PÉRDIDA EN LA FLORESTA
La casa de Mercedes 936 quedó vacía. ¿Vacía o llena de libros, flores descuidadas y ecos fantasmagóricos de los poetas que pasaron por allí a lo largo de años? Floresta perdió un vecino de renombre, Buenos Aires, un ciudadano ilustre nombrado tardíamente por la Legislatura, pero nombrado al fin, y el mundo de la poesía perdió tal vez a su mayor difusor argentino en el último medio siglo.
No me gusta la necrofilia vana ni caer en comentarios como “¡qué buen tipo!” después de que alguien murió cuando en vida no se le hizo el suficiente y merecido reconocimiento. Pero José Luis Mangieri merece estas palabras. Tipo de barrio y de la calle Corrientes, dejó de ser poeta para convertirse en editor y promotor de poesía a punto tal que desde La rosa blindada hasta Libros de Tierra Firme cientos de poetas consagrados y noveles pasaron por sussellos editoriales..
José Luis, ese personaje de barrio y de la calle Corrientes, llenaba dos premisas: la urondiana, de que lo mejor de la poesía es la amistad, y la de mi experiencia: un amigo es alguien con quien uno se puede pelear más de una vez. Fue editor de mis dos primeros libros en Argentina y del último. En el medio hubo un montón de tiempo en que no me dio bola hasta que hice ponerle Raúl González Tuñón a la placita de Hipólito Yrigoyen y 24 de noviembre y ahí volvimos a ser amigos como antes. Vaya aquí el homenaje a este amigo, a este poeta que dejó su propia creación para impulsar con pasión la de los demás, una manera altruista de crear.
Si realmente hay un mundo para los que se piantan -como diría Centeya-, ahora estará discutiendo de libros, de política, de minas y todas esas cosas. Tal vez encontremos al menos un cantero en Floresta para ponerle su nombre.