viernes, noviembre 28, 2014

Memorias cinéfilas y culinarias

 

 

          
 

A DISFRUTAR…
 

 QUE LA VIDA ES CORTA Y CON POCO SE PUEDE!!!

Una maravilla que tiene medio siglo: el συρτάκι - syrtáki que Anthony Queen le enseña a bailar a Alan Bates en Zorba, the Greek  -Zorba, el griego – basada en la Vida y aventuras y Alexis Zobas de Nikos Kazantzakis- dirigida por Michael  Cacoyannis con música de Mikis Theodorakis.

            Fue estrenada en 1964 y fue realmente un éxito… que después le valió varios Oscars en 1965.
 
 

 
 
 Me muero por comer τζατζίκι – tzatziki con πίτα griega, o sea las pitas –figasas- griegas, muy similar a las árabes y armenias  con una χωριάτικη σαλάτα – ensalada griega con hojas verdes, tomate, pepino, morrón, cebolla roja y sobre todo, queso feta y aceitunas Kalamata –verdaderas. [¡Como las extraño! De ésas que yo compraba un cuarto kilo en el Ten Kate Markt - en la feria de Ten Kate en la esquina de mi casa y cuando iba a abrir la puerta ya me las había engullido todas!!! De ésas y no estas negras que destiñen en cuanto las probás que tenemos acá!.] Con sal marina, buena pimienta negra molida y aceite de oliva griego…
 
 

 
            
Ten Katemarkt - Foto: Nationale Beeldbank




Como solía  comer en el boliche, si mal no me acuerdo, de Bilderdijkstraat... bien atendida por unos ojos verdes... glaucos... griegos... que ponían celosos a machos y a no tanto...
 
® © Memorias impertinentes

miércoles, noviembre 26, 2014





50 años de la muerte de Julio Sosa

 

         Nosotros también estuvimos ahí.

         Yo iba al Normal Nº 1 en Córdoba y Riobamba.
         Cuando salí, vos me estabas esperando.

         Nos unimos al cortejo de miles de personas que habían salido del Luna Park en donde lo habían terminado de velar luego de que el Teatro Argentino quedara chico y de que Hugo del Carril le pidiera a Tito Lectoure que permitiera el velorio allí.

         El Varón del Tango había venido de Las Piedras, de la orilla oriental, pero era un porteño con todo ya que la ciudadanía porteña es, como sabemos, es determinada por la pertenencia y no por el lugar de origen.

         Era uno de los pocos que mantenía el tango cantado en una época en que los tango era ya una “cosa de viejos” ante el avance de la música pop, del Club del Clan, de la revolución del folklore luego de la aparición de Angélica, de Elvis, The Beattles y todas esas cosas que algunos veían como penetración cultural y terminaron creando el “rock nacional”.
 
 


          
        Aparentemente su última interpretación fue El mismo final, simple que nosotros compramos ni bien salió.

         Julio Sosa concitaba era popular… concitaba pasiones… y tenía las suyas, entre otra, los autos.
 
 
        

     
Noctámbulo, se mató una madrugada, si no me equivoco, en Figueroa Alcorta, en la esquina de Rond Point. Iba en su DKW rojo a alta velocidad aparentemente dirigiéndose a los carritos de la Costanera que entonces eran carritos de verdad.

        
El auto quedó destrozado y él murió a poco de ser internado en el Hospital Fernández.

        
 
 
 
 Caminábamos por Corrientes hasta llegar a Chacarita y la gente le tiraba flores desde los balcones…

         El cortejo era una multitud que seguía atrás de la carroza mortuoria y de las otras rebosando de flores. Una sola corona mantenía la cinta fúnebre con el rótulo “Juan Domingo Perón”.

® © Ana Sebastián, Memorias impertinentes.
 

lunes, noviembre 17, 2014

 
  17 de noviembre – Día del militante

 
                                                  "Por la alegría viví,
                                                  por la alegría fui al combate,
                                                 por la alegría muero.
                                                Que la nunca sea unida a mi nombre."
                                                                               Julius Fucik, resistente checo.
                  Epitafio que está grabado en la sepultura de varios compañeros muertos.

Una vela naranja porque es la vida


       
         Una vela encendida para los compañeros militantes, para los verdaderos que daban hasta su vida por sus convicciones y gracias a quienes Perón pudo volver ese 17 de noviembre de 1972.

         Una vela encendida para aquéllos sin cuya lucha el General no hubiera podido volver, aunque los echara de la Plaza el 1 de mayo de 1974…

         Por los Diego Ruy Frondizi, por Manolo Belloni, por los Miguel Bianchini, por los Eduardo Salvide, por los Capuano Martínez, por los Jorge Escribano, por los Gerardo Burgos, por los que murieron después… perseguidos, escondidos, clandestinos, combatiendo.

         Por las Tías Margarita, por las tías Kubinsky, por los Eyeralde, por los  Eduardo Salvide, por las Poupée Mazzuchelli, por las Gorda Amalia, por las Gorda Cristina, por los Ricardo – Rolo- Aragón, por los Raúl – César que vivía con él en el departamento de Aguirre y Gurruchaga y que era, creo de Azul, y del que nunca supe el apellido, por las Irma Laciar de Carrica, por los Néstor Sammartino…

         Una vela por los Paco Urondo, los Rodolfo Walsh cuyos nombres se mentan tanto en vano como si fueran moneda de cobre… sin saber siquiera lo que fueron o lo que hicieron… Por sus hijos muertos… Claudia, el Jote, Vicky…

         Una vela encendida para otros fidedignos militantes que, convencidos, aunque fueran de otro lugar o de otra convicción, siguieron sus ideas como lo hizo mi abuelo Ramón, como lo hizo mi tío Héctor en su momento y en otras épocas, como lo hizo Horacio Torrado, por el lado contrario, como lo hizo el gaucho riograndense Paulo Medeiros a quien conocimos en Holanda y tantos otros que dejaron tiempo de su vida, perdieron el crecimiento de sus hijos, perdieron amores, fueron repudiados por sus padres, parientes y amigos porque en algún momento  -cuando el peligro asediaba-  nos convertíamos en tísicos, en leprosos… Nadie se quería acercar y te cerraban las puertas los que menos pensabas que te la iban a cerrar y te la abrían los que menos pensaban que te iban a abrir…

         Una vela también por quienes estaban en nuestras antípodas  y nos agarrábamos en cuanto acto nos cruzábamos como los hermanos Bevilacqua, por los Petiso Spina, porque todos ellos actuaban también sin especulaciones, con honestidad, con generosidad de vida…

         Una vela por los que ahora no sé qué serían -porque no se puede hacer una historia contrafáctica-  y por los que sobrevivieron de esa década en que la gente se jugaba la vida no por hacer versitos, sino simplemente por encontrarse con alguien el momento equivocado y el lugar equivocado, para parafrasear a los yanquis.

         Una vela por tantos innumerables nombres de los auténticos, los que ponían todo… hasta su vida en riesgo a sabiendas de que lo único que había era que tras cartón estaba la muerte…

         Una vela para que los verdaderos de entonces puedan seguir viviendo dignamente estén en lo que estén, pero sin caer en la charlatanería barata o en la nostalgia de café…

         Suelo repetir la frase de Tzvetan Todorov: “Es muy fácil ser héroe cuando la guerra terminó”.

         Una vela por esos que fueron héroes, en el verdadero sentido del que hablaba Thomas Carlyle: “un héroe lo es en todos sentidos y maneras y, ante todo, en el corazón y en el alma”.

         Por el alma de esos militantes que fueron héroes tal vez sin proponérselo…

         Vaya nuestro recuerdo porque vivieron la intensidad de esos tiempos con la experiencia de lo peor y lo mejor de la vida.
Observación: Ver post 18 noviembre 2006.

 

®© Ana Sebastián, Reflexiones impertinentes.

 

 

           










domingo, noviembre 16, 2014


ÁNGELA ELVIRA ROBIGLIO – Tía Elvira.

 

         Pasaste por la vida como si no existieras y, sin embargo, exististe…

         Mi padre, tu sobrino, el que vos y tío Ángel criaron desde que quedó huérfano a los seis años junto a tu hermana,  -su madre viuda, huérfana además de padres y de hija, mi abuela Ana Sebastián-, dice que nadie se va a acordar de estas historias nuestras… No importa… Lo importante es que nos acordemos nosotros.

         Hoy es tu cumple, tía Elvi y aquí te vamos a prender una vela… y encima brindaremos por tu cumple que, si no me equivoco sería el 113!!!

         Y pensar que llegaste a los 96!!!

         Tierra fértil la de Benito Juárez para parir longevos…

         Yo te adoraba y te adoro, aunque tenías tus cosas jodidas también, como buena escorpiana, encima búfalo en el horóscopo chino que entonces no conocíamos.

         Sólo que las ocultabas más que abuela Ana…

         Te habías casado el 8 de abril de 1922 en el Registro Civil del Partido de Juárez con tío Ángel. Sólo por civil porque, como buen fundador del Partido Socialista que era junto con abuelo Ramón, no se casaba por iglesia y menos en la iglesia que manejaba el Cura Trelles.

         Eras jovencita, tenías veinte años, y tío Ángel, veinticinco. Y después fueron el enganche para que tu hermana mayor, Ana, se casara con el hermano menor de tío, mi abuelo Ramón…

         No pudiste tener hijos. Decían que había sido porque tenías una matriz infantil y ésa era la causa de la infertilidad. Pero tu hermana, mi abuela, lengua viperina, decía que era por las fechorías que había hecho tu marido, mi adorado tío, por ahí… ¿Me entendés, no?

         No pudiste tener hijos, pero ayudaste a criar a mi viejo y a mí…

         Y fuiste una madre, verdaderamente.

         Cuando yo estaba desconsolada me refugiaba en vos y en tío Ángel y me iba a su pieza y me quedaba horas hablando en la cama…

         Era feliz cuando en mi  primera infancia me llevaban por tres meses  a Juárez y tomábamos La Estrella y mi vieja se quedaba desconsolada y yo, como si tal cosa, no extrañaba nada…

         Y en el Hotel La armonía, del que yo no existe ni el cartel ni la sombra del cartel, era una princesa…

         Por la tarde me sentaba en el hall o en el bar y pedía un sándwich de jamón crudo y una Indian Tonic recién salida o una Bidou

         ¡Sí1 ¡Soy de la generación Bidou!

         A la siesta me subía a una mesa que estaba en la galería del hotel y cantaba las canciones de moda sobre todo de Héctor Varela: Fumando espero, Fueron tres años, Silueta porteña… Seguro uno de los tantos Jolies que tuvieron –sus perros se llamaron Jolie hasta que nosotros partimos y se quedaron con nuestro Mao que murió en esta casa- me ladraba pensando que era un perro cantando… Y tenía razón: siempre desafiné como un perro.

         A la noche me iba al comedor que estaba separado del bar por unas cortinas pesadas de terciopelo como si fuera un teatro y me sentaba a la mesa y esperaba que me viniera el mozo con el menú. En realidad esperaba que me atendiera mi mozo preferido, Félix, que hacía todo un ceremonial como si realmente se tratase de una princesa de verdad. Y entonces yo pedía uno de mis platos predilectos: colchón de arvejas.

          Y el día en que cayeron piedras a la hora de siesta, piedras que más que piedras parecían huevos transparentes de avestruz, yo saltaba en tu pieza de tus brazos a los de tío Ángel pensando tal vez en mi mente infantil que se venía el mundo abajo y que quería morir en los brazos de ustedes mientras pedía por favor a los gritos: “¡¡¡Denme Lumilanetas!!!

Tía Elvi y yo en Necochea
18 enero 1952

         Y cuando ya se mudaron definitivamente a Buenos Aires de vuelta yo quería siempre que vos me peinaras porque mi abuela era una chapucera para hacer las trenzas y me las hacía flojas y mi vieja me tiraba el pelo tanto que me dolía. Vos eras el justo medio.

         Un día de enero del 73, cuando esperaba un hijo y ya estaba cerca del séptimo mes de embarazo me fuiste a despedir a la puerta de calle en Pampa y me preguntaste cuándo había sido y yo te contesté:

         “¿Cómo no hicieron la cuenta? Tío Ángel me contó que estuvieron haciendo la cuenta a ver cuándo había quedado embarazada?”

         Y vos sigilosamente me dijiste:
         “¡No, cuándo quedaste embarazada! ¿Cuándo fue la primera vez?
         Y ahí empecé a contar yo: “Y no sé, va a ser más de ocho años…”
         Y vos, sorprendida: “¡Lo que hay que hacer por los hombres!”
-         “¿¡Cómo?! A mí me gusta…” reaccioné.
-         “¡¿Te gusta?!”            
-         “¡Sí! ¡Me gusta!”
-         “Ah, bueh…!
Y te quedaste pensando. Te di un beso y me fui... Venía el colectivo.
       
         Viviste toda tu vida dedicada a Ángel como un perrito, lo seguías siempre y lo esperabas con el té que le gustaba, con la comida que quería… Pero un día que vine de Holanda, cuando estaba investigando para hacer el libro del tango sobre el tema de los burdeles, me puse hablar aquí en donde escribo esto con vos y abuela y sobre todo Tío Ángel que había sido músico en la banda del pueblo a principios del siglo XX y que yo sabía, por mi abuela, que tenía su expertise en el asunto.


Tio Ángel desde la tribuna 
Tandil 1931
         Y tío Ángel, que había ido hasta tercer grado, que era un autodidacta con una gran cultura en cuya biblioteca me formé, que había sido candidato a diputado por el Partido Socialista por la Provincia de Buenos Aires junto con Alfredo Palacios antes de la división del socialismo,  que era un gran orador agarró la palabra y se puso a contar. Lo tengo grabado.

 
 
 
         Me contestó que iban al burdel como a un club, que era el lugar democrático, descontracturado en donde se encontraban todos y que ellos a veces tocaban con el trío que después no sé si fue un quinteto, que bailaban con las muchachas. En fin, lo mismo que cuenta Canaro en sus Memorias: “había hasta cama…” 

         Yo le pregunté: “¿Y dónde se encamaban?”.

         Y él, a sus casi noventa años, sintiéndose impune, mientras las dos hermanas Elvira y Ana tomaban mate en silencio, me dijo:

“¡No, nosotros sabíamos qué muchachas estaban solas en su rancho, allá en esa época por el barrio de Pachán, y entonces pasábamos temprano y le preguntábamos si a la noche estaban libres y ellas nos decían: «sí, te espero con un churrasquito o con un guiso…» y a la noche caíamos…”

Tía Elvira y abuela Ana se miraron, mirada de entendimiento. De buenas a primeras se terminó la impunidad!!! Y vos, tía Elvi, saltaste y dejaste de ser el perrito faldero y no sé cómo no le reboleaste el mate por la cabeza y empezaste a putear sobre “esa yegua que ya sabían de quién se trataba y que era una puta de la gran puta…” Y te levantaste y te fuiste para la pieza.

         Toda esta escena con todos nonagenarios…

         Y bueno, como diría San Agustín: “El que no tiene celos no está enamorado.”

         Y vos, tía, seguías enamorada…

         Tía Elvi, en donde estés, seguro estarán todos juntos con mi abuelo Ramón, mi vieja, la vieja Ana y, por supuesto, tío Ángel!!! ¡Qué aquelarre!

         Tía Elvira, FELIZ CUMPLE!!!

 

®© Ana Sebastián, Memorias impertinentes.

martes, noviembre 11, 2014


        11 de noviembre... fecha indeleble...


         Hoy es 11 de noviembre, una fecha que marcó mi vida indirectamente porque marcó la vida de mi padre a sus seis años y la de mi familia.

         Y es por eso que actualizo un post del año 2008…

         Hoy es 11 de noviembre y es el día del empecinado Santo Patrono de Buenos Aires, San Martín de Tours.

Martín y el mendigo
El Greco


         Ese militar que había nacido en Hungría, en la actual Szombathely en el año 316, y al que sus padres, paganos, lo hicieron incorporarse a las Legiones Romanas en las que ya estaba su padre era ya oficial superior.  

         Según cuenta su hagiografía que una noche de frío se le acercó un mendigo semidesnudo y San Martín se sacó la capa, la rasgó y cubrió al mendigo. Esa noche mientras dormía se apareció Jesús en sus sueños con la mitad de la capa y le dijo: “Martín, hoy me cubriste con tu capa”.

          Martín decidió abandonar la milicia, bautizarse y no sólo convertirse al cristianismo, sino predicar su fe y a la vida monástica.

         La capa -capella en latín- se puso en una urna en un pequeño recinto al que acudía la gente a rezar. De ahí surgió capelle  en francés y capilla que indica los recintos pequeños en una iglesia o habitación en donde hay un altar y de ahí, por extensión, iglesia de pequeñas dimensiones.

         El futuro santo fundó un monasterio en Ligugé y el convento de Marmoutier en las inmediaciones de Tours, en Francia. Fue sacerdote y  Obispo de Tours.

         San Martín de Tours, conocido también como El misericordioso, murió en 397 en Candes, hoy Candes – Saint Martin.


Puerto de Candes - Saint Martin
         Es Patrono de Francia.





         En nuestra historia, una vez fundada la Ciudad de la Santísima Trinidad  en el llamado Puerto de Santa María de los Buenos Ayres, esos españoles a las órdenes de Juan de Garay, que ya se creían los dueños de todo, intentaron vanamente trampear tres veces la suerte para que el Santo Patrono fuera castizo y no ese húngaro de Czhombaply que llegó a ser obispo en Francia, que se empeñó en salir tres veces consecutivas como para decir: "Aquí estoy y aquí me quedo, el Patrono de estos lares seré yo y nadie me va a dar vuelta la taba".

         Me gusta la testarudez de ese obispo de Tours.

         Si esos españoles no hubieran hecho trampa hasta con el santo, tal vez esta ciudad no estaría predestinada a un fatalismo de truchería bajo este cielo nocturno fullero con la otra cruz, la del sur...


         Hoy es 11 de noviembre y es el aniversario de la muerte de mi abuelo desconocido Ramón Sebastián que se pegó un tiro en 1931 en la imprenta en que escribía y sacaba el periódico Claridad y en la que hacía funcionar el Partido Socialista del que fuera fundador en Benito Juárez.

         Cuenta mi padre -que apenas tenía seis años- que él estaba jugando en la quinta de su abuela María Tartaglia, cuando el tío Chelo vino con la noticia y se la contó a sus hermanas: "Ramón se mató".

         Mi viejo no sabe si lo oyó o lo intuyó, pero agarró un ladrillo y se lo arrojó a un pollito. Según él su vida empezó ahí, esa tarde. Él tratando de reventar un pollito ante la impotencia de su padre muerto.

         Había habido un vendaval en Júarez y había habido elecciones nacionales fraudulentas, especialmente en la provincia de Buenos Aires.

         Mi abuelo era el fundador del Partido Socialista y se había tiroteado con el cura del pueblo, el legendario cura Trelles, que se apareció cuando mi abuelo hablaba ante la tribuna y trató de tirarlo. El cura, como bien lo saben los juarenses, iba con la cruz y la pistola y en esa época respondía al caudillo conservador Pumará. Mi abuelo y mi tío Héctor Robiglio tuvieron una causa en Azul y por eso mi tío se vino a Buenos Aires y se hizo hombre de la noche, bandoneonista, tanguero, etc. Es otra historia…


         Mi abuelo era el cuarto de los tantos hijos de Doña María y ella, según me enteré hace poco, lo había enviado a laburar al campo de peón, cuando era chico y ahí empezó su problema de salud. 

         Mi abuelo había aprendido a leer y a escribir de grande, casi a los dieciocho años.

         Montaba un caballo blanco y tenía un gran carisma.

         Cuando se casó con mi abuela Ana vivía en la imprenta en donde sacaban Claridad, el periódico socialista, que había sido saqueado antes de que mi viejo naciera por las patotas de Pumará, y sólo se salvó una vieja máquina Remington por la que mi tío Ángel peleó diciendo que no era de la imprenta.

         Mi abuelo tenía un perro al que llamaba Trotsky .

         Raro, hace tiempo que no hablo de Trotsky, sin embargo hoy me puse a charlar casualmente   -y no digo que la casualidad no existe sino que todo es causalidad porque conozco un montón de gente que repite eso como loros sin siquiera saber quiénes lo discutieron filosóficamente- con una chica que estaba leyendo la vida de Diego Rivera y Frida Kalho. Cuando nos pusimos a hablar entreví en su libro la foto de Trotski en Coyoacán…  Se estaba preparando para viajar a México a hacer una especie de estudio de postgrado y entonces leía sobre el país. Era evidente que estaba estudiando relacionado con ciencias sociales. Terminamos hablando del libro de Padura: El hombre que amaba a los perros. Además yo le recomendé La segunda muerte de Ramón Mercader… y en el medio volvió la figura de mi abuelo desconocido a fines de los años veinte con un perro con ese nombre en un pueblo conservador.

         Por otro lado, sé ahora, [gracias a una investigación titulada ¿Andamiajes partidarios o personalismos? La configuración del poder en la primera mitad del siglo XX en el interior bonaerense de autoría de Silvana Gómez y Valeria Palavecino de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires en Revista de Estudios Regionales del ISHIR – Investigaciones Sociohistóricas Regionales – CONICET - Año 2 Nº 3 -2012 que está en la red] que mi abuelo fue el único en denunciar al Alcalde Pedro D. Pumará ante la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires en noviembre de 1925. Mi padre tenía tres meses…

         Como todo periodista de la época mi abuelo también tipógrafo. Con sus antecedentes en el campo y con el plomo de los tipos, se había ganado la tuberculosis, ese tabú.

         Había ido a Cosquín y -según su última hermana viva- había vuelto curado.

Mi abuelo, segundo, a la izquierda

         Ramón Sebastián padre en Cosquín con sus amigos en tísica desgracia, con soda y espumante.... al menos, una compensación y sobre todo, con amigos...
         Raro... un hombre de letras... no dejó aparentemente carta de despedida, salvo que mi abuela la haya escondido tanto que nadie la encontró.

         Se pegó un tiro por la tarde en la imprenta de San Martín y Chacabuco en Juárez.

         El 3 de noviembre había cumplido treinta años.
         Dejó una mujer desconsolada que le rezaría cada noche hasta sus 103 años y besaría su foto, un hijo: mi padre y una hija menor aun que moriría al poco tiempo.
         Hace unos años fuimos a la Imprenta y no estaba ni siquiera su foto puesta en el local del partido del que fuera fundador.

         En 2005 volvimos a Juárez para llevar las cenizas de mi abuela a la tumba familiar.

        
          Ahora ya no hay imprenta ni nada.  Hay un pequeño super.

         Nos quisieron meter presos cuando sacamos fotos de ese lugar hasta que le aclaramos a la policía que allí se mató mi abuelo y le conté una historia de Juárez que ni ellos conocían y después no hubo problema.

         Dejó un vacío irreparable que persiste el tiempo….

         Fue el fantasma que dejó un vacío y una fuerza de voluntad en mi padre, el fantasma familiar de mis ilusiones buscadas, encontradas, perdidas, el espíritu que me acompaña desde la niñez... de esos espíritus que te marcan el camino...

         Dejó también, eso sí, una Biblia.

         Y hoy le enciendo una vela a su alma que es de las almas que quiero tener un día a mi lado, al de mi viejo y al de mis seres más queridos.

         El día 3 de noviembre había cumplido sus 29 años.

         Vendavales de la vida...
® © Ana Sebastián, Memorias impertinentes.