revolucionaria
del Pueblo. La cantaron
como si
fuera el Happy Birthday, y se fumó
un habano
legítimo, regalado
por Fidel al
Chicho, y por éste a
un amigo, y
del amigo a mí y de mí al Viejo
Ponce, por
la Gracia Divina. Ponce,
el viejo
gladiador peronista,
es el Poeta
de la Revolución.
Si hay algo por rescatar, finalmente es ese amor que tardío pero profundo que supo tener por Argentina y su gente: la patria. Y esa agudeza que le hizo preguntarse: “¿Por qué tan lejos de los dioses? ¡Y qué? El hombre es el animal que pregunta...”
© ® Ana Sebastián, Memorias impertinentes.
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