FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ
[5 octubre 1900 - 24 octubre 1978]
Hoy, en que
muchos que apenas los leyeron, se enteran de las efemérides de algunos grandes
por las redes sociales o por los actos de homenaje y hablan como si los
hubieran leído o, incluso, tratado, casi nadie casi nadie habla de la obra ni
de la persona de José Luis Bernárdez, porteño nacido el 5 de octubre de 1900 en
esta ciudad. Tal vez es una figura sin carisma o sin el carisma que se les
exige a los poetas en la actualidad.
Hay ahora una tendencia a valorar poco a
los poetas o a valorarlos por sus actitudes ante la vida, ante el arte o por
sus compromisos políticos. No en vano, dos por tres, me encuentro con algún individuo
de la tercera o cuarta edad –entre nos, espero que haya más edades-, lector,
pero que abomina de Borges por sus actitudes políticas. Y sin embargo, esas mismas
personas -por una suerte de magia camaleoniísta o simple ignorancia- suelen
ponderar, más aun, sacralizar, a pesar de las actitudes genuflexas ante todos
los gobiernos de facto, al Sábato que un día supo decir en pleno 1976, saliendo
de una reunión en la casa de gobierno: “¡¡Hay
generales democráticos!!” No further comment!!!
Pero volviendo a José Luis Bernárdez… ¿Para
qué estamos algunos sino para hablar de lo que nadie habla, para hacer conocer
lo que nadie comenta o para simplemente compartir el placer de darle un
lugarcito chiquitito a alguien que alguna vez supimos leer y nos acompañó en
ese momento íntimo de diálogo del lector con la obra?
Sus padres eran gallegos de Dacon, cerca de
Carballino y en 1920 se fue con ellos a Galicia, en donde vivió su juventud. Se
interesó por las letras y fue redactor en Pueblo
gallego, periódico de Vigo que siguió saliendo hasta 1979.
Su columna de media página con el título de
Estelas aparece casi a diario y era
firmada con su nombre o con los pseudónimos de Martín Fierro y Artemio.
Su tono satírico, su lengua audaz literariamente
y sus temas lo convirtieron en una especie de vanguardista de la prosa de aquel
entonces: se burlaba de hechos de actualidad y, sobre todo, con gran
socarronería, de la mediocridad del ambiente municipal.
Pueblo
gallego, para distinguirse de su competencia, el diario conservador El faro, que sigue saliendo hasta ahora,
empezó a dar muestras de un verdadero espíritu vanguardista. Incluyó la publicación
en fascículos de La casa de la Troya
de Pérez Lugin, notas de Rubén Darío, una sección bibliográfica redactada por
Julio Casal, ilustraciones de Picasso. No sólo eso, gracias a Paco Bernárdez,
Jorge Luis Borges, publicó el 27 de enero de 1924 el pequeño ensayo Ejecución de tres palabras, que luego
incluiría en Inquisiciones, al año
siguiente.
Paco Bernárdez se relaciona con Ramón del
Valle Inclán, los hermanos Antonio y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez y con
quienes pretendían salir un poco del provincianismo castizo.
Su primer libro fue publicado en 1922: Orto -no se piense mal- que tiene que
ver con la ortodoxia. Ese mismo año apareció Bazar y en 1924 Kindergarten,
en una tónica totalmente ultraísta.
En 1924 cuando era periodista estrella, se
va de Vigo, recorre España, pasa un tiempo en Portugal y vuelve a Buenos Aires
en donde empieza a colaborar en la revista Martín
Fierro, que revolucionaría la estética argentina.
Arlt - Bernárdez - Ledesma |
Participó de la segunda época de Proa en las Letras y en las Artes con
varios de sus amigos de Martín Fierro:
Ricardo Güiraldes, Alfredo Brandán Caraffa, Pablo Rojas Paz, Borges.
Como la mayoría de los escritores de la época
se mantenía con el periodismo trabajando en La
Nación.
Cuando Atilio Dell’ Oro Maini comenzó la publicación de la
revista Criterio el 1 de marzo de
1928, él empezó a colaborar. De orientación nacionalista y católica, Criterio fue una revista de mucha
importancia que, a veces, se ningunea por razones obvias. Pero entre sus
articulistas locales hubo gente de renombre: Homero Manzi, Jorge Luis Borges, Baldomero
Fernández Moreno, Leopoldo Marechal, Leonardo Castellani, Ernesto Palacio,
Manuel Gálvez, Ignacio B. Anzoátegui, Julio Irazusta, Julio Meinvielle, Basilio
Uribe, José Luis Romero. Y entre los extranjeros: Gilbert K. Chesterton, Hans
Urs von Balthasar, Gerardo Diego, Eduardo Frei Montalva, Jean Guitton, Jacques
Maritain, Julián Marías, Gabriela Mistral, Giovanni Papini.
Marechal - Bernárdez - Molinanari |
También en 1928, el 14 de mayo, aparecería
el Diario El Mundo, editado por la
Editorial Haynes que circuló hasta mediados de 1967 y allí estuvo Bernárdez
desde el principio con sus columnas.
En 1935 dio a conocer su poema El buque que le valió el Premio Municipal
de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires.
Cultor de la sencillez y de la metáfora al
mismo tiempo, con una actitud de constricción recóndita, fue, por un lado, un vanguardista
extremo y, por el otro, militante del catolicismo.
Por esas ironías de la vida que se cobra su
revancha, él que se había burlado tanto de “lo municipal” el Galicia, fue nombrado
en 1937 Secretario Público de la Biblioteca Municipal Miguel Cané, sita en Carlos Calvo 4319, barrio de Boedo.
Al poco tiempo le consiguió un puesto como
Auxiliar Catalogador a su amigo Jorge Luis Borges que trabajó allí hasta ser
trasladado a la Inspección de Mercado en la Sección Aves de Corral en 1946.
En 1938, enfermo, Paco Bernárdez se fue a radicar
en Córdoba, adonde iban todos los tuberculosos de la época. Allí conoció a Laura
González Palau con quien se casó en 1939 y con tuvo a su único hijo, Luis
María.
Ella fue la inspiradora de su libro más
famoso: La ciudad sin Laura.
El Paraíso en donde Laura pasaba sus vacaciones San Isidro - Córdoba ahora reconstruido -CASA DE ARTISTAS- por su sobrino - chozno. |
De vuelta a Buenos Aires siguió escribiendo:
Cielo de tierra [1937], Poemas elementales [1942], Poemas de carne y hueso [1943].
En 1944 ganó el Premio Nacional de Poesía.
Ese mismo año fue designado Director
General de Cultura Intelectual y Leopoldo Marechal era designado Director General
de Cultura Estética de la recién creada Subsecretaría Nacional de Cultura. Continuó
allí hasta 1950 en que fue nombrado Director General de Bibliotecas Públicas
Municipales.
En 1945 publicó El ruiseñor y jormó, junto con Vicente Barbieri, Leónidas Barletta,
Ricardo Molinari y Adolfo Bioy Casares, parte del Jurado que le dio el Primer Premio
de Prosa de la Municipalidad de Buenos Aires en categoría Ensayo a Uno y el universo de Ernesto Sábato.
En 1947 publicó Las estrellas, en 1949, El
ángel de la guarda, Poemas nacionales
en 1950, La flor en 1951.
Fue nombrado Ministro de Procedimientos
Públicos.
Durante el gobierno de Arturo Frondizi fue incorporado
al Servicio Extranjero como Embajador en Madrid y alternaba su tiempo entre Buenos
Aires y el extranjero.
En 1959 publicó Tres poemas católicos.
En 1960 se jubiló como Ministro Plenipotenciario.
Fue miembro de la Academia Argentina de
Letras. Por esos años empezó el amor de su hermana menor Aurora con Julio Cortázar.
Foto en familia - ¿Adivinar dónde? Paco - Laura - Aurora - Julio |
Y, a pesar de que en sus últimos años estaba
bastante enfermo, casi ciego, aceptó la ceguera sin perder su actitud, su amor a los amigos, a
la literatura y a la vida.
Sus últimas publicaciones son de 1963: Poemas de cada día y La copa de agua.
Bernárdez se vuelca a la lírica mística,
serena. Tal vez su tono sea el de un poeta sin estridencias, sin
grandilocuencias, pero con fuerza de las convicciones íntimas. Sin embargo, no es un temeroso de lo nuevo: su
heterodoxia lo hace meterse en la creación de poesía de versos de veintidós
sílabas en cuartetas asonantes, mientras en su temática se manifiesta una gran
profundidad de inquietud filosófica, como en La noche.
En sus textos existe la búsqueda de lo
profundo de los valores humanos que él identifica con el cristianismo,
especialmente los valores del altruismo. Y ese altruismo lo practicó aun en
tiempos difíciles: cuando Leopoldo Marechal fue obligado a ser víctima del
olvido, del exilio interno, uno de los pocos que se acercaba a su departamento
de la calle Rivadavia era Francisco Luis Bernárdez con el consuelo de grandeza
de la amistad… tan poca cosa…
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que ni se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
por lo que él árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Estar enamorado
Estar enamorado, amigos, es encontrar
el nombre justo de la vida.Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un
paisaje de cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa.
Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita.
Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
La ciudad sin Laura
En la ciudad callada y sola mi voz despierta una profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre y este nombre me /acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz cuando esa voz es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor de una remota llamarada.
Porque mi voz es una vaga reminiscencia de la música sin causa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera que eterniza lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este desierto es el de Laura.
Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza que tenían.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin palabras tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su tierna lejanía.
Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo estaba muerto.
Le pesadumbre de las horas era más íntima que nunca en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio en el desierto?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña desde lejos?
Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón del ser /amado?
En la ciudad callada y sola mi voz despierta una profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un nombre y este nombre me /acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz cuando esa voz es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor de una remota llamarada.
Porque mi voz es una vaga reminiscencia de la música sin causa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera que eterniza lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este desierto es el de Laura.
Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza que tenían.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin palabras tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su tierna lejanía.
Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo estaba muerto.
Le pesadumbre de las horas era más íntima que nunca en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio en el desierto?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña desde lejos?
Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón del ser /amado?
La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se quema
sin descanso?
Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni sobresalto.
Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida sin dolor ni sobresalto.
Francisco Luis Bernárdez murió en Buenos Aires el 24 de octubre
de 1978.
® ©
Ana Sebastián, Reflexiones impertinentes, 1997.
Columna
del Programa radial La mar del ángel
AM
840, 10 mayo 1997.
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