Serie: Textos de escritores amigos I
José Rentes de Carvalho
Conocí a José cuando entré en 1978 al
Spaans Seminarium de la GU o Uva, la Gemeentelijke Universiteit van Amsterdam,
en ese edificio que se conocía como el Maupoleum,
en la Jodenbreestraat en donde yo estudiaba… Allí cursé y rendí con él Lengua y
Literatura Portuguesa. Rentes era ya un escritor conocido en Holanda y era todo
un personaje muy especial, muy cáustico, corrosivo, con una ironía inteligente
y una velocidad que a mí enseguida me atrajo. No era fácil para nada. No me
refiero a la materia, sino al profesor, pero conmigo, todo bien.
Me gradué en 1982, dos días antes de la
Guerra de las Malvinas, y al poco tiempo me convertí en colega.
Empezamos a construir una amistad con él y
su esposa Loekie más allá de los encuentros en el Maupoleum. Luis y él se
llevaban bien porque ambos tenían pasión por la fotografía artística y
documental y se dedicaban, entre otras cosas, también a eso y a hablar de eso.
De modo que, dos por tres, nos invitaban a
ir a su casa en la parte linda del Bijlmermeer, una especie de ciudad
dormitorio con edificios que podrían compararse con los monoblocks de Villa
Lugano y que empezan a deteriorarse y a tener mala fama. No justamente en el
que vivían los Rentes de Carvalho, pero sí en el resto de los edificios. Como queda
en las afueras, se llega con el metro que sale a la superficie a determinada
altura del recorrido y en esa época se llenaba de personajes que parecían
salidos de las líneas del subte de New York que iban al Bronx o a Haarlem.
Un día, me lo cruzo a José en el ascensor
del Maupoleum adonde íbamos cada uno a su oficina porque allí los profesores
teníamos una oficina propia y entonces nos invita a comer ese fin de semana. A
lo que yo respondo con un rotundo: “¡No, este
fin de semana, no! Estoy terminando una novela… Y ahí bajamos del ascensor.
Pero José no es una persona a la que se le pueda decir algo así y lo olvida o
se desentiende, al menos conmigo no.
La semana siguiente nos volvimos a cruzar y
me preguntó: “¿Y terminaste la novela?
Yo: “¡Sì!”
José: “Bueno, traémela.”
El viernes de esa misma semana combinamos y le dimos la carpeta
con el original. Era mi primera novela… y nadie, salvo Luis, la había leído.
Ese fin de semana, como un pájaro carpintero, Luis me machacaba: “Conociéndo lo hipercrítico que es José…
creo que no le gustó… si no, te hubiera llamado…”
El lunes suena el teléfono. Era José: “Empecé a leer tu novela en el metro y no había terminado una página y
miré a mi alrededor y ví ese mundo… y pensé: «Esto no es para leer en este
ambiente…» Y me la llevé a casa y la leí de un tirón. ¿Tenés editor? Porque, si
no, yo tengo uno que le va a interesar…”
Yo no sabía si saltar, llorar, le agradecí y dije que no tenía
editor… Y en cuanto corté hice un escándalo de risas y llantos y de alegría y
emoción sobre todo por la aprobación de José…
Y José, convertido en un genio de esos que
salen de las lámparas maravillosas cuando las frotás, me mandó al editor. Contrariamente a lo que suele suceder acá y
en general, el editor, Kees van der Hoek, vino a mí y se encargó de todo:
traducción, fotógrafo, diseño, edición, presentación, prensa, cocktail y hasta
el último detalle que se necesita para lanzar un libro que era como dicen los
posters que mandó a hacer para la novela
– debut de mi persona.
El 28 de noviembre de 1986 tuvo lugar la
presentación de De eerste fakkels en
la librería Allert de Lange de P. C.
Hoofstraat 97 –la calle más cheta de todo Amsterdam-. Y, por supuesto, José era
quien la presentó como correspondía… Y así empezó mi carrera literaria en
Nederland.
De modo que no hay forma de que inicie esta
serie con otro. Es lo debido, lo que José se merece…
Brigadão, José, amigo!
Presentación de De Eerste Fakkels - Abrazo con José Sonriendo de brazos cruzados Kees van der Hoek 28 noviembre 1986 |
José Rentes de Carvalho*
El chaleco de fuerza
Domingo.
Como gran excepción y porque no siempre consigo escapar al chaleco de fuerza
del trato social, fui allí ayer como con expectativas, al almuerzo sustancial
prolongado en un sinfín de risas y conversaciones.
Volví knock
out, dormí nueve horas de un tirón, y recordando ocasiones semejantes me
fui a buscar este viejo texto:
Sin llegar a ser lo que se diría huraño
como el peludo,** no me puedo considerar medianamente sociable, puesto que,
además de poseer una capacidad limitada para la convivencia, mi paciencia
soporta mal la mayoría de las conversaciones.
Francamente, no me interesa saber lo que
éste o aquél sintieron al visitar las Pirámides, o cual es ahora el precio del capuccino
en las explanadas de los Champs-Elysées.
Menos todavía que en la Plaza de San Pedro, con otros veinticinco mil,
recibieron la bendición del Santo Padre. Que la suegra tuvo que ser operada de
un quiste en el pescuezo o que, debido a la escandalosa subida de los precios,
ya no vale la pena comprar una casa de veraneo en la Dordogne.
Las visitas, son pocas las que me gustan,
pero las cenas, que siempre fueron para mí un momento agradable del día, en
algunas ocasiones, y con ciertas compañías, empezaron a transformárseme en
martirio.
Fatiga de la edad, impaciencia innata, el
caso es que las más de las veces, después de horas a la mesa, no consigo evitar
que mi rostro revele el aburrimiento, que los ojos busquen el vacío, el cerebro
se me nuble y la lengua se niegue a participar en la conversación.
Me transformo en un anfitrión arisco, aunque,
por los buenos modales, no afecta a los invitados. Indiferentes a mi humor, continúan
hablando del Papa y de la Dordogne, y
del quiste, y de la mala calidad de la hortaliza, y de lo que vieron ayer en la
tele. Incansables, repiten las Pirámides, el precio del cappucino,
recuerdan la puntada que una vez sintieron a la salida del teatro, renuevan sus
pequenísimos intereses. Muestran las botas que, regateando, compraron en Lisboa
por diez reales, una pichincha. Descifran minuciosamente las razones de la
caída del índice de la Bolsa…
Dos, tres, cinco, las horas se arrastran,
mi cabeza desvaría, se me revuelve el estómago, me falta el aire. Me siento
exhausto, tironeado por el contradictorio esfuerzo entre parecer cortés y
disfrazar la misantropía.
José firmando en Feria Libro Lisboa 2012 |
* José
Rentes de Carvalho: escritor nacido en Vila Nova de Gaia, en la orilla
izquierda del Duero, en el norte de Portugal, en 1930, vivió un tiempo en
Brasil y durante muchos años fue profesor de Lengua y Literatura Portuguesa en
la Faculteit van Letteren de la Gemeentelijke Universiteit van Amsterdam.
Actualmente vive parte del año en su ciudad natal y otra, en Holanda.
** N. T.:
Se refire al animal que, por sus características hoscas, se usó, entre otros,
como mote del Presidente Hipólito Yrigoyen. En el original es bicho-de-buraco.
®©José
Rentes de Carvalho, 2015.
Fuente:
tempocontado.blogspot.com
®©Versión
libre autorizada, Ana Sebastián, 2015.
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