domingo, diciembre 24, 2006

A DOS AÑOS DEL 30 D

La patria cromagnona nos cuestiona


In memoriam a las 194 víctimas.

El sobrevivir obliga”
Koos Koster, periodista holandés asesinado en El Salvador en 1980.

En las cercanías laderas de la Plaza Miserere que etimológica y paradójicamente significa `misericordia`, poco hubo de misericordia ese penúltimo día de diciembre del 2004, el de la tragedia de Cromañón que algunos llaman 30 D por ese tipo de tilinguería que tenemos los argentinos de copiar las cosas de quienes decimos odiar. Tal vez, un resentimiento... Y resentimiento en el verdadero sentido, el de “volver a sentir”, es lo que marcará a mucha gente de Buenos Aires, a muchos del Conurbano, ante este nuevo y triste aniversario. La única misericordia que hubo fue la de los mismos muchachos que arriesgaron sus vidas para salvar las de otros en esa situación absurda y descontrolada -no en el descontrol que llaman los chicos- en el descontrol de la sociedad nuestra de cada día. Situación absurda si no fuera por las constantes que se dan en nuestro país que no cuida ni el fondo ni la apariencia, que se desgañita autotitulándose solidario y pone la cola entre las piernas cuando tiene que mostrar coraje.

Nadie que haya estado y sobrevivido, nadie que sea deudo ni nadie que haya visto, al menos por televisión con esa desgraciada forma que es el “en vivo y en directo” las imágenes patéticas y dolorosas, desgarrantes y altruístas, nadie podrá olvidar esta fecha del calendario negro de la patria.

Esa situación desgraciada en todo sentido que genera la ambigüedad del sobreviviente, la culpa de los sin culpa, el hacer sentir victimario al que es víctima. Pero “sobrevivir obliga”. Obliga a los irresponsables responsables que condujeron a ese desastre, obliga a los familiares, amigos, deudos, obliga e interroga, cuestiona.

Las posiciones respecto a las culpas y responsabilidades son también ambivalentes. Oscilan entre el amor y el odio, el extremismo y la disculpa, el que quiere que se silencie todo y el que quiere que Callejeros toque de nuevo.

En esa foto humeante, caliente de imprecisiones, de coágulos, de agujeros negros, de bengalas o candelas -como se las quiera llamar-, exaltada por hábitos futboleros que llevan las mejores y las peores simbologías y ritos de la tribuna a cualquier manifestación cultural, todo es evanescente, se diluye frente al dolor, a la sinrazón en donde las palabras sobran y queda el rock -ése que le dicen nacional- como un pájaro herido, quedan las bandas con un baldón de sangre que no buscaron, pero que tienen sin quererlo.

Las posiciones se enfrentan y están quienes fueron rescatados, estuvieron internados, tienen todavía secuelas del tóxico que tragaron y siguen sosteniendo empecinados el aguante para Callejeros y otros que querrían que se llamen a silencio.

Después están los opinólogos de siempre porque opinar no cuesta nada y menos sangre. Y los que lucran ahora y quieren que las bandas toquen lugares abiertos o con poco público y matando con el precio de la entrada. Están los que quieren que se termine con ese folklore fútbol-rockero que son los trapos y las bengalas y otros que ven en esos mismos trapos y en esas bengalas su símbolo de identidad.

De los padres de Cromañón -que no todos piensan ni actúan igual-, de las responsabilidades y las internas políticas, de los intentos de compra de silencios con cargos y subsidios, de las misas en memoria, del altar que es tan honrado como mancillado, de las velas, de los pañuelos y de las zapatillas, de las marchas, de la consigna: “¡Los chicos, presentes!”..., ¿qué queda, salvo esas figuras fantasmagóricas inocentes, audazmente jóvenes que algunos utilizan para su propio protagonismo?. Tal vez sea hora de un cierto aprendizaje colectivo, de una cierta misericordia, de comprender que realmente el sobrevivir no dispensa, no disculpa, obliga, al menos, a la reflexión.

Ana Sebastián © 2006