jueves, febrero 14, 2019



San Valientes


 "El hombre valiente no es el que no siente miedo,
sino el que es capaz de dominarlo."
Nelson Mandela


"El corazón tiene razones 
que la razón no entiende..." 
Blaise Pascal



Amanti - Bruno Bruni



         La verdad es que el 14 de febrero de 1973 no existía San Valentín en el calendario de festejos nacionales y mucho menos para mí. 
        Sólo sabía que esa noche, a eso de las 9, vos ibas a venir a casa con el cuñado de Caracha para que se encontraran ya que no se veían desde hacía mucho, desde antes de que su hermana, Gabriela, La Rata, cayera presa.



        













         Se encontrarían en el 4º C de Rojas 125 en donde vivíamos desde hacía casi un año, desde ese día en que no sé por qué motivo me había encontrado con el Churi Escribano que, saliendo de su laconía habitual y a sabiendas de que no andaban bien las cosas con vos, me había convencido de que yo y nadie más que yo era realmente el amor de tu vida y que tenía que alquilar ya un departamento e irnos juntos. 
         Que el Churi me hablara así, él, que era tan discreto, tan introvertido, al menos conmigo, me hizo terminar arreglándome con vos y alquilando ahí a metros de la estación Caballito.
         Eso debió haber sido en abril del 72, un mes antes de que muriera con el Negrito Burgos en Turdera el 29 de mayo.
         Y yo siempre diré que tenemos un hijo gracias a esa conversación con el Churi que no sé siquiera dónde fue... Las cosas del olvido...

         Ese 14 de febrero yo había ido ya al Mercado del Progreso y había comprado todo lo necesario para la cena con ensalada rusa, fiambre, canelones de verdura hechos por mí en el horno de ese monoambiente que apenas tenía una ventanita hacia el contrafrente en pleno febrero, muerta de calor.
         Todo en ese día tórrido.

         Yo, embarazada de siete meses...

          Caracha vino puntual.

         Conocía la casa por casualidad porque te había entrar una noche y vos habías hecho esa cita para ese miércoles 14 de febrero fatídico.

         Cuando pasaban las horas y vos y su cuñado no aparecían, yo me empecé a preocupar.
         Caracha trataba de calmarme diciéndome que vos seguro te habías olvidado o que algo te había atrasado o que se te había atravesado una paloma en el parabrisas.  Eso, haciendo alusión a la vez que vos llegaste tarde a una cita porque cuando ibas sin intención atropellaste a un pajarito y trataste de salvarlo y como murió te viniste a mi casa de Pampa a enterrarlo. De ahí que dos por tres te cargaran -como se decía entonces- te gastaran con la palomita. Yo le contestaba que algo había pasado, que si la cita hubiera sido con vos solo, podría ser que te demoraras, pero vos habías armado ese encuentro entre cuñados, no me hubieras pedido que me esmerara en la cena, que todo estuviera listo. No, de ninguna manera te habías olvidado.
           
            A eso de las dos de la mañana comimos un poco de ensalada rusa y no sé si probamos los canelones. Caracha se quedó a dormir en una de las dos camitas mellizas que me había regalado una compañera de Letras y que habíamos ido a buscar con Diego, antes de que a él lo mataran el 8 de marzo del 1971 y que yo había pintado de rojo casi bordó.
         A la mañana, Caracha se fue temprano y me dio un teléfono para que lo llamara.
         Yo me quedé, me bañé, prendí como siempre la radio y de pronto escuché: “Se desmiente que en Tortuguitas hayan detenido al asesino del Gral. Sánchez!
           ¡Chau!      
       ¡Suficiente!

                     

            Me puse el vestido celeste mini que mi mamá me había hecho para mi embarazo y agarré el bolso marrón de cuero suave que vos me habías comprado para reemplazar al otro verde y negro que se había arruinado en enero cuando -camino de Villa Gesell a Mar del Plata- nos habíamos caído a un río creo que con el mismo Peugeot que todavía usabas y a mí me había tenido que sacar por la ventanilla un marino del Liceo Naval que habíamos levantado haciendo dedo en el camino. Agarré el paraguas Knirps chato que me habías regalado hacía dos semanas y media antes para mi cumple, dos bombachas -porque corpiño no usaba-, mis documentos y un 38. Apagué la luz y cerré la puerta.

         Llamé a Caracha al mediodía desde un teléfono que había en el bar de Bacacay y la vía y le conté lo que había oído y que iba. No existían ni los celulares ni los teléfonos fijos y si alquilabas o comprabas con un teléfono fijo tenías pagar mucho más. ¡Sólo públicos!  Y que anduviesen…
           
         Hice tiempo hasta la cita que teníamos a eso de las 6 ó 7 de la tarde para ir al primer acto abierto de la Juventud Peronista en la Cancha de Atlanta. No me acuerdo dónde. Tal vez en el bar de Dorrego y Corrientes con Rolo, con Mara, con Rubén y con el Negro Pedro que supuestamente era nuestro responsable o irresponsable.  Cuando le conté la situación y le dije que seguro habían caído en Tortuguitas vos, Paco Urondo, Lilí Mazaferro, Juan Julio Roqué –Mateo-, Claudia Urondo, que estaba embarazada, su compañero el Jote Konkurat y tal vez otros... El negro Pedro con su sonrisa canchera habitual me respondió: 
         “¡’Tás loca! ¡De ninguna manera! Lo más factible es que se haya quedado a dormir con otra mina!” 
         El cinismo era su rasgo pertinente...
         A lo que yo contesté: “Si pensara que no vino porque estaba con otra mina, no vendría a preguntarte justamente a vos!” 
         El Negro Pedro seguía sonriendo sobrador como seguía cuando lo encontramos en Amsterdam y como seguirá por la vida hasta el día de hoy! Pedro las sabe todas...
         «¡Ah, y además... a Atlanta no voy ni loca!»  le dije.

         El Negro Rolo me llevó aparte y me dijo que si los esperaba hasta que terminara el acto a él y a Rubén [del que hasta ahora no conozco su nombre y ojalá esté vivo] que compartían  el mismo departamento, me llevaba compartimentada a dormir a su casa.
          Los esperé en la Confitería Jockey Club de Cerrito y Sarmiento hasta no sé qué hora de la madrugada. Yo, con el vestido celeste mini, la panza, el bolso marrón con todas mis pertenencias, entre ellos el 38 y el Knirps chato.
           Me pasaron a buscar y me llevaron con los ojos de oveja cansada entornados a su departamento. Comimos algo.
         Rolo me dejó su cama que estaba en el dormitorio al lado del baño y se fue a dormir al comedor con Rubén.
         Al día siguiente me tenía que ir con ellos temprano y yirar por la ciudad hasta que salieran del trabajo.
         Mientras llamé a mi vieja y la cité con todo tipo de precauciones en el Hospital Tornú.
         Mi padre tuvo que ir a Rojas a ver en qué condiciones estaba.
     Siempre cuenta que, cuando fue a abrir el departamento, oyó un ruido y su esfínter se puso muy nervioso. Además tuvo que tirar los canelones podridos y todo lo que había ahí.  Mi padre, por esa época, no sabía ni hacerse un té ni cocinarse un huevo frito. Me imagino, pobre, su angustia.... Pero lo hizo....
           Cuando fuimos a la nueva cita, el Negro Pedro tuvo que admitir que habían caído y que él me había contestado así porque la mañana anterior Marcos Osatinsky había pasado por la casa de Paco en 11 de septiembre y no había visto nada raro... Siempre lo mismo: vale la voz de los superiores!!!
         No había pasado nada todavía en 11 de septiembre.
         Había pasado en Dixie, en Tortuguitas!!!
          Como no habían sido declarados como prisioneros y nadie sabía nada ni dónde estaban ni qué había pasado... nosotros, con Rolo y Rubén, empezamos a llamar a los diarios a decir los nombres de ustedes y que se temía que estuvieran «secuestrados».  [«Desaparecidos» apareció después de que Jimmy Carter vino a la Argentina en septiembre de 1977 y es una traducción de missing que nosotros oímos por primera vez después de nuestra salida del país]
         Una semana más tarde, ante una acción armada del ERP en Córdoba, recién los blanquearon.

22 febrero 1973

     Al menos sabíamos dónde estaban y tu familia te podía ir a ver: tu vieja, Cata y tu hermano Jorge.
      Oficialmente yo no era tu mujer.
         Un día me citó la Gorda Amalia que estaba por encima del Negro Pedro en la Pizzería San Carlos de Rivadavia y Medrano.
         Fui con Rolo y mandé al frente a Pedro que me había tomado por boluda.
         La Gorda prometió una reunión.
    Después Rolo me hizo notar que en la mesa de al lado estaba justamente Marcos Osatinsky. Yo, como siempre despistada para las caras, ni me había dado cuenta.
           Cuando se hizo la reunión con Amalia en el departamento de Rolo, yo estaba descompartimentada porque un tachero un día que me llevaba Rubén repitió tanto el nombre de las calles que terminé despertándome.     Vivíamos en Aguirre y Gurruchaga.
         Terminada la reunión que fue un jolgorio de mis habilidades diplomáticas, la Gorda Amalia pidió hablar conmigo a solas un momento. Raro en ella que era una persona muy seria.
         Yo pensé que se me venía todo encima justamente porque en la reunión habíamos empezado en ronda por un lado con Rubén y Rolo y terminé yo como para dar el tiro de gracia.
         Cuando pasamos al dormitorio, Amalia me contó que había hablado con Lilí -a la que ya habían puesto en libertad junto con Claudia, la hija de Paco-. Y ahí me dijo que Lilí había compartido con vos un viaje en celular, de o a Tribunales, y que vos le habías pedido que, ante cualquier eventualidad, me dijera que era yo a la que querías. Y eso me lo estaba diciendo la Gorda Amalia con toda compinchería de casi adolescentes, a mí, con mi panza casi reventando... Increíble.
         La Gorda Amalia a la que sólo la volvería a ver muy pocas veces más...       De ese lugar que fue mi refugio hasta que me fui poco antes de parir a lo de Berto, el amigo-hermano de mi familia, que me tuvo en su casa de Arribeños en el fondo y que le pidó a su hija adolescente Susi que me dejara tranquila, que no me molestara, antes de irme a Campana, a Floresta a lo de mi tía Sara para que de ahí me llevaran a la Sardá en donde me atendió Alfredo Otalora, compañero al que me había llevado Norma, la mujer del Negro Juan Sosa a que me atendiera cuando vos estabas adentro.
           Este año nos saludaremos especialmente para San Valentín y te reíste cuando me dijiste que era sólo por San Valentín y no por ese 14 de febrero de hace ya tantos años.
         Pero nos vendrán siempre esos fantasmas del 14 de febrero.
         Los buenos y los malos. Los valientes y los cobardes.
         Los que me hicieron bien y mal.
        Nasserito, que tenía una cita conmigo y mandé a Mecha  -que ya no está- a avisarle al bar de enfrente del Parque Lezica: «Cuando lo veas no te vas a confundir, sólo puede ser clandestino en el Sahara...» 
         Y Mecha lo reconoció y le avisó.
         Y después fue a llevarle unos anillos a tu hermano a Antequera, porque él militaba de antes con nosotros y conocía Antequera, para que los vendiera y te llevara algo a Devoto. 
         Y después del 25 de mayo cuando lo volví a encontrar estaba asombrado de la inteligencia de la compañera que le avisó por cómo lo reconoció. Y él era un Arafat chiquitito... ¡Cómo no lo iba a reconocer!
          Todos esos fantasmas que están y que no están.
         Norma, la mujer de Juan, el mismo Juan Sosa, Rolo -Ricardo Aragón- que murió en diciembre del 76 que dejó una hija y unos padres huérfanos de él, Rubén del que sólo sé que era de Azul, la Gorda Amalia haciendo de Cupido conmigo...
         Y otros como Mecha, Berto, el único peronista aceptado en mi familia y al primero que le conté de mi militancia, Lydia, su mujer que murió tan joven y él se murió detrás dejando una hija, Susi, mi prima postiza...
          Paco, que hacía las críticas a los poemas que yo te mandaba por Pedro, tu abogado, mi tía Sara que me tuvo hasta antes de parir y después y mi tío Segundo y mis primos... mi madre que esperaba con locura a ver qué salía de ese parto tan largo en la Sardá mientras Otálora me visitaba a ver cómo estaba... y ese nacimiento de un bebé cabezón... y tu hermano Jorge viniendo a sacarme fotos, cosa que no era usual porque no existían las selfies para llevarte a vos a Devoto.... y tu madre que te llevó a Mariano a la Cárcel el viernes antes de que salieras y en realidad lo hizo entrar por la hermana de Gustavo Stenfer, como si fuera hijo de ella...
         Y vos lo reconociste inmediatamente a ese cabezón que tenía tus mismos dedos... 



           









           Mariano ya no está. Vos contaste esto el día de su entierro... 
           No hay lágrimas que alcancen para llorarlo.            
           Fue un valiente desde adentro de la panza. 



           Y valiente es su novia, su  compañera que lo lleva con ella permanentemente y que hoy, mientras muchos festejan San Valentín, está con su perrita seguramente buscándolo en el cielo...
         

        





      
     Este post del 2011 actualizado es para los valientes que se juegan por sus amores, por sus seres queridos, por sus animalitos que a menudo saben dar más cariño que los humanos, por lo que creen que es bueno para los demás...



        Y también para vos, San Valentín, no sea cosa de que te pongas celoso...



           








              
        Y es para vos, Eros - Cupido, también, 
porque la mitología grecorromana nos recopa! 



©® Ana Sebastián, Memorias impertinentes.


sábado, febrero 09, 2019


Periplos
               
              De Entre Ríos a Córdoba
                  De Paris a Letras en la UBA de 1973-74.
                  De la UBA a México y de México a Córdoba.

       Tengo un tiempo tan atravesado que fui a llamar a mi amigo, al que hace mucho que no veo, con el que hablé hace exactamente dos años y estaba enfermo de cáncer, Héctor -Toto- Schmucler.
              Le recomendé una interconsulta y le pasé todos los datos por mail.
             De pronto me sorprendo porque me entero de que se murió en diciembre.


           Conocí a Toto en 1973 cuando de Entre Ríos había pasado a Córdoba y de Córdoba a París y venía con la novedad de la Semiótica y la Semiología que nosotros metimos en el programa de Lingüística que daba Ana María Nethol.
           De esta manera introdujo la Semiótica, la Semiología y lo que luego se llamarían Estudios de la Comunicación en la Universidad en Buenos Aires, que algunos se atribuyen y en realidad fue él quien loes introdujo de esa manera. 
            No en vano había estudiado con Roland Barthes entre 1966 y 1969 en la École Pratique des Hautes Études de Paris.
           En esa época me había convocado Paco Urondo para que fuera su Asistente porque Rodolfo Puiggróss lo había nombrado Director de Letras y, según decía, "sabía de literatura", pero no de universidades.
         Funcionábamos en donde estaba el Viejo Hospital de Clínicas, hoy Plaza Houssay.



          A los pocos meses Paco dejó su cargo de Director de Letras y se dedicó de lleno a la militancia.
         Lo sucedió el poeta y crítico Ángel Núñez como Director.
          Cuando Ángel renunció, Toto Schmucler fue el Director. Yo seguía como Asistente, además de asistente en las cátedras.
         A Toto también lo veía en la Editorial Siglo XXI en donde estaban José María  -Pancho- Aricó, Jorge –el Negro- Tula, Marcelo Díaz, en donde conocí a José Luis Mangieri y, por supuesto a Teresita Poyzarán que también era docente con nosotros.
           Cuando Vera Aricó estaba internada en el Hospital de Clínicas nuevo con sus dos añitos y su cáncer y la íbamos a ver a acompañar a Teresa.
         Un día vino Toto y pidió una camisetita usada que él le llevaría al vidente que estaba en Córdoba, Marchessini, si no me equivoco.
            "La dialéctica se hizo trizas ante la angustia."  supe escribir por ese entonces en un poema que le dediqué.
            Todo el marxismo gramsciano de Pasado y Presente se cayó de golpe ante el dolor por la nena enferma de un mal que antes la gente no quería ni nombrar.
            Toto llevó la camisetita.  Esperó y el vidente lo atendió al final.  Según contó después, olió la camiseta, dijo que el mal estaba atrás e iba de abajo hacia arriba  -Vera tenía cáncer en un riñón-, que iban a tener que operar de nuevo, pero que se iba a salvar. Efectivamente, el mal se extendió hacia arriba, la volvieron a operar, pero se salvó.
           Después de la bomba a Siglo XXI, casi todos se fueron a México.
            Toto perdió a su hijo Pablo en la guerrilla.
           
                 "Me fui a México. Nadie me obligó. Sombríamente me protegía de la muerte y anhelaba proteger a mis dos hijos. Uno de ellos no quiso escucharme porque sólo quería acompañar la sangre derramada de sus compañeros. Hacia finales de enero de 1977 escuché la voz de la madre de mis hijos que, por teléfono y con palabras disfrazadas, me anunciaba que Pablo había desaparecido. Tenía 19 años y los días se paralizaron para siempre aunque el almanaque siguiera implacablemente cambiando de fecha. Se abrieron para mí aquellas puertas que resultaban invisibles. Sospeché entonces lo que podría nombrar el horror y la desesperación".
          
          Un día vino a Amsterdam y nos encontramos. Me quería convencer de que me fuera a México.
         Yo todavía estaba estudiando y en ese momento uno de mis profesores era Ariel Dorfman con el que hacíamos un Seminario sobre la literatura hispanoamericana y yo estaba escribiendo el trabajo, la tesina sobre Manuel Puig y El beso de la mujer araña.
         Toto se vio con Dorfman. Para mi sorpresa, en la clase siguiente en que yo tenía que hablar de mi trabajo y después de que terminé mis compañeros aplaudieron. Y Ariel dijo: “No se asombren de que esté tan bien. Si no fuera por las circunstancias de Argentina, ella podría estar en mi lugar.” Yo lo miré con una cara como diciendo: «De dónde salís con eso?» Y Ariel, ni corto ni perezoso, me contestó: «Me lo dijo Toto Schmucler con quien estuve tomando un café!» Qué decir…. Yo no cabía en mí porque mi ego se había agrandado más de la cuenta, aunque trataba de disimularlo. Cuando terminé mis estudios ya Ariel se había ido a Duke en Estados Unidos y yo, es verdad, estuve en su lugar, además de dar otras materias que él no daba.
         Desde México Toto y Pancho me mandaban Controversia, la revista que sacaban.
         Cuando volví a Argentina lo vi una o dos veces, pero mantenía el contacto abierto.
         La última vez estuvimos cenando juntos cerca del Centro Cultural Gral. San Martín.
         Fue uno de los primeros, junto con Oscar del Barco, que empezaron a revisar su – nuestra propia historia reciente y empezaron a verla con otros ojos diferentes en un mundo que no sólo se había derrumbado el Muro de Berlín, sino también muchos velos.  Velos que algunos que nunca hicieron nada ahora algunos quieren reivindicar…
         Lo llamé en febrero de 2017 y hablé con su actual compañera y me enteré de su enfermedad y después hablé con él. Y justamente el 9 le envié los datos para hacer la consulta.
         Ayer cuando llamé a uno de sus números, me encontré todavía con su voz.
         Siempre lo admiré porque era realmente brillante y sencillo.
         Y lo quise mucho. 
         Por eso trataba  de mantener el contacto aunque fuera cada tanto.
         Aquí una vela a su memoria…



®© Ana Sebastián, Memorias impertinentes.