lunes, julio 03, 2017



El Negrito de la calle Miller


         Yo estaba casi  -se puede decir- recién regresada. Entre los baches que deja el exilio está el desconocimiento de quienes alcanzaron cierta popularidad cuando uno no estaba y especialmente cuando no había internet y apenas las grandes noticias aparecían en CNN.
         Yo oía hablar de un cantor llamado Luis Cardei y oía algunas discusiones entre quienes se atribuían el mérito de haberlo descubierto. Un día, en la Bodega del Tortoni estaba anunciado como cierre artístico Luis Cardei con una antesala a cargo de Lito Nebbia hablando del tango en su música y una charla sobre el tango Pablo por Eduardo Romano.
          Yo fui y me senté en primera fila junto a Don Enrique Pucci padre. 
     Finalmente fue anunciada pomposamente “la orquesta de Luis Cardei". Mi sorpresa fue doble. Primero porque la orquesta era sólo un bandoneón: el de Antonio y después porque, cuando apareció el esperado y de antemano aplaudido cantor, Luis Cardei no era otro que el Negrito de la calle Miller. Nunca lo había conocido de otra manera. Miller no era sólo la calle en la que yo nací –en la casa de enfrente-, era la calle en la que pasé mi infancia y mi adolescencia.

         Y Luis Cardei empezó a cantar... y al compás de ese bandoneón, de la cadencia entre desgarrada e íntima de su voz volví a la calle Miller, al barrio que en esa época encerraba al mundo. Porque si a fines del siglo XIX y a principios del XX el conventillo sintetizó el mundo en su patio, la calle Miller a fines de los cincuenta, principios de los sesenta fue -para nosotros-  el patio que sintetizó el cosmos.

         Miller era el hervidero de pasiones, de frustraciones, de nostalgias de inmigrantes, de anhelos y sueños de sus hijos y de sus nietos que se contaban o se ocultaban en las noches de verano bajo el fresco del árbol de la vereda de mi abuela Manuela. Ese mundo de la calle Miller entre Sucre y Echeverría hormigueaba y sólo entraba en ralenti en las siestas, con mi abuelo José  -el patrón de la calle-  a caballo de su silla baja de paja, dormitando sobre el respaldo su morriña bajo la boina hasta que el mal centro de un pelotazo de los muchachos lo volvía a su realidad que poco tenía ya que ver con la rías gallegas. Y mi abuelo entonces secuestraba la pelota. Y el Negrito  -el Negrito que veía pasar ese mundo desde la puerta de enfrente-  le suplicaba: "¡Oiga, don José, devuelva la pelota, dele!" Y él  -si no estaba de mal talante-, la devolvía y la pelota era un sol más fuerte que el sol de la siesta. Y si no, la encanutaba y entonces los varones dejaban el fútbol y se agrupaban alrededor del Negrito. Las chicas, no. Las chicas en esa época debíamos hacer rancho aparte.

         Y Luis Cardei sigue cantando y ahí está mi tía Rosa  -de la que ningún ladrón se enamoró-  y que vino de Galicia para llegar al matrimonio creyendo que los hijos los mandaba la providencia y no el placer y el dolor. Pero que en mi adolescencia me aconsejaba que  -por nada del mundo- tenía que perderme ese placer y ese dolor. Y don Lucas, sobreviviente de las trincheras de la primera guerra, el ogro del barrio, con sus brazos de Popeye baleados por las esquirlas que me contaba de la guerra y vociferaba su admiración por el Duce y por Stalin juntos. Y en la esquina don Nicola, el turco, con sus hijos varones y con la única hija mujer jugando al fútbol con ellos y con quien no me dejaban juntar porque "yo no tenía que ser machona". Y los de Savo que si no se pelean entre ellos, se pelean con los demás y María Elena, contándole sus historias de amores desavenidos a mi abuela mientras su hermano José me empieza a informar sobre los prohibidos goces de las carreras de caballo y su madre deja los pulmones en la batea y Tití con su hermano y su madre silenciosa y don Jorge, el sastre, con sus cuatro hijas mujeres que nadie sabe más de ellas... Se perdieron con los baldazos del Carnaval...
         "Hoy vuelvo al barrio que dejé..." canta Cardei. En la otra esquina los de la gitanada hacen una fogata para San Pedro o San Pablo y dentro de poco, cuando los días se hagan más largos, comenzarán los brincos, las lucecitas de colores, las tonadillas malintencionadas, los tamboriles. La murga nos enmurga el sentimiento y en la calle Miller hoy canta el Negrito entona como entonces... Atrás su madre, Doña Catalina, desde el pasillo de la vida lo mira con el delantal en la mano y Luis Cardei termina de cantar. Aplausos. Muchos aplausos.
         “¡Otra! ¡Otra!!!”
         En Bodega del Tortoni el cielo era totalmente celeste, celeste infancia en la calle Miller.
 


Con Irene Amuchástegui, Vicente Damiani & Antonio Pisano




           










 * Escrito para El chamuyo – órgano de la ANT después de que Vicente Damiani, operando de presentador y diciendo que me iba a presentar a Luis Cardei, se quedó estupefacto cuando el Negrito dijo: “Aquí nadie me conoce más que ella…” A partir de ahí nos invitaría a todas sus presentaciones con la excusa de que le traíamos suerte...



 

La última vez que te vimos fue en Ópera Prima en Paraná 1259. Ya habías sacado tu Cardei íntimo en cuyo folleto aparecía una foto mía de la adolescencia...



Y como siempre, hablaste de mi abuelo José, "el patrón de la vereda", de mía a quien llamabas "La Ana María" y terminaste edicándome Temblando...








Te fuiste muy pronto... 

Se te extraña....


Gracias, Negrito!
                                           
                                             FELIZ CUMPLE ALLÍ DONDE SEGURO ESTÁS,
NEGRITO DE LA CALLE MILLER!