Un día -en una cena del
Consejo Directivo de la Academia Nacional del Tango- Enrique Puccia (padre) hablaba con José Gobello contra la poesía
moderna y entre los poetas que criticaba estaba su propio hijo. El viejo Puccia
-como yo lo llamaba-, me hacía acordar a mi tío Ángel, socialista. En esa misma
cena -si no me falla la memoria- había
dicho que no quería hablar mal de los peronistas porque estábamos nosotros en
la mesa. Y nosotros le contestamos: “Hable mal todo lo que quiera. Nosotros también
hablamos mal de lo que queremos!” A pesar de las diferencias, compartíamos el
alma millonaria y, entre diferencias de cualquier tipo, siempre salía a relucir
el glorioso River Plate!!
Padre |
Don Enrique era muy
respetado como historiador de Buenos Aires [el premio al Historiador Porteño
lleva su nombre], muy escuchado siempre, muy atinado en sus opiniones en
general. Aunque también tenía de las suyas: un día -yo solía sentarme al lado de él en las
reuniones del Consejo Directivo- y lo pesco mirándome las piernas con un
descaro que me hizo poner totalmente colorada –aclaro que siempre me gustó usar
minis-. Pero ante la abrumadora mirada
sólo atiné a decirle: “¡Don Enrique… me extraña.. yo pensé que usted era un
hombre tan serio y respetable…” A lo que respondió: “Sí, es verdad, Ana, pero
soy humano y usted -me trataba de
usted- tiene unas piernas…” Por supuesto
Horacio Ferrer y todo el Consejo terminó riéndose a carcajadas y cargándome por
mis cachetes al rojo vivo.
Pero volviendo a esa
cena, cuando oí que criticaban a los “poetas modernos” me metí, atrevida como
siempre, diciendo algo así como “seguro que su hijo es un gran poeta y, si no
me equivoco, compartimos editor…” Tenía una vaga idea de que el hijo poeta había
sido editado por José Luis Mangieri, mi primer editor en Argentina. Y nada más
en la cena.
Al martes siguiente,
cuando voy a entrar a la reunión del Consejo Directivo de la Academia, me estaba
esperando Don Enrique con su hijo que –sabiendo de mi defensa sin conocerlo ni
a él ni a su poesía- me traía sus
libros. A partir de ahí empezó nuestra amistad. Corría el año 1995.
Don Enrique murió al
poco tiempo, en octubre. Mi última charla con el viejo fue yendo en taxi desde
la Academia hasta el Cervantes en donde se hacía un homenaje a Cadícamo.
Con Enrique hijo quedamos
amigos y no sólo eso: fue mi cicerone en el mundo poético nacional -yo recién hacía dos años que había vuelto a
Buenos Aires y conocía muy poca gente de ese medio-. Enrique conocía a todo el
mundo y además se sabía los dimes y diretes y todas internas del ambiente
poético. Y además era millo como su viejo!!!
En 1996 se puso a
organizar la Antología oral de la poesía
argentina que implicaba una mesa con cuatro autores cada fin de semana que
iba a ser filmada en video. De ahí la oralidad. Mi parte fue contribuir a
conseguir el Centro Cultural San Martín y, cuando no se podía hacer allí, el Adán Buenosayres de cuya dirección
estaba a cargo y que no sólo había recién bautizado, sino que había logrado
conseguir el auditorio para Cultura (antes lo manejaba Deportes). La
especialidad de Enrique era combinar las mesas de modo de no meter gente que se
tuviera bronca entre sí y ahí me iba educando respecto a quiénes se querían y
quiénes no se podían ver.
En el medio me pidió
que presentara a Juan Gelman junto con él y Jorge Boccanera. Yo no veía a Juan
desde París y la velada poética fue más brillante que las otras porque era en
una sala más grande y porque estaba Juan. Desde esa noche algunos que ni me
saludaban empezaron a saludarme. Otra vez la comprobación de tan antiguo como
que la gente te valora más si ve que alguien que ellos valoran, te valora. Vanitas vanitatum omnia vanitas!!
Los videos -incluso de esa noche- que eran una documentación increíble para un
momento en que no había celulares que filmaban ni youtube ni redes sociales parecen haberse perdido en las garras
neblinosas de algún amigo de lo ajeno.… Jodido, especialmente, si lo ajeno es
creación y laburo de alguien.
Cada noche, después
de las presentaciones, nos íbamos a cenar juntos todo un grupo con María
Cristina Santiago, Marta Cwielong, Zulma Sosa, Leonardo Martínez y otros amigos
escritores o nos reuníamos en lo María Cristina y nos quedábamos hasta la
madrugada pasándola lo mejor que podíamos…
En esos años yo
estaba muy enferma o –como diría Gobello-
“me tomaba vacaciones en el sanatorio cada tres meses”. Enrique se
enfermó: cáncer también. En 1998 nos propusimos que –si pasábamos ese año- en el 99 editaríamos un libro en su editorial
Libros de Alejandría.
En 1999 presentamos
nuestros respectivos libros en el Centro Cultural San Martín junto con Ana
Guillot.
En el 2001 nos dejó.
Yo me quedé sin un amigo, sin un compinche y sin un introductor en el mundo de
la poesía.
Hoy cumpliría 72
años.
Y aquí van algunos
poemas suyos.
Hijo |
Auto de fe
Un río es la
continua
destrucción de su
lecho
un crepúsculo,
siempre,
de deseos callados
la sombra
ensimismada
que proyecta su
cuerpo
ciudades, animales
la fe del que se
queda.
El secreto
La astucia como gozo
del que oculta un secreto
el secreto que atañe
al que encuentra un mensaje
un mensaje grabado
en una antigua puerta
una puerta entreabierta
a la que nadie llama.
Un hombre
No se sabe. No hay manera
de saber qué es un hombre
los hechos se consuman
y establecen un límite
el azar es su extremo
donde acechan las dudas.
Las dudas son las manos
de un hombre en el espejo.
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