POESÍA PROFANA
En el DÍA
INTERNACIONAL DE LA POESÍA -que no sabía que existía y que calculo que coincide
con el Equinoccio de Primavera en el Hemisferio Norte- decidí empezar una serie
para invitar a algunos poetas amigos. Y decidí llamarla POESÍA PROFANA.
Y decidí ponerle
este calificativo no sólo porque es una manera de homenajear a Rubén Darío -que publicó por primera vez sus Prosas
profanas y otros versos en Buenos Aires en 1896 [luego ampliada en París en
1901]- sino porque veo y constato que hay muchos escritores que podrían
considerarse profanos en el sentido etimológico del término.
Y esto debido a que
en los últimos años se fue consolidando una casta de escritores con actitudes
absolutamente autoritarias que vienen dictaminando lo bueno y lo malo no con
criterios estéticos y éticos sino con criterios políticos, con una especie de
entidad de secta o religión que se consideran poseedores de la verdad y muchas
veces ofenden la sensibilidad de otros colegas. Ésos escritores parecen tener
su propia iglesia.
Como profano viene
del latín profãnus > pro = ‘ante’ + fanum = ‘templo’ se
aplica a los que tenían vedada la entrada al templo, a lo sagrado, a lo
religioso. Dicho en términos de 2.0. son bloqueados… y en malos términos. Como
tiendo a desacralizar, me pareció el epíteto adecuado para esta sección.
Por eso y,
reivindicando la libertad y la rebeldía de la poesía, empiezo esto con la
introducción de Rubén Darío a sus
Prosas profanas y otros poemas
este libro dedica R. D.
Después de Azul...
después de Los raros, voces insinuantes, buena y mala intención,
entusiasmo sonoro y envidia subterránea -todo bella cosecha- solicitaron lo
que, en conciencia, no he creído fructuoso ni oportuno: un manifiesto.
Ni fructuoso ni
oportuno:
a) Por la
absoluta falta de elevación mental de la mayoría pensante de nuestro
continente, en la cual impera el universal personaje clasificado por Remy de
Gourmont con el nombre de Celui-qui-ne-comprend-pas.
Celui-qui-ne-comprend-pas es entre nosotros profesor, académico
correspondiente de la Real Academia Española, periodista, abogado, poeta
rastaquouer.
b) Porque la
obra colectiva de los nuevos de América es aún vana, estando muchos de los
mejores talentos en el limbo de un completo desconocimiento del mismo Arte a
que se consagran.
c) Porque
proclamando, como proclamo, una estética acrática, la imposición de un modelo o
de un código, implicaría una contradicción.
Yo no tengo
literatura «mía» -como lo ha manifestado una magistral autoridad-, para marcar
el rumbo de los demás: mi literatura es mía en mí; quien siga
servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y, paje o esclavo, no podrá
ocultar sello o librea. Wagner a Augusta Holmes, su discípula, le dijo un día:
«lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí». Gran decir.
Yo he dicho, en
la misa rosa de mi juventud, mis antífonas, mis secuencias, mis profanas
prosas. -Tiempo y menos fatigas de alma y corazón me han hecho falta, para,
como un buen monje artífice, hacer mis mayúsculas dignas de cada página del
breviario. (A través de los fuegos divinos de las vidrieras historiadas, me río
del viento que sopla afuera, del mal que pasa). Tocad, campanas de oro,
campanas de plata, tocad todos los días llamándome a la fiesta en que brillan
los ojos de fuego, y las rosas de las bocas sangran delicias únicas. Mi órgano
es un viejo clavicordio Pompadour, al son del cual danzaron sus gavotas alegres
abuelos; y el perfume de tu pecho es mi perfume, eterno incensario de carne,
Varona inmortal, flor de mi costilla.
Hombre soy.
¿Hay en mi
sangre alguna gota de sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano?
Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqués: mas he aquí que veréis en mis
versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos o
imposibles: ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer;
y a un presidente de República no podré saludarle en el idioma en que te
cantaría a ti, ¡oh Halagabal! de cuya corte -oro, seda, mármol- me acuerdo en
sueños...
[Si
hay poesía en nuestra América ella está en las cosas viejas, en Palenke y
Utatlán, en el indio legendario, y el inca sensual y fino, y en el gran
Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es tuyo, demócrata Walt Whitman.]
Buenos Aires: Cosmópolis.¡Y mañana!
El abuelo
español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: «Este, me
dice, es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; este es Lope
de Vega, este Garcilaso, este Quintana». Yo le pregunto por el noble Gracián,
por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y el más fuerte de todos, don
Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: ¡Shakespeare! ¡Dante!
¡Hugo!... [Y en mi interior: ¡Verlaine...!] Luego, al
despedirme: «Abuelo, preciso es decíroslo: mi esposa es de mi tierra; mi
querida, de París».
Como cada
palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una
melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces.
La gritería de
trescientas ocas no te impedirá, Silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal
de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Cuando él no esté para
escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior.
¡Oh pueblo de desnudas ninfas, de rosadas reinas, de amorosas diosas!
Y, la primera
ley, creador: crear. Bufe el eunuco; cuando una musa te dé un hijo, queden las
otras ocho encinta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario