En este día, estos fragmentos tan diversos y contradictorios como su autor en cuyo homenaje hoy se celebra nuestro día, Leopoldo Lugones, anarquista, socialista, conservador, convocador a la hora de la espada, perpetrador de suicidios y dolores y generador de raigambre genética antagónica -su hijo, el torturador, su nieta, la guerrillera, su nieto, también suicida... Damned!!! Tal vez por eso!!!
Y el pueblo, eterno mártir
de todas las batallas;
errante peregrino
enfermo de una sed que no se sacia,
la sed de Libertad, guarda y cobija
el ideal redentor…
de todas las batallas;
errante peregrino
enfermo de una sed que no se sacia,
la sed de Libertad, guarda y cobija
el ideal redentor…
Los
mundos,
19892.
¡Odia, Pueblo! La faz se hermosea
cuando hay fiebres de odio en el pecho
como barra de hierro candente
que doran las bravas injurias del fuego.
En mi bárbara estrofa se írrita
como lengua de víbora el nervio,
el odio arde en mi bárbara estrofa,
¡El odio es el torvo pudor de los siervos!
Profesión de fe, 1 de mayo de 1896.
El poeta es el astro de su propio destierro.
Êl tiene su cabeza junto a Dios, como todos.
Pero su carne es fruto de los cósmicos lodos
de la Vida. Su espíritu del mismo yugo es siervo.
Pero en su frente brilla la integridad del verbo.
Cada vez que una de esas columnas, que en la historia
traza nuevos caminos de esfuerzo y de victoria,
emprende su jornada, dejando detrás de ella,
rastros de lumbre como los pasos de una estrella,
noches siniestras, ecos de lúgubres clarines,
huracanes colgados de gigantescas crines,
y montes descarnados como imponentes huesos:
uno de esos engendros del prodigio, uno de esos
armoniosos doctores del Espíritu Santo,
alza sobre la cumbre de la noche su canto.
(La alondra y el Sol tienen en común estos puntos:
que reinan en los cielos y se levantan juntos.)
El canto de esos grandes es como un tren de guerra
cuyas sonoras llantas surcan toda la tierra.
Cantan por sus heridas, ensangrentadas bocas
de trompeta, que mueven el alma de las rocas
y de los mares. Hugo, con su talón fatiga
los olímpicos potros de su imperial cuadriga;
y, como de un océano que el Sol naciente dora,
de sus grandes cabellos se ve surgir la aurora.
Dante alumbra el abismo con su alma. Dante piensa.
Alza entre dos crepúsculos una portada inmensa,
y pasa, transportando su empresa y sus escombros:
una carga de montes y noches en los hombros.
Whitman entona un canto serenamente noble.
Whitman es el glorioso trabajador del roble.
Él adora la vida que irrumpe en toda siembra,
el grande amor que labra los flancos de la hembra;
y todo cuanto es fuerza, creación, universo,
pesa sobre las vértebras de su verso.
Homero es la pirámide sonora que sustenta
los talones de Júpiter, goznes de la tormenta.
Es la boca de lumbre surgiendo del abismo.
Tan de cerca le ha hablado Dios, que él habla lo mismo.
Fragmento de La voz contra
la roca
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