viernes, diciembre 21, 2007

Hace unos días me comunicó mi amigo Raymond Arredondo que su padre había muerto en Normandía en donde, después de las peripecias de la Guerra Civil Española y de la resistencia francesa, había recalado. Conocimos a Raymond en Amsterdam cuando estudiábamos neerlandés para entrar en la Universidad, después fue nuestro compañero y nuestro amigo. Insté bastante a Raymond para que su padre escribiera sus memorias que publicamos primero en forma de capítulo en una revista y luego se publicó en forma de libro Dos guerras por una juventud, al que le hice el prólogo. En homenaje al padre de mi amigo pongo estas palabras que en su momento sirvieron de prólogo a su libro.

PRÓLOGO EN FORMA DE CARTA AL LIBRO DE RAMÓN ARREDONDO

De las circunstancias por las que la vida de un ser humano puede atravesar, el exilio es tal vez la más desgraciada. El destierro es un substituto de la muerte, no por nada Sócrates prefirió la cicuta.



Si hay un exilio que toca la sensibilidad de los argentinos -diría de los latinoamericanos-, aparte de los propios, es el de los republicanos españoles. No es para extrañarse: fue parte de nuestra cotidianidad infantil. En las conversaciones de nuestros abuelos, en la nostalgia de nuestros vecinos, en las discusiones que revivían las hazañas de Buenaventura Durruti, en quienes se creían a sí mismos el general Miaja y quienes recordaban sentenciosamente las palabras de la Pasionaria o de Federica Montseny, primero. Más tarde en los versos de León Felipe que memorizábamos porque tenían la fuerza de la rabia y la razón de la locura de la patria perdida y lejana... "Pero yo te dejo mudo y me llevo el canto"... La guerra civil española nos rodeaba, nos acechaba y sus protagonistas eran ese albañil, ese almacenero, la costurera de la vuelta y el librero de la calle Corrientes, un tío que ahora callaba y miraba la calle como si fuera su único horizonte.


Cuando la desgracia me tocó con su vara exilar y di con mis vicisitudes en Holanda, ya hacía rato que la realidad nuestra de cada día era tan intensa, tan peligrosa que la república española con la que habíamos crecido se había perdido en las perspectivas de otras cotidianidades más cercanas, más crueles.


En esa etapa holandesa, sin embargo, volvió a estar presente esa guerra civil española y el destino de su diáspora. Tal vez, por la identificación en el infortunio. Pero indudablemente porque por medio de mi amigo Raymond -hijo del autor de este libro, Ramón Arredondo-, conocí la parte europea de la misma.


Ramón Arredondo pasó su exilio en Francia en donde reside. Nacido en 1918 y criado en un pueblo de La Mancha, perteneciente a una familia muy humilde, tuvo que ir a trabajar como pastor de ovejas desde la edad de seis años. Aprendió a leer y escribir en la escuela nocturna de la C.N.T. y completó su aprendizaje en los campos de concentración franceses, adonde había llegado luego de participar como voluntario en el Ejército Republicano. Más tarde formaría parte de la resistencia contra los nazis.


La juventud de Ramón Arredondo se esfumó entre dos guerras. Dos guerras que dejarían sus marcas en su hijo Raymond que conviviría con esos fantasmas diariamente. Tal vez estas páginas cumplan la función exhorcisante. Seguro cumplen con ser un testimonio con todo el valor de lo auténtico. Seguro son una demostración de que la creación y la recreación tienen más fuerza que la muerte, aún la sustituta, la del destierro.




Ana Sebastián, Buenos Aires, 1994.
Hoy, que comienza el verano en el Trópico de Capricornio, con un calor de volcanes que nos instan a fugarnos de Buenos Aires, pude finalmente subir esta foto al blog y así me dispongo a seguir en los albures que los distintos solsticios nos depare en nuestras aventuras o desventuras, tratando de sacar de cualquier desperdicio, una flor que nos ayude a seguir. Vaya hoy una flor para Cata, la suegra concubinesca que tuve, otra de mis madres postizas que murió en 1995 mientras yo me disponía a entrar al quirófano por tercera vez y vaya también una flor y una vela para mi abuela Ana que mañana cuando realmente se produzca el solsticio de verano cumpliría 113 años y que vivió hasta los 103. Y siguiendo los sonetos medicinales de alma fuerte, no nos demos por vencidos ni aún vencidos, ni nos sintamos esclavos ni aún esclavos. Que el verano no nos mate y que los fuegos no sean de artificio sino de pasión creativa, de amores más fuertes que la muerte y las fugas sean las de Johann Sebastian Bach.

lunes, octubre 08, 2007


Das leben der anderen
La vida de nosotros
Balade für een goed mensh

En junio, circunstancialmente leí una nota en que, refiriéndose a la película La vida de los otros, hacían mención a que Ryzard Kapuçinski -ahí me enteré de su muerte en enero de este año- confesó en alguna oportunidad que, para salir de su país, Polonia, había tenido que firmar un documento de "cooperación" que era un eufemismo para las obligaciones del espionaje y que, actualmente, con la apertura de los archivos secretos se podía afirmar que durante toda su permanencia en actividad "no había dado ningún dato significativo ni delató a nadie por sus actividades." Newsweek, junio 6, 2007.
Conocí a Ryzard Kapuçinski después de la caída del muro, en el primer festival de Story International en Rotterdam en 1991, cuando Bush padre había dado un ultimátum a Irak que vencía el 16 de enero.
Éramos todos escritores de distintos orígenes y lugares, invitados a este primer festival que la gente de Poetry International organizaba sobre la narrativa.
Nos alojábamos en el Hotel Central, para mí ya viejo conocido porque había participado en Story International en 1884. Como siempre, cuando hay algún encuentro de ese tipo, uno va armando su propio grupo a partir de los gestos primeros, casualidades de compartir la mesa o el día de lectura... Después, poco a poco, en una semana, ya se va definiendo por otras razones, las afinidades.
El hall del hotel era el núcleo duro porque allí estábamos todos en algún momento y sobre todo en ese momento. Nos encontrábamos desde Remco Campert, el hijo de Jan Campert, el poeta holandés que fuera uno de los primeros fusilados por los nazis por intentar un atentando en Rotterdam, a Marianne Wiggins, la ya ex-esposa de Salman Rushdie, la que estaba con él cuando los ayatollas le pusieran precio a su cabeza. Y el grupo se fue delineando con ella, con Ulkü Tamer, un escritor turco que había estado en Argentina y en Paraguay, con Marion Bloem, una indonesia bellísima y que tiene la suerte de tener todos los talentos: es buena escritora, buena pintora y buena cineasta, con Nazim Khaksar, iraní que ni bien me conoció y supo que era argentina, me dijo que estaba allí "por culpa de ustedes" porque era un maestro que admiraba al Che, que había luchado primero contra el Shá y se había tenido que exiliar por los ayatollas y su mujer no podía salir de Irán. (Cuando lo logró y la conocí me regaló una especie de pashmina de hilo rosa con colores que era de lo poco que traía de su patria y que guardo entre mis cosas más preciadas). Allí recalaban Eduard Uppensky, un ruso espontáneo y genial que contaba las venturas y desventuras de vivir en lo que todavía era la Unión Soviética y su traductora que amaba a Lolita Torres.
También estaba Ryzard Kapuçinski con quien, antes de que empezara la guerra que nos tenía a todos en vilo porque se transmitiría en vivo y en directo, me pasé toda una sobremesa hablando de Rodolfo Walsh a quien ambos habíamos conocido en circunstancias totalmente diferentes y sobre el que yo había escrito mi tesis. Después le mandé el libro y tengo una carta en que me agradece una tarjeta de Navidad y Rodolfo Walsh o la desacralización de la literatura. Y, cuando me siento un poco down, medio depre que digamos, me hago un masajito a mi ego releyendo lo que me escribió sobre el libro: "que encuentro fascinante y con tanta information nueva para mi! Un mil de gracias!"
Ryzard Kapuçinski ya empezaba a ser reconocido en Europa. En esa oportunidad me contó anécdotas de sus viajes a África, cuando el Congo se había liberado de Bélgica y lo discriminaban por blanco. Por ese entonces estaba escribiendo un libro de cuentos sobre La guerra del fútbol que saldría un tiempo más tarde.
Desde mi vuelta a Argentina no supe nada más. Sólo que había adquirido mucha fama entre los amantes de la literatura. No pensé que había muerto. Y el otro día, cuando finalmente vi en DVD, La vida de los otros, me acordé de él que no había dudas de que había sido agente polaco espía por toda Latinoamérica y que, como aparentemente muestran los archivos, nunca había mandado a nadie en cana.

Seguramente Kapuçinsky sería merecedor de una Balade für een goed mensh, una balada para un buen hombre.

© Ana Sebastián, 2007. De Memorias impertinentes

miércoles, junio 13, 2007

"Palabras.... palabras... palabras..."

Nos deslumbran las palabras, nos hacen soñar las palabras, nos hacen reír, irritarnos, sublevarnos, autocensurarnos... las palabras.
A veces estamos inundados de palabras pero no decimos nada, no entendemos nada, no nos comunicamos con nadie. Nos hacen doler. Las palabras... nos hacen callar, guardar silencio.

Algunos sostienen que se acabaron los tiempos de la lectura... o se terminaron los tiempos de la lectura sobre papel... Tal vez son más los que escriben que los que leen. Ya hace medio siglo que se viene diciendo esto. ¿Qué nos hace escritores? ¿Cuál es nuestra esencia? ¿Tenemos una esencia escritural? ¿Qué nos diferencia? ¿Qué nos diferencia? ¿Hay una definición existencial del escritor salvo la de la necesidad de decirle algo a alguien o a nadie y sólo poder hacerlo por medio de la palabra escrita en cualquier soporte?

Tal vez lo único que nos hermana es el amor, la fascinación por las palabras... que nos hacen volar... Queridos colegas, fellz día!!! Ana






viernes, marzo 23, 2007

ANTE LOS CHOLULOS DE LA MEMORIA
"Es fácil ser héroe cuando los peligros no acechan"
Tengo una amiga que suele decir sobre este tema, cuando alguien se asoma desde la periferia de la historia, "Esto a mí ya me pasó" como si se tratara de una enfermedad, de un accidente o de un mal de amores incurable.

Cuando veo el tratamiento y el encuadre parcial que se le brinda a la cuestión de la memoria, adopto esta frase no desde una posición cínica sino desde el umbral de quien se atreve a decir que el rey va desnudo sin temor a los epítetos con que pueda ser calificada.

Pertenezco a esa generación que creció en un mundo dividido en dos, en el contexto de ebullición de las luchas de liberación postcoloniales, de la época en que el Che se asumía como un mártir abnegado y nosotros queríamos ver en él a un nuevo Cristo del siglo XX -y tengo pruebas de ello en los malos poemas de entonces- y soy de los que, provenientes de hogares y familias socialistas, en donde Perón era sólo “el tirano depuesto, el demagogo”, combinaron la figura de Evita con los ideales de nuestra generación de hermanos mayores declamatorios revoluciones en los cafés.

Soy de la generación que decidió hacer, meterse en el fango con la idea de cambiar el mundo, de hacer un mundo mejor. Soy de los que se embarraron las manos y la vida con las ideas de la lucha armada, con el foco, con la vanguardia, con el sol asomando de la nueva patria que haríamos, con el amanecer que forjaríamos, con vocabulario heroico y con hechos heroicos, con las lecturas de Clausewitsz, de Mao, de Regis Debray, del Che, de Marighela, de Abraham Guillén.

Parí a mi hijo mientras su padre estaba preso. Fui a Ezeiza a buscar al Viejo y nos encontramos con los muchachos del palco y con la voz de Leonardo Favio gritando "¡No disparen!"

Me sentí estúpida, si no imberbe -sigo siendo lampiña, ya que, gracias a dios, nunca tuve barba-, el 1º de mayo del 74, lloré a Perón ese 1º de mayo y lo lloré el 1º de julio del mismo 74 y sufrí a Isabel y a Lopecito.

El 23 de marzo a la noche nos encontramos con mi amiga Cristina en Retiro y me dijo en actitud confidencial: "Mañana es el golpe" y estábamos contentos porque pensábamos que se agudizaban las contradicciones y que el amanecer estaba cerca. Cristina fue secuestrada en junio de 1976. Trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica y nunca más volvió a aparecer.

El Dr. Arturo Frondizi y su amigo Ramón Prieto me ayudaron a irme a Paraguay con mi hijo, de donde volvería a la semana porque prefería morir aquí a ser tirada a las pirañas en algún río de la selva tropical de Stroessner. Pensamos que el golpe pasaría, que era un golpe más.

La distancia de los años exilares, la pérdida de mis amigos de generación, mis poemas como epitafios en las tumbas de mis compañeros muertos, los años vividos afuera, el mundo que cambia y uno cambia me permiten preguntarme honesta, auténticamente como pretendíamos ser y vivir entonces, dónde estaban los que hoy están. No son todos los que están ni están todos los que fueron.

En la lucha no se discierne, se trata de sobrevivir. Escribí libros con estos dolores, con estos fantasmas que a veces nos asaltan en los sueños, nos esperan en la esquina inexistente, nos acompañan en las fisuras que llevamos en nuestras vidas familiares y aún en la de nuestros hijos a los que en muchos casos -como se suele decir- les cagamos la vida. Me pregunto por qué de los miles que pasaron por los campos y que no volvieron de la muerte más tortuosa, unos sí volvieron -y me alegra que así sea- pero, qué se tuvo que hacer para que unos fueran tirados desde helicópteros o dejados a la buena de dios o del demonio.

Por eso me creo con derecho a preguntarme también quién tiene el derecho a apropiarse de nuestros dolores, de nuestros errores, de nuestros sueños. Quién tiene el derecho a banalizar el sufrimiento, quién tiene más muescas en el alma que otro cuando, en esos años fatídicos, se justificaba todo con el "por algo será". Y era por algo. Ingenuos sí, pero no ovejas. Pensamos que podíamos tocar el cielo con las manos y conocimos todas las estaciones del infierno. (Algunos podemos todavía seguir, otros ni siquiera eso).

Pero mi pregunta va más lejos, considerando que todo lo hacíamos con el fin, no de ser ñoquis ni de armar la corporación militante ni de tener un cargo público proporcional a toda nuestra familia, sino de hacer nuestro sacrificio por una patria mejor y, a fuer de ser sincera, ¿no sería mejor que hagamos un análisis a conciencia de lo que fue para ver si algún día podrá ser mejor, si podemos ver una Argentina adulta y tolerante, pujante y no devaluada en todo sentido?

Es fácil ser héroe cuando los peligros pasaron. Lo difíciles serlo cuando las circunstancias queman. Hablar del fuego es una cosa y quemarse es otra. Y esto no es renegar de ideales ni quiebre ni paga ni venta ni compra ni subasta. Fuera de la sed de justicia para los directamente involucrados, para los padres, los hijos, los compañeros, tampoco se le puede regalar el dolor a los cholulos de la memoria. Por otra parte, también tenemos derecho a pisar los campos del olvido.


Ana Sebastián, 2004. De Memorias impertinentes.

miércoles, febrero 14, 2007

Hoy es 28 de febrero y, cuando no era año bisiesto, se festejaba su cumpleaños porque había nacido un 29 de febrero en Piñor de Cea, Orense. Lamento mucho tener una foto en jpg de mi abuela Manuela en cuya casa de Miller 1951 nací para ponerla en este blog. Pero quiero recordar aquí a esa galleguita que a los quince años se vino sola en un barco... como tantos otros... con un fragmento de mi novela Domingo en el cielo... He aquí mi homenaje, abuela Manuela:

"El barco es como una ciudad enorme, el barco tiene todo, tiene más que lo que tienen las casas de los ricos del pueblo, más que lo que nunca imaginé y en América me volveré rica yo también dicen que dicen los que un día se fueron allá. Yo no sé bien dónde queda Argentina, pero un paisano de mi pueblo está allá y todos dicen que llenó de oro sus bolsillos y tiene tiendas y casas y que sus hijos son todos importantes que se visten siempre de traje y yo me voy a ese país aunque sienta morriña, me voy porque cuando vuelva volveré en primera y ahora me voy en tercera como ganado propiamente. En esta ciudad somos ganado propiamente y miramos para arriba y arriba los ricos se divierten con sus fiestas, con sus juegos, con sus vinos y nosotros comemos nuestro pan y caminamos entre vómitos y el barco cruje acá abajo como una vieja iglesia y sólo faltan los murciélagos, pero ratones los hay y que los hay los hay.
Sólo algunos están contentos y alguien toca la gaita y los alemanes hablan en su jeringoza que nadie entiende y nosotros estamos aquí peor que las ratas casi peor que en mi pueblo pero en Europa se viene la guerra dicen y mi madre me bendijo y la Santa Virgen protegerá mi viaje para que yo pueda volver aquí a tener mis tierras aquí sin esta morriña que ya siento a tener hijos doctores que me tengan bien a encontrar un hombre y bueno y trabajador y si es paisano mejor porque en ese país crece el sol dicen y todos comen carne hasta los pobres la tiran y hasta los perros no pasan hambre y por eso dicen que ahí está lo bueno, ahí vamos a hacer la América y volveré con mis hijos en un buque en primera, aunque me conforme en segunda y ya no tendré sólo este hatillo y esta pañoleta y volveré... ¿volveré?"


Ana Sebastián