jueves, diciembre 24, 2015
lunes, noviembre 30, 2015
FERNANDO PESSOA
Fernando António Nogueira Pessoa
[Lisboa 1888 - + 1935]
El
escritor portugués más profundo y más leído del siglo XX. Nacido en Lisboa, en
marzo de 1914 hizo nacer allí a sus heterónimos vueltos tan famosos como él: Alvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro porque entendió que la
ventaja de la heteronimía es que el poeta puede expresarse por medio de otras
voces sin dejar de ser él, el ortónimo. “Un recurso para vivir muchas vidas sin
morir muchas muertes…”
Extraño,
escéptico, manejador exquisito de la ironía, vivió cuarenta y siete años. Gran
tomador, fiel al aguardiente Águia Real,
fue internado de urgencia debido a un cólico hepático, tal vez producido por
una cirrosis. Murió al día siguiente el 30 de noviembre de 1935.
FERNANDO PESSOA
AUTOPSICOGRAFIA
O poeta é um
fingidor.
Finge tão
completamente
Que chega a fingir
que é dor
a dor que deveras
sente.
E os que lêem o que escreve,
E os que lêem o que escreve,
na dor lida sentem
bem,
não as duas que ele
teve,
mas só a que eles
não têm.
E assim nas calhas de roda
E assim nas calhas de roda
gira, a entreter a
razão,
esse comboio de
corda
que se chama
coração.
RICARDO REIS
Não quero, Cloé, teu amor, que oprime
porque me exige o amor. Quero ser livre.
A esperança é um dever do sentimento.
1-11-1930
FERNANDO PESSOA
LOUCURA
Fito-me frente a frente
e conheço quem sou.Estou louco, é evidente,
mas que louco é que estou?
É por ser mais poeta
que gente que sou louco?
Ou é por ter completa
a noção de ser pouco?
o ser vivo que tenho.
Nasci como um aborto,
salvo a hora e o tamanho.
30-3-1931.
miércoles, noviembre 11, 2015
RAMÓN SEBASTIÁN - ABUELO
Denunció a V. E.. a alcalde Cuartel 1° Pedro D. Pumará a cargo de Juzgado de
Paz local, que interviene en política invitando a ciudadanos por escrito bajo su
firma votar por D. Comunal. Imposible así otorgue justicia desde cargo
desempeña. Saludo a Vd. RAMON SEBASTIAN- Secretario General C.
Socialista.”
Telegrama a las autoridades de la Suprema Corte de Justicia emitido por el Centro Socialista de Benito Juárez en noviembre de 1925.
Transcripto por Claridad, Benito Juárez, 10 de diciembre de 1925.
Cita
textual del estudio sobre el liderazgo y el poder político de los caudillos
Pedro Díaz Pumará -Benito Juárez- y Juan Adolfo Figueroa –Tandil- Pcia. de
Buenos Aires en Gómez, Silvana & Palavecino, Valeria (UNCPBA): “¿Andamiajes
partidarios o personalismos? La configuración del poder en la primera mitad del
siglo xx en el interior bonaerense” en Investigaciones
Socio Históricas Regionales - Unidad Ejecutora en Red – CONICET - Publicación
cuatrimestral - Año 2, Número 3, 2012.
Ver post de este blog 11 noviembre 2014.
lunes, octubre 12, 2015
Doces de octubre
Me acaba de
llamar mi padre…
Aparte
de protestar porque no atendía rápido, llamaba para preguntarme si sabía qué
fecha era hoy.
-
12 de octubre…
-
No, si sabés qué fecha es para mí… [bajó el tono]
y para tu madre… [casi nunca la llama por su nombre].
-
No, no sé. Sé lo qué es el 21 de septiembre.
-
No, el 21 de septiembre empezamos: Pero el 12 de
octubre le dí el primer beso… Lo veo como si lo estuviera viviendo… Era la
tardecita… Estaba oscureciendo… Serían las siete… Estábamos en Monroe y Bucarelli... Nos paramos y nos miramos... Entonces ella me dijo: “¿No me vas a
hacer una escena de cine, no?”
Y nos dimos el primer beso… Es como si fuera
ahora…
Para mis padres
enamorados de jovencísimos como yo me enamoré, a mi madre que ya no está, pero
que sigue viva en la memoria de mi padre que pasa los noventa años y se siente
como el chico de dieciséis años que era y que me llama para contármelo y
hacerme llorar… van estos poemas que él le daba uno por día hasta que se
casaron y que ella conservaba…
El día que me
quieras
El día que me quieras tendrá
más luz que junio;
la noche que me quieras será de
plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando
en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cantarinas,
el día que me quieras.
El día que me quieras, los
sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás
oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las
primaveras
que hubo y habrá en el mundo,
serán cuando me quieras.
Tomadas de la mano, cual rubias hermanitas
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas
delante de tus pasos, el día que me quieras...
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.
El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa, cada arrebol miraje
de las Mil y Una Noches, cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
Este
poema de Amado Nervo, seudónimo de Amado Nervo era el seudónimo de Juan
Crisóstomo Ruiz de Nervo [Tepic, Nayarit, México 1870 - Montevideo, Uruguay 1919]
Poeta de la escuela modernista que estuvo totalmente de moda en su época en
toda Hispanoamérica, que luego plagiaría Alfredo Le Pera, era uno de los que mi
viejo le recitaba a mi madre…
Y
otro era el catamarqueño Higinio Rizo, el poeta trágico, que escribió Rimas
del dolor que se suicidó en 1920 en Chos Malal, Neuquén, en donde residía.
Rimas del dolor
Dichoso tú, poeta, que cantas a la vida,
dichoso tú que alientas deseos de vivir.
Mi alma es como el alma doliente del suicida,
ni cree en el presente, ni anhela el porvenir.
Triste es la vida cuando el alma sola
vive en la ausencia de su ser querido
vagando en un confín desconocido
lejos de su terruño y su amor.
Triste es la vida si la muerte sueña
en ilusiones gratas ya perdidas,
en flores de las plantas desprendidasen esperanzas que agostó el dolor.
¿Por qué el hastío de la vida, el tedio
insoportable que invade mi alma?
¿Por qué la eterna sombra de la muerte
de mí, jamás se aparta?
¿Por qué lloro silencio tantas veces
sin que empañe mis ojos una lágrima?
domingo, septiembre 27, 2015
LUNA
ROJA...
Hoy a la mañana oí a
alguien que se refería al eclipse que sucederá esta noche y a la luna roja e
hizo mención a la canción de Soda
estéreo...
Inmediatamente me
pregunté si esta era líquida tal vez no conocía que había otros que hablaron de
la luna roja mucho antes y me acordé de la luna sangrienta de Quevedo, de la
luna roja de Arlt, de las lunas que menciona Borges en su poema homónimo y
antes de que la luna se ponga roja decidí postear los textos aludidos...
FRANCISCO DE QUEVEDO
Al
Duque de Osuna
Faltar pudo su
patria al grande Osuna,
pero no a su defensa
sus hazañas;
diéronle muerte y
cárcel las Españas
de quien él hizo
esclava la Fortuna.
Lloraron sus envidias una a una
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias encendió el Vesubio
Parténope, y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.
Diole el mejor lugar Marte en su cielo;
la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
ROBERTO ARLT
La luna roja
Súbitamente, sobre el tanque de cemento de un
rascacielos apareció la
luna roja.
Parecía un ojo de sangre despegándose de la línea recta, y su magnitud
aumentaba rápidamente. La ciudad, también enrojecida, creció despacio desde el
fondo de las tinieblas, hasta fijar la balaustrada de sus terrazas en la misma
altura que ocupaba la comba descendente del cielo.
JORGE LUIS BORGES - LA LUNA
Cuenta la historia que
en aquel pasado
tiempo en que sucedieron tantas cosas
reales, imaginarias y dudosas,
un hombre concibió el desmesurado
Proyecto de cifrar el universo
en un libro y con ímpetu infinito
erigió el alto y arduo manuscrito
y limó y declamó el último verso.
Gracias iba a rendir a la fortuna
cuando al alzar los ojos vio un bruñido
disco en el aire y comprendió, aturdido,
que se había olvidado de la luna.
La historia que he narrado aunque fingida,
ben puede figurar el maleficio
de cuantos ejercemos el oficio
de cambiar en palabras nuestra vida.
Siempre se pierde lo esencial. Es una
ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
de mi largo comercio con la luna.
No sé dónde la vi por vez primera,
si en el cielo anterior de la doctrina
del griego o en la tarde que declina
sobre el patio del pozo y de la higuera.
Según se sabe, esta mudable vida
puede, entre tantas cosas, ser muy bella
y hubo así alguna tarde en que con ella
te miramos, oh luna compartida.
Más que las lunas de las noches puedo
recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
y la luna sangrienta de Quevedo.
De otra luna de sangre y de escarlata
habló Juan en su libro de feroces
prodigios y de júbilos atroces;
otras más claras lunas hay de plata.
Pitágoras con sangre (narra una
tradición) escribía en un espejo
y los hombres leían el reflejo
en aquel otro espejo que es la luna.
De hierro hay una selva donde mora
el alto lobo cuya extraña suerte
es derribar la luna y darle muerte
cuando enrojezca el mar la última aurora.
(Esto el Norte profético lo sabe
y tan bien que ese día los abiertos
mares del mundo infestará la nave
que se hace con las uñas de los muertos.)
Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
quiso que yo también fuera poeta,
me impuse, como todos, la secreta
obligación de definir la luna.
Con una suerte de estudiosa pena
agotaba modestas variaciones,
bajo el vivo temor de que Lugones
ya hubiera usado el ámbar o la arena,
De lejano marfil, de humo, de fría
nieve fueron las lunas que alumbraron
versos que ciertamente no lograron
al arduo honor de la tipografía.
Pensaba que el poeta es aquel hombre
que, como el rojo Adán del Paraíso,
impone a cada cosa su preciso
y verdadero y no sabido nombre,
Ariosto me enseñó que en la dudosa
luna moran los sueños, lo inasible,
el tiempo que se pierde, lo posible
o lo imposible, que es la misma cosa.
De la Diana triforme Apolodoro
me dejó divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
y un irlandés, su negra luna trágica.
Y, mientras yo sondeaba aquella mina
de las lunas de la mitología,
ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
la luna celestial de cada día.
Sé que entre todas las palabras, una
hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
con humildad. Es la palabra luna.
Ya no me atrevo a macular su pura
aparición con una imagen vana;
la veo indescifrable y cotidiana
y más allá de mi literatura.
Sé que la luna o la palabra luna
es una letra que fue creada para
la compleja escritura de esa rara
cosa que somos, numerosa y una.
Es uno de los símbolos que al hombre
da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
pueda escribir su verdadero nombre.
tiempo en que sucedieron tantas cosas
reales, imaginarias y dudosas,
un hombre concibió el desmesurado
Proyecto de cifrar el universo
en un libro y con ímpetu infinito
erigió el alto y arduo manuscrito
y limó y declamó el último verso.
Gracias iba a rendir a la fortuna
cuando al alzar los ojos vio un bruñido
disco en el aire y comprendió, aturdido,
que se había olvidado de la luna.
La historia que he narrado aunque fingida,
ben puede figurar el maleficio
de cuantos ejercemos el oficio
de cambiar en palabras nuestra vida.
Siempre se pierde lo esencial. Es una
ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
de mi largo comercio con la luna.
No sé dónde la vi por vez primera,
si en el cielo anterior de la doctrina
del griego o en la tarde que declina
sobre el patio del pozo y de la higuera.
Según se sabe, esta mudable vida
puede, entre tantas cosas, ser muy bella
y hubo así alguna tarde en que con ella
te miramos, oh luna compartida.
Más que las lunas de las noches puedo
recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
y la luna sangrienta de Quevedo.
De otra luna de sangre y de escarlata
habló Juan en su libro de feroces
prodigios y de júbilos atroces;
otras más claras lunas hay de plata.
Pitágoras con sangre (narra una
tradición) escribía en un espejo
y los hombres leían el reflejo
en aquel otro espejo que es la luna.
De hierro hay una selva donde mora
el alto lobo cuya extraña suerte
es derribar la luna y darle muerte
cuando enrojezca el mar la última aurora.
(Esto el Norte profético lo sabe
y tan bien que ese día los abiertos
mares del mundo infestará la nave
que se hace con las uñas de los muertos.)
Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
quiso que yo también fuera poeta,
me impuse, como todos, la secreta
obligación de definir la luna.
Con una suerte de estudiosa pena
agotaba modestas variaciones,
bajo el vivo temor de que Lugones
ya hubiera usado el ámbar o la arena,
De lejano marfil, de humo, de fría
nieve fueron las lunas que alumbraron
versos que ciertamente no lograron
al arduo honor de la tipografía.
Pensaba que el poeta es aquel hombre
que, como el rojo Adán del Paraíso,
impone a cada cosa su preciso
y verdadero y no sabido nombre,
Ariosto me enseñó que en la dudosa
luna moran los sueños, lo inasible,
el tiempo que se pierde, lo posible
o lo imposible, que es la misma cosa.
De la Diana triforme Apolodoro
me dejó divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
y un irlandés, su negra luna trágica.
Y, mientras yo sondeaba aquella mina
de las lunas de la mitología,
ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
la luna celestial de cada día.
Sé que entre todas las palabras, una
hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
con humildad. Es la palabra luna.
Ya no me atrevo a macular su pura
aparición con una imagen vana;
la veo indescifrable y cotidiana
y más allá de mi literatura.
Sé que la luna o la palabra luna
es una letra que fue creada para
la compleja escritura de esa rara
cosa que somos, numerosa y una.
Es uno de los símbolos que al hombre
da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
pueda escribir su verdadero nombre.
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