Con Juan tuve una
relación típica de las que yo podía tener con alguien como él.
Siempre
lo admiré como autor, pero muchas veces
disentí en otras cosas, sobre todo en algunas políticas.
Como
ya escribí y hablé mucho con él y de él, me remito simplemente a unos posts un
poco actualizados, uno del 15 de enero de 2014 y otro del 14 de enero de 2015.
Juan Gelman, poeta porteño.
De
Buenos Aires a la eternidad…
A Juan
Gelman lo conocimos primero por el disco Madrugada que había
grabado con el Tata Cedrón y que había comprado tu hermano porque Juan era un
tipo del P. C. y que no le había gustado. Hicimos un trueque no sé si no le
dimos los tomos encuadernados de El capital o algo por el
estilo por ese long-play. Y nos dedicamos a pasarlo a cada rato generando la
bronca de tu cuñada y de tu mismo hermano que no lo oía en su tocadisco, pero
se lo tenía que bancar en el nuestro.
Después
seguimos su obra y la de toda la generación de 1960.
Después
de la liberación del 25 de mayo cuando salieron de Devoto, entre
otros vos y Paco y Paco fue convocado por Puiggróss para ser Director de la
Carrera de Letras, Paco me pidió en una cena con Lilí en nuestro
departamento - ¿o en el de ellos?- me pidió
que lo acompañara porque yo era de Letras y él era solamente “poeta”. Y ahí fui
yo. Y ahí, al poco tiempo apareció Juan que venía a dar un curso corto o una
conferencia o algo así y Paco me lo presentó.
Y yo descubrí que tenía la misma voz con que recitaba
en Madrugada y te escribí un poema contándose eso. Ese poema
está perdido como el que le mandé a Paco a Devoto que era la respuesta a
su Autocrítica. No lo encuentro, seguro terminó en fuego como un
panqueque quemado al rhum como me decía mi vieja cada vez que prendía fuego
algo que consideraba peligroso. Pero si algún día aparece, lo postearé en honor
a Juan.
Lo
que sí sé es que su manera de recitar -que en él era
natural- hizo escuela y a menudo me encuentro con poetas de todo tipo,
calaña y calidad e incluso mujeres que leen como si fueran J. G.
Por otro
lado, casi nadie parece haber podido eludir su influencia y a menudo nos
encontramos con juntapalabras que se creen Gelman y que, fuera de él, poco
conocen de su generación y sus congéneres que fueron muchos y buenos.
Volviendo
a Juan, lo reencontré en Roma en el otoño de 1977 cuando estuve viviendo dos
meses en Morlupo con mi hijo de cuatro años y veía en el Pantheon a Lilí
Mazaferro, la madre de nuestro compañero y amigo Manolo Belloni, al que habían
matado en Rincón de Milberg junto con Diego Ruy Frondizi -nuestros
dos primeros muertos de juventud- el 8 de marzo de 1971. Sí,
la misma Lilí que había sido la pareja de Paco cuando cayeron en la
quinta Dixie de Tortuguitas el 14 de febrero del 73 y a la que
había visto por última vez el 1 de julio en las filas del velorio de Perón
puteándolo a Paco que estaba con la que sería su última mujer y la madre de su
última hija.
Juan y Lilí
se habían ido de Buenos Aires como Embajadores de los Montoneros en noviembre
de 1974 y se instalaron en Roma.
Con Juan
tuvimos muchas idas y venidas y agarradas políticas varias.
Anécdotas que quedaron entre los muros
familiares de nuestra casa amsterdamesa y que de vez en cuando contamos con
hilaridad…
La
hilaridad de la distancia.
Cuando
apareció por Amsterdam en 1983, yo ya había escrito el libro Rodolfo Walsh o la desacralización de la literatura,
que fue mi tesis, y lo encontré, si no me equivoco, en De Balie, el más conocido café literario del centro. Allí
nos abrazamos y volvimos a ese vicio de hablar sobre todo lo que nos interesaba
o nos conmovía.
Una noche
cuando cenábamos con él y Flavia, su pareja chilena -una gran tipa
que también perdimos y que, como no sé su apellido, no la puedo encontrar en el
ciberespacio-, en una Pizzería de Leidsestraat, de pronto entraron dos nenes y
una nena tocando la flauta para manguear. Miro bien y descubro que uno de ellos
era Mariano, mi hijo. Lo agarré como buena madre y empecé a
retarlo… Juan y Flavia lo disculpaban y se reían a carcajadas por
esa audacia infantil. Lo querían mucho y siempre fue cariñoso con él.
Respecto a
la poesía, nunca tuvimos diferencias poéticas y durante dos o tres años yo iba
cada tanto a París y grabábamos para hacer un libro sobre él que empecé en esa
época y nunca terminé.
En una de
mis estadías en París a Flavia se le ocurrió que la ayudara a lavar al gato, un
gato blanco que se le había escapado y había vuelto requeterroñoso como si se
hubiera metido en una chimenea. Aunque me llevo bien y quiero a los bichos,
nunca tuve una experiencia semejante con el gato que nos arañaba como si
fuéramos Lúcifer y aullaba tanto que pensé que iba a venir la cana parisina,
nada agradable.
Ellos
vivían en 4, Rue Edgar Allan Poe y Juan se reía de los franceses porque habían
puesto una placa que rezaba: “Poeta inglés”.
No le caían
bien los franceses como tampoco los italianos de los que solía decir: “se
cuidan como si valieran”, frase que suelo repetir cuando alguien me dice “cuidate”
que, desde hace unos años se puso de moda.
Su espíritu
crítico era punzante y su sarcasmo era una demostración de inteligencia que
algunos tomaban por crueldad.
Por eso no
me extrañó que en una de sus últimas presentaciones haya dicho que nuestra
palabra característica era boludo.
Es tan
lógico en Juan que haya elegido este término -no en el sentido
actual que reemplaza al vocativo che y es sinónimo de chabóns,
no en su significación original- que me sorprendió que algunos se
ofendieran.
Con vos y
con él nos reíamos de las anécdotas que contaba de su juventud, de los
tangueros como Francisco Pracánico al que había visto en el Trianón de
Villa Crespo sacándose la dentadura postiza para apoyarla en un platito que
tenía sobre el piano antes de cada interpretación. Mas tarde creo que conto
algo de esto en un artículo.
Disfrutábamos
del chimenterío sobre el mundo poético, literario, político incluso de quienes
a veces lo trataban como un Capo.
Y hubo un
tiempo en que escuchábamos su bronca contra los cubanos cuando se abrieron de
gambas respecto a los derechos humanos.
Juan fumaba
por ese entonces cuatro atados de Gauloises por día y era un digno adorador de
Dionisos… Tenía mucho de bon vivant y era muy porteño en su
pinta, siempre prolijo, y en sus actitudes. De pronto desaparecía de la mesa y
era que se adelantaba a pagar.
Durante
mucho tiempo llamaba a cualquier hora desde París y leía los poemas que había terminado,
entre ellos, el que dedicó a su madre. Ése era uno de sus temas de
entonces.
Se puso muy
feliz cuando editamos a pulmón Veredictos de Juan José Fanego
en la primera versión amsterdamesa. Luego él le haría el prólogo para la
versión que editaría Mangieri.
Leyendo la primera edición de Veredictos de Juan José Fanego
en casa de Mieke Westra en Amsterdam
Compartimos amigos comunes como José
Luis Mangieri que también en Amsterdam dijo que él empezó como poeta en El
pan duro y terminó en editor. Y qué editor!!!
Y, por
supuesto, compañeros vivos y no.
En 1996
Enrique Puccia (h) lo incorporó en la Antología Oral de la Poesía
Argentina, un ciclo que reunió a casi todos los poetas vivos
argentinos. En esa ocasión tuve el placer de presentarlo junto con Jorge
Boccanera en el Centro Cultural Gral. San Martín.
Con Juan - Jorge Boccanera & Enrique Puccia (h) en el CCGSM - julio 3- 1996 |
La última vez que lo vi
fue el 2006 en el Teatro Presidente Alvear, cuando lo distinguieron
como “embajador cultural” a cincuenta años de la publicación de Violín y otras cuestiones. Se puede leer la nota de Jorge Rouillón: Juan Gelman – Embajador Cultural en el
link de La Nación del 14 de marzo de
2006.
A
menudo pienso que existe una dimensión que los humanos no podemos manejar…
Ayer a la
tarde-noche estaba protestando contra el ciberespacio porque algo había
invadido mi PC y no podía entrar a internet.
No sabía si
se habían metido en mi compu, si tenía un virus o qué pasaba.
Mientras
pasaba todos los antivirus posibles para ver si podía se solucionaba algo, me
puse a ordenar libros, papeles, artículos, cartas, cuentas, etc.
A eso de
las ocho y media desistí porque me ganó la bronca de la computadora.
Terminé de
ordenar un poco lo que había estado limpiando y fui a poner en su lugar
un Astroscope, que había sacado para limpiar y cuando estaba
por hacerlo me dije: “Nadie va a saber qué es esto. Ni mi hijo…” Y decidí ponerle una etiqueta: “Enviado por
Juan Gelman y Flavia a Ana con “saludos a los machos”. Y lo puse en la
biblioteca.
Bajé para
cenar y cuando terminaba la cena oí la noticia urgente: “El poeta… Juan Gelman…”
A los cinco
minutos me estabas llamando vos triste porque Mariano te había llamado para
contártelo…
Al ratito
me llamó una alumna, Carmen, que estaba triste y que ya había hablado con
Alicia Grinbank y ahí, hablando con Carmen, me di cuenta de que yo estaba
poniendo esa etiquetita -siguiendo mi TOC- sin saber que Juan
estaba agonizando… En realidad era un horóscopo de los primeros que se hacían
en computadora y él me había llamado para preguntarme dónde y cuándo había
nacido y Flavia me lo envió para mi cumpleaños en 1985.
Todavía sigo
buscando a Flavia, su amorosa compañera chilena, de quien no sé el apellido y a
quién él dedicó La junta luz: “a
Flavia / en Flavia”.
“Yo sé
que ahora vendrán caras extrañas…”
Vi
y escuché montones de clichés y de pavadas sobre el muerto… Hasta que
“se fue de gira”! Lo que no hubiera dicho Juan con su sarcasmo!
Decidí
cerrar los oídos incluso para algunos homenajes de quienes no hoy serán más
gelmanianos que el mismo Juan.
Pero sé que
si -como decía Centeya- “hay un mundo para los que se
piantan”, ahí estará ahora reencontrándose, retozando con los compañeros,
con amigos que se fueron antes, con Paco, con Rodolfo, con Juan
José, con José Luis, con la misma Lilí, con su hijo y su nuera....
Y con su
ironía habitual tal vez se ponga a hacer un desafío para ver el orden en el que
lo seguimos.
A la salud
de tu alma!!!
Chau, Juan…
®
© Ana Sebastián, Memorias impertinentes, 2014.
Enero 14, 2015.
Al año siguiente posteé esto
Te das
cuenta
de que
no puedo vivir sin vos
porque…
a quién contarle
que
hoy conocí a Juan Gelman
y que
habla como cuando recita
“y tu
cuerpo era el único país
donde
me derrotaban”.
Sobre
todo a mí que
tu
ausencia me derrota.
Escrito
en 1973 cuando conocí a Juan Gelman en el despacho de Paco Urondo en el viejo
Hospital de Clínicas -hoy Plaza Houssay- cuando era Director de
la Carrera de Letras y me había llevado a trabajar con él. Allí lo llevaron a
Juan, si no me equivoco a dar una charla. Paco me lo presentó y yo te escribí
este poema a vos en ese 1973 ardiente porque me impresionó que su voz era la
misma del disco Madrugada.
Creo
que nunca publiqué este poema que, por supuesto, no está dedicado a él, con quien
tuve mucha amistad, pero también muchas discusiones como dije la última vez que
lo presenté en el Centro Cultural San Martín hace ya casi veinte años…
Vaya
este texto casi adolescente a su memoria ya que ahora estará bardeando -en
el sentido latino y en el nuestro- en algún lugar de eso que
llaman más allá, en el que no creía, aunque seguro le debe gustar
estar burlándose de todo… Y ni pensar si ve algunas cosas que suceden por este
planeta humano llamado Tierra porque su lengua era feroz!
Vos cocinando y yo y Juan de espaldas en la cocina de nuestra casa amsterdamesa. |
¡Otra
que una viperina común, era la de la boa de Nueva Guinea!!!
No
dormía enroscado porque se quemaba con el cigarrillo…
®© Ana Sebastián, 2019.
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