jueves, agosto 27, 2020

 Mi madre, Celia Vázquez, cumpliría 95 años...



Siempre saludable, un día se enfermó y a los dos años murió, joven, tenía cincuenta y dos años...

 

En esa época no había ni controles ni medicinas para el cáncer de mama...

 

Justamente el 27 de agosto de 1977, nuestra vecina, Doña Noemí Castagna, nos vino a avisar que nos buscaban y nos iban a matar... Alguien nos había contado que te sacaban a tus hijos y decidí irme...


No fui a despedirme porque ya estaba tan grave que seguro, si la veía, no me iría a ningún lado... La llamé por teléfono... y sólo vi antes de irnos con Mariano a mi tío abuelo Ángel en el Imperio de Chacarita y a mi papá en el reciente Albor de Cabildo y Federico Lacroze.

 

Agradezco a Luis que en la Nochebuena de 1977 cuando estábamos en el Hotel Cok todavía, me insistió para que la llamara... Yo no quería llorar... Pero la llamé.  Me respondió y me dijo que no se me ocurriera volver de ninguna manera, que me quedara donde estaba y que le diera un beso enorme a Mariano que, desde su nacimiento, era como su sol...  [No le quise decir que Mariano estaba internado por una infección que le deformaba el costado izquierdo de la cara y que ya traía de Italia, de Morlupo y después sabríamos que era causada por su oído y que derivaría no en una sino en varias operaciones.]

 

Después me enteré  -por mi padre-  de que en patota nos habían ido a buscar a su casa... Ella estaba ya moribunda... Le dijeron sabían dónde estábamos  -en Brasil-  y que nos iban a traer y matar delante de ella... Nunca sabré quiénes fueron los ...

 

Pero siempre agradeceré haber hablado con ella esa última vez... Casi un mes después, ya en el Hotel De Wilde, el día antes de mi cumple, recibí una carta de mi padre y se me cayó el recorte del aviso fúnebre... 

 

Aunque no teníamos plata y nos vestíamos con la ropa donado que habían juntado en el Andreas Ziekenhuis  -el hospital en donde no permitían a los padres quedarse de noche con los hijos-, las dos hermanas maestras jardineras cuidadoras de Mariano que me veían siempre con la misma ropa y que nos habían dejado en el Hotel, Luis fue a comprar un soporte de una foto de mi madre con Mariano en brazos...

  



Después le escribí dos poemas, Castigos y Cáncer... 

Cuando mi oncóloga, persona increíble por su sabiduría, su sensibilidad especial, su gran cultura y su sentimiento, más de veinte años más tarde vio mis dos poemas sobre el Cáncer en Objeto directo en 1999, me dijo: “En éste no te referís a tu cáncer...” 


Y era así, era el que le había escrito a su cáncer hacía mucho.

 Cáncer           

                        a Celia, madre

 

Largas agonías

como tardes sin crepúsculo

pensamientos hechos

rehechos,

contrahechos

y atrás de todo,

la muerte, la soledad.

        

    Además le había escrito Castigos, otro poema.  


CASTIGOS



Hoy es domingo en el cielo

y a esta altura de la muerte

mi madre le estará planchando 

las camisas a dios

y dios como es domingo escuchará fútbol

y desoirá los rezongos 

de mi madre

y la amenazará con un 

infierno mayor que el de planchar

camisas celestes 

y mi madre fruncirá la frente

y puteará por atrás

y se acordará de mí puteando 

de amor por teléfono de mí sin alma

de costurerita

de planchadorcita

y sin que dios se dé cuenta

le prenderá una vela 

a mi alma que es del bando de los vencidos

y dios indiferente a las arrugas de mi alma

seguirá discutiendo si ese gol

era o no un orsai.


©® Ana Sebastián, Yuyo verde – Noticias, Buenos Aires, 1988



 

        Hace poco, después de la muerte de Mariano que seguro está con ella, revisando papeles y artículos y cartas, y notas ponencias y cientos de originales, encontré este poema  -del que no tenía ninguna idea de su existencia- que le había escrito para su cumpleaños número 37, cuando yo tenía 14 años...

 

Poema adolescente, seguro, pero nada falaz...

 

 

Agosto 27, 1962.

                          Mamá:

                                               Sólo estas palabras brotan de mi corazón.

 

Hada que de noche venís

a ocupar mi lugar del corazón.

Hada de cariños y ternura,

triste amor de mi amor.

Dulce camino de rosas

por mi vida trazaste.

Dulce ambición por lo justo

que a mi mente enseñaste.

 

Aurora de mi vida,

engendradora de ilusión.

 

Luz siempre encendida,

vara mágica de un sueño

que se hará verdad.

 

Y yo, más que hija, seré amiga

que toda su existencia agradecerá.

 

Ser de fantasía hecha realidad.

Noches de dolor hechas amor.

Desgracias y sufrimientos en el corazón.

Sólo sos lo mayor: Mamá.

Ana Sebastián, 1962.