Mi madre, Celia Vázquez, cumpliría 95 años...
Siempre saludable, un día se enfermó y a los dos años murió, joven,
tenía cincuenta y dos años...
En esa época no había ni controles ni medicinas para el cáncer
de mama...
Justamente el 27 de agosto de 1977,
nuestra vecina, Doña Noemí Castagna, nos vino a avisar que nos buscaban y nos
iban a matar... Alguien nos había contado que te sacaban a tus hijos y decidí
irme...
No fui a despedirme porque ya estaba tan
grave que seguro, si la veía, no me iría a ningún lado... La llamé por
teléfono... y sólo vi antes de irnos con Mariano a mi tío abuelo Ángel en el
Imperio de Chacarita y a mi papá en el reciente Albor de Cabildo y Federico
Lacroze.
Agradezco a Luis que en la Nochebuena de
1977 cuando estábamos en el Hotel Cok
todavía, me insistió para que la llamara... Yo no quería llorar... Pero la
llamé. Me respondió y me dijo que no se
me ocurriera volver de ninguna manera, que me quedara donde estaba y que le
diera un beso enorme a Mariano que, desde su nacimiento, era como su sol... [No le quise decir que Mariano estaba internado
por una infección que le deformaba el costado izquierdo de la cara y que ya
traía de Italia, de Morlupo y después sabríamos que era causada por su oído y
que derivaría no en una sino en varias operaciones.]
Después me enteré -por mi padre- de que en patota nos habían ido a buscar a su
casa... Ella estaba ya moribunda... Le dijeron sabían dónde estábamos -en Brasil-
y que nos iban a traer y matar delante de ella... Nunca sabré quiénes
fueron los ...
Pero siempre agradeceré haber hablado con
ella esa última vez... Casi un mes después, ya en el Hotel De Wilde, el día antes de mi cumple, recibí una carta de mi
padre y se me cayó el recorte del aviso fúnebre...
Aunque no teníamos plata y nos vestíamos
con la ropa donado que habían juntado en el Andreas Ziekenhuis -el hospital en donde no permitían a los
padres quedarse de noche con los hijos-, las dos hermanas maestras jardineras cuidadoras
de Mariano que me veían siempre con la misma ropa y que nos habían dejado en el
Hotel, Luis fue a comprar un soporte de una foto de mi madre con Mariano en
brazos...
a Celia, madre
Largas agonías
como tardes sin crepúsculo
pensamientos hechos
rehechos,
contrahechos
y atrás de todo,
la muerte, la soledad.
Además le había
escrito Castigos, otro poema.
CASTIGOS
Hoy es domingo en el cielo
y a esta altura de la muerte
mi madre le estará planchando
las camisas a dios
y dios como es domingo escuchará fútbol
y desoirá los rezongos
de mi madre
y la amenazará con un
infierno mayor que el de planchar
camisas celestes
y mi madre fruncirá la frente
y puteará por atrás
y se acordará de mí puteando
de amor por teléfono de mí sin alma
de costurerita
de planchadorcita
y sin que dios se dé cuenta
le prenderá una vela
a mi alma que es del bando de los vencidos
y dios indiferente a las arrugas de mi alma
seguirá discutiendo si ese gol
era o no un orsai.
©® Ana Sebastián, Yuyo verde – Noticias, Buenos Aires, 1988
Hace poco, después
de la muerte de Mariano que seguro está con ella, revisando papeles y artículos
y cartas, y notas ponencias y cientos de originales, encontré este poema -del que no tenía ninguna idea de su
existencia- que le había escrito para su cumpleaños número 37, cuando yo tenía
14 años...
Poema adolescente, seguro, pero nada
falaz...
Agosto 27, 1962.
Mamá:
Sólo estas palabras
brotan de mi corazón.
Hada que de noche venís
a ocupar mi lugar del corazón.
Hada de cariños y ternura,
triste amor de mi amor.
Dulce camino de rosas
por mi vida trazaste.
Dulce ambición por lo justo
que a mi mente enseñaste.
Aurora de mi vida,
engendradora de ilusión.
Luz siempre encendida,
vara mágica de un sueño
que se hará verdad.
Y yo, más que hija, seré amiga
que toda su existencia agradecerá.
Ser de fantasía hecha realidad.
Noches de dolor hechas amor.
Desgracias y sufrimientos en el corazón.
Sólo sos lo mayor: Mamá.
Ana Sebastián, 1962.
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