Juan Gelman, poeta
porteño.
De Buenos Aires a la eternidad…
A Juan
Gelman lo conocimos primero por el disco Madrugada
que había grabado con el Tata Cedrón y que había comprado tu hermano porque
Juan era un tipo del P. C. y que no le había gustado. Hicimos un trueque no sé
si no le dimos los tomos encuadernados de El
capital o algo por el estilo por ese long-play. Y nos dedicamos a pasarlo a
cada rato generando la bronca de tu cuñada y de tu mismo hermano que no lo oía
en su tocadisco, pero se lo tenía que bancar en el nuestro.
Después
seguimos su obra y la de toda la generación del 60.
Después de la
liberación del 25 de mayo cuando salieron de Devoto, entre otros vos y Paco y Paco
fue convocado por Puiggróss para ser Director de la Carrera de Letras, Paco me
pidió en una cena con Lilí en nuestro departamento - ¿o en
el de ellos?- me pidió que lo
acompañara porque yo era de Letras y él era solamente “poeta”. Y ahí fui yo. Y
ahí, al poco tiempo apareció Juan que venía a dar un curso corto o una
conferencia o algo así y Paco me lo presentó. Y yo descubrí que tenía la misma
voz con que recitaba en Madrugada y
te escribí un poema contándose eso. Ese poema está perdido como el que le mandé
a Paco a Devoto que era la respuesta a su Autocrítica.
No lo encuentro, seguro terminó en fuego como un panqueque quemado al rhum como
me decía mi vieja cada vez que prendía fuego algo que consideraba peligroso. Pero
si algún día aparece, lo postearé en honor a Juan.
Lo que sí sé es que su manera de recitar -que en él era natural- hizo escuela y a menudo me encuentro con
poetas de todo tipo, calaña y calidad e incluso mujeres que leen como si fueran
J. G.
Por
otro lado, casi nadie parece haber podido eludir su influencia y a menudo nos
encontramos con juntapalabras que se creen Gelman y que, fuera de él, poco
conocen de su generación y sus congéneres que fueron muchos y buenos.
Volviendo a Juan, lo reencontré en Roma en el otoño de
1977 cuando estuve viviendo dos meses en Morlupo con mi hijo de cuatro años y
veía en el Pantheon a Lilí Mazaferro, la madre de nuestro compañero y amigo
Manolo Belloni, al que habían matado en Rincón de Milberg junto con Diego Ruy
Frondizi -nuestros dos primeros muertos
de juventud- el 8 de marzo de 1971. Sí, la misma Lilí que
había sido la pareja de Paco cuando cayeron en la quinta Dixie de Tortuguitas el 14 de febrero del 73 y a la que había visto
por última vez el 1 de julio en las filas del velorio de Perón puteándolo a
Paco que estaba con la que sería su última mujer y la madre de su última hija.
Juan
y Lilí se habían ido de Buenos Aires como Embajadores de Montoneros en
noviembre de 1974 y se instalaron en Roma.
Con
Juan tuvimos muchas idas y venidas y agarradas políticas varias. Anécdotas que
quedaron entre los muros familiares de
la nuestra casa amsterdamesa y que de vez en cuando contamos con hilaridad… La
hilaridad de la distancia.
Nos
dejamos de hablar y escribir bastante tiempo…
Cuando
apareció por Amsterdam en 1983, yo ya había escrito el libro sobre Walsh y lo
encontré, si no me equivoco, en De Balie, el más conocido café literario del
centro. Allí nos abrazamos y volvimos a ese vicio de hablar sobre todo lo que
nos interesaba o nos conmovía.
Una
noche cuando cenábamos con él y Flavia, su pareja chilena -una gran tipa que también perdimos y que,
como no sé su apellido, no la puedo encontrar en el ciberespacio-, en una Pizzería
de Leidsestraat, de pronto entraron dos nenes y una nena tocando la flauta para
manguear. Miro bien y descubro que uno de ellos era mi hijo. Lo agarré como buena
madre y empecé a retarlo… Juan y Flavia lo
disculpaban y se reían a carcajadas por esa audacia infantil. Lo querían mucho
y siempre fue cariñoso con él.
Respecto
a la poesía, nunca tuvimos diferencias poéticas y durante dos o tres años yo
iba cada tanto a París y grabábamos para hacer un libro sobre él que empecé en
esa época y nunca terminé.
En
una de mis estadías en París a Flavia se le ocurrió que la ayudara a lavar al
gato, un gato blanco que se le había escapado y había vuelto requeterroñoso
como si se hubiera metido en una chimenea. Aunque me llevo bien y quiero a los
bichos, nunca tuve una experiencia semejante con el gato que nos arañaba como
si fuéramos Lúcifer y aullaba tanto que pensé que iba a venir la cana parisina,
nada agradable.
Ellos
vivían en 4, Rue Edgar Allan Poe y Juan se reía de los franceses porque habían
puesto una placa que rezaba: “Poeta inglés”. No le caían bien los franceses
como tampoco los italianos de los que solía decir: “se cuidan como si valieran”.
Su espíritu crítico era punzante y su sarcasmo era una demostración de
inteligencia que algunos tomaban por crueldad. Por eso no me extrañó que en una
de sus últimas presentaciones haya dicho que nuestra palabra característica era
boludo. Es tan lógico en Juan que
haya elegido este término -no en el
sentido actual que reemplaza al vocativo che
y es sinónimo de chabón sino en su
significación original- que me
sorprendió que algunos se ofendieran.
Con
vos y con él nos reíamos de las anécdotas que contaba de su juventud, de los
tangueros como Francisco Pracánico al que había visto en el Trianón de Villa Crespo sacándose la
dentadura postiza para apoyarla en un platito que tenía sobre el piano antes de
cada interpretación. Mas tarde creo que conto algo de esto en un artículo.
Disfrutábamos
del chimenterío sobre el mundo poético, literario, político incluso de quienes
a veces lo trataban como un Capo. Y hubo un tiempo en que escuchábamos su
bronca contra los cubanos cuando se abrieron de gambas respecto a los derechos
humanos.
Juan
fumaba por ese entonces cuatro atados de Gauloises por día y era un digno
adorador de Dionisos… Tenía mucho de bon
vivant y era muy porteño en su pinta, siempre prolijo, y en sus actitudes.
De pronto desaparecía de la mesa y era que se adelantaba a pagar.
Durante
mucho tiempo llamaba a cualquier hora desde París y leía los poemas que había
terminado, entre ellos, el que dedicó a su madre. Ése era uno de sus temas de entonces.
Se
puso muy feliz cuando editamos a pulmón Veredictos
de Juan José Fanego en la primera versión amsterdamesa. Luego él le haría el
prólogo para la versión que editaría Mangieri.
Con Juan leyendo la primera edición de Veredictos de Juan José Fanego en casa de MIeke Westra - Amsterdam |
Compartimos
amigos comunes como José Luis Mangieri que también en Amsterdam dijo que él
empezó como poeta en El pan duro y
terminó en editor. Y qué editor!!!
Y,
por supuesto, compañeros vivos y no.
En
1996 Enrique Puccia (h) lo incorporó en la Antología
Oral de la Poesía Argentina, un
ciclo que reunió a casi todos los poetas vivos argentinos. En esa ocasión tuve
el placer de presentarlo junto con Jorge Boccanera en el Centro Cultural Gral. San Martín.
Con Juan - Boccanera - Enrique Puccia (h) |
CCGSM - 3 julio - 1996 |
La
última vez que lo vi fue el 14 de marzo de 2006 en el Teatro Alvear cuando lo nombraron Embajador
cultural.
A
menudo pienso que existe una dimensión que los humanos no podemos manejar…
Ayer
a la tarde-noche estaba protestando contra el ciberespacio porque algo había
invadido mi PC y no podía entrar a internet. No sabía se se habían metido en mi
compu, si tenía un virus o qué pasaba.
Mientras
pasaba todos los antivirus posibles para ver si podía se solucionaba algo, me
puse a ordenar libros, papeles, artículos, cartas, cuentas, etc.
A
eso de las ocho y media desistí porque me ganó la bronca de la computadora.
Terminé
de ordenar un poco lo que había estado limpiando y fui a poner en su lugar un Astroscope, que había sacado para limpiar
y cuando estaba por hacerlo me dije: “Nadie va a saber qué es esto. Ni mi hijo…”
Y decidí ponerle una etiqueta: “Enviado por Juan Gelman y Flavia a Ana”. Y lo
puse en la biblioteca.
Bajé
para cenar y cuando terminaba la cena oí la noticia urgente: “El poeta… Juan
Gelman…”
A
los cinco minutos me estabas llamando vos triste porque nuestro hijo te había
llamado para contártelo…
Al
ratito me llamó una alumna, Carmen, que estaba triste y que ya había hablado
con Alicia Grinbank y ahí, hablando con Carmen, me di cuenta de que yo estaba
poniendo esa etiquetita -siguiendo mi
TOC- sin saber que Juan estaba
agonizando… En realidad era un horóscopo de los primeros que se hacían en
computadora y él me había llamado para preguntarme dónde y cuándo había nacido
y Flavia me lo envió para mi cumpleaños en 1985.
“Yo
sé que ahora vendrán caras extrañas…”
Hoy
ya vi y escuché montones de clichés y de pavadas.
Decidí cerrar los oídos incluso para
algunos homenajes de quienes no hoy serán más gelmanianos que el mismo Juan.
Pero
sé que si -como decía Centeya- “hay un mundo para los que se piantan”, ahí
estará ahora reencontrándose, retozando con los compañeros, con amigos que se fueron antes, con Paco, con
Rodolfo, con Juan José, con José Luis, con la misma Lilí, con su hijo al que un día supo escribirle: “...y que hará ahora la inocencia que está armada sino hacer la
revolución…” [Porque Marcelo Gelman
y su mujer eran dos combatientes. No los rebajemos a perejiles, por favor…]
Y con su ironía
habitual tal vez se ponga a hacer un desafío para ver el orden en el que lo
seguimos.
A la salud de tu alma!!!
Chau,
Juan…
® © Ana Sebastián, Memorias impertinentes.
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